Hulan clavó la vista en los números electrónicos mientras el ascensor proseguía su rápido descenso.
Aquella misma tarde, Bei Hai Park
Cuando llegaron al coche, Hulan anunció bruscamente que quería mostrar a David el lugar donde se había hallado el cadáver de Billy Watson. Peter pidió pararse en el camino para comprar cigarrillos, pero Hulan le negó el permiso tajantemente. Cuando Peter estacionó el coche en un aparcamiento junto a la puerta sur que daba a Bei Hai Park, Hulan le ordenó que esperara en el coche. El abrió la boca para hablar, pero la inspectora le hizo enmudecer con una áspera diatriba en chino. Peter fingió someterse, se cruzó de brazos y se hundió en su asiento.
David siguió a Hulan a lo largo del sendero que bordeaba el lago. El parque estaba relativamente desierto. Todo estaba cerrado: los quioscos, el Kentucky Fried Chicken y las atracciones infantiles. Además, la estación estaba a punto de terminar, y sólo había unos cuantos patinadores en el hielo.
Hulan se detuvo junto a un banco e indicó a David que se sentara.
– Aquí fue donde hablé con los Watson -dijo.
Sentado junto a ella, David escuchaba y seguía la dirección de su dedo, que señalaba la zona del lago donde se había hallado a Billy Watson, pero sabía que ella no le había llevado hasta allí sólo para ver la escena del crimen. Mientras hablaba, ella mantenía la vista fija en la lejanía, ¿en el cielo?, ¿en la otra orilla?
– Hulan -dijo él en voz baja-, ¿podemos hablar? Por favor.
– Tenemos que concentrarnos en este caso, después podrás volver a casa -repuso ella, sin hacerle caso.
– Hace tantos años que desapareciste -continuó él, cogiéndole la mano entre las suyas-. Pensaba que no volvería a verte, pero tenía la esperanza de que te encontraría al venir aquí, y así ha sido. ¿Eso no significa nada para ti?
– Escúchame, por favor -pidió ella con tono neutro, desasiéndose con suavidad-. No tenemos mucho tiempo. Seguramente Peter está llamando a la oficina. Pronto vendrán en su ayuda, así que debemos darnos prisa. -Miró en derredor. Tras comprobar que no había nadie cerca, añadió-: Hemos de tener mucho cuidado.
– Siempre que quiero hablar contigo me dices que tenga cuidado. ¿Por qué no escuchas lo que quiero decirte por una vez? -Viendo que ella no respondía, volvió a repetir-: Al llegar a China, no sabía que iba a encontrarte. ¿Sabes lo que significa para mí verte de nuevo?
– No sé silo entiendes. -El aliento de Hulan formó una nube de vapor-. Estamos vigilados allá donde vayamos. Hoy he contado hasta cuatro coches que nos seguían. Escuchan todo lo que decimos y lo analizan. Sin duda volverán a hablar con todas las personas con las que hablemos nosotros.
– No puedo creerlo.
– ¿Por qué no, David? ¿Crees que eres un simple turista de visita en un país extranjero?
– Todo el mundo me ha recibido cordialmente…
– No eres consciente de lo que ves -dijo ella, e intentó explicarle que Pekín era una gran ciudad, pero que casi un millón de sus habitantes no tenían otro trabajo más que vigilar, desde el Comité de Barrio a nivel doméstico hasta las intrigas soterradas en la cúpula de gobierno. Era el nivel entre esos dos extremos el que más preocupaba a Hulan.
– A lo largo de las carreteras el gobierno tiene agentes de a pie que vigilan los coches que pasan. Hay cámaras de vídeo en los cruces principales para seguir a los coches de un lugar a otro. Aunque tú no fueras quien eres y yo no fuera quien soy, estaríamos vigilados. Nos ven, nos escuchan, nos graban, nos fotografían. ¿No te explicó todo esto tu gobierno? -David guardó silencio, de modo que ella continuó- Te he traído aquí sin informar a nadie. Quería hablar contigo sin que Peter nos oyera.
– Yo también quiero hablar contigo a solas.
– ¿No me estás escuchando? Peter me espía. Esta noche habrán puesto micrófonos en el coche y ya no podremos esquivar a los que nos escuchan y vigilan con tanta facilidad. -Respiró profundamente-. Sé que crees que no hemos llegado a ninguna parte, pero nos hemos enterado de muchas cosas. Pero tienes que entender que nos enfrentamos con…
– Las tríadas -dijo él, decidiendo dejar de lado lo personal por el momento-. Ya lo sé.
– Esto no tiene nada que ver con las tríadas.
– No estoy de acuerdo. Todo les señala. Los inmigrantes. El cadáver hallado en el Peonía de China.
– Pero las tríadas tienen métodos más sofisticados. Si quieren que alguien desaparezca, desaparece. ¿Por qué fue tan fácil hallar los cadáveres de Watson y Guang?
– Yo no diría que fue fácil. Diría que fue un accidente, y gracias a los accidentes se coge a los asesinos.
– Intenta verlo desde mi punto de vista -dijo Hulan, negando con la cabeza-. Hazte unas cuantas preguntas. ¿Por qué me han dado este caso? ¿Por qué te pidieron a ti que vinieras?
– Tú ya tenías este caso…
– iNo! Me asignaron la muerte de Billy Watson. Apenas había iniciado la investigación cuando me apartaron de ella, y no tuve nada que ver con la desaparición de Guang Henglai. Todo lo que sabía sobre ese caso era lo que había visto en los periódicos o en la televisión.
– Pero sigue siendo lógico. Los asesinatos están relacionados. En cuanto a mí, ¿a qué otro iban a pedírselo?
– No lo entiendes. No eres consciente de lo que ves.
– Muy bien, ¿qué es lo que no entiendo?
Hulan suspiró.
– Guang Mingyun es un hombre poderoso…
– Lo sé -dijo él, impacientándose.
– No hablo sólo de dinero.
– Eso es lo que intentaba decirte. Guang Mingyun también tiene conexiones con Estados Unidos. No me digas que no te parece sospechoso que sea dueño del banco donde Ave Fénix guarda su dinero.
– Sospechoso quizá. Concluyente, desde luego que no. Y además, no es eso a lo que me refiero. -Hulan se preguntó hasta dónde podría llegar su sinceridad, y decidió seguir-. El tipo de poder que él tiene puede resultar peligroso en este país.
– El poder corrompe.
– Es más que eso, David. Él puede hacer que ocurran cosas. Tiene importantes vínculos con el ejército, lo que hace de él un hombre muy influyente en nuestro gobierno.
– ¿Adónde quieres llegar?
– Te lo repito. No eres consciente de lo que ves.
– Pues explícamelo -dijo David, recostándose en el banco.
– En China nos ocultamos tras la etiqueta y los formulismos. Incluso en estas extraordinarias circunstancias, lo normal hubiera sido que yo tuviera que pasar por varios niveles de burocracia para poder ver a Guang personalmente. ¿Te has fijado en que nos ha preguntado inmediatamente si queríamos té? Guang no se ha conformado con mi negativa cortés. Ha seguido insistiendo para que nos lo tomáramos. ¿Lo recuerdas?
David asintió. En aquel momento no le había dado importancia.
– Cuando más se prolonga el ritual, mayor es el honor que se otorga al invitado, que, a su vez, se refleja en el anfitrión. Y a la inversa, al no ofrecerte nada, el viceministro te ha insultado.
– No me he dado cuenta.
– Lo sé -dijo Hulan con una sonrisa-, y estoy segura de que eso no le ha gustado lo más mínimo.
– Entonces, todo eso del té, ¿qué te dice?
– Me dice que Guang no nos pone ningún impedimento. Quiere que hagamos preguntas. No estaríamos aquí de no ser por él.
– Supongo que he metido la pata -dijo él después de unos segundos.
– No es culpa tuya, David.
– Entonces -dijo él, tras reflexionar-, ¿qué le has dicho cuando le has hablado en chino?
– Me he disculpado en tu nombre.
– Así pues, ha pasado algo más que yo no he sabido ver. Ella asintió lentamente.
– Cuando nos marchábamos, me ha preguntado por mi padre.
– ¿Y?