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La voz de ella se convirtió en un susurro cuando David trazó el contorno de su pómulo con un dedo.

– El ejército del Koumintang, cuando éramos niños nosotros los llamábamos los bandidos del Kuomintang, estaba cada vez más cerca de la aldea, hasta que por fin invadieron Yunchounhsi. Los soldados exigieron que todos los aldeanos se concentraran en la plaza. Hulan quiso ocultarse con una parturienta, pero luego comprendió que si la descubrían los matarían a todos. Hulan dijo: «Si debo morir, iré al sacrificio yo sola», y salió a la plaza.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Por un momento, David permaneció inmóvil, luego se apartó.

– Después de ti -dijo con una sonrisa. Salieron al caluroso pasillo y las puertas del ascensor se cerraron. Hulan echó a andar, pero David la retuvo-. Acaba la historia.

– Ya te he dicho que no tiene importancia -dijo ella con impaciencia.

– Dame ese gusto -pidió él-. Cuéntame quién eres.

Hulan aspiró profundamente y luego siguió recitando de memoria.

– El oficial del Kuomintang dijo a los aldeanos que si la persona que simpatizaba con los comunistas no se daba a conocer, muchos de ellos morirían. Hulan entregó a su madre su anillo, un pañuelo y una lata de ungüento, y luego, con la cabeza muy alta, los ojos claros y el espíritu inquebrantable, se acercó a los soldados. Uno de ellos le preguntó: «¿No lamentas morir cuando tienes tan sólo quince años de edad?» Ella respondió: «Por qué habría de tener miedo? No voy a rendirme ante la muerte. Jamás someteré mi mente. He vivido quince años. Si me matáis, dentro de otros quince años habré renacido y seré tan vieja como ahora.» Se acercó valientemente a la hoz y le cortaron la cabeza. Aún no había pasado un mes cuando el ejército de la Octava Marcha recuperó el control del municipio de Wenshui. Cuatro años más tarde, los asesinos fueron detenidos y castigados. Mao Zedong alabó a Liu Hulan: «¡Una gran vida! ¡Una muerte gloriosa!» La nombraron miembro de pleno derecho del Partido Comunista a título póstumo.

– Por qué te pusieron tus padres el nombre de alguien que tuvo un final tan triste?

– Ellos no lo veían así -respondió ella-. Me pusieron su nombre porque se mantuvo firme en las situaciones más peligrosas y comprometidas. Era leal y comprensiva. Cuando yo nací, mis padres vieron un gran futuro para ellos y para mí en la nueva China. Esperaban que yo tuviera el celo de Liu Hulan y su voluntad de hierro. Temo que, en todo caso, he sobrepasado sus expectativas de un modo que aún me avergüenza.

Antes de que David pudiera preguntarle qué quería decir, Hulan se había dado la vuelta y caminaba por el pasillo. Se detuvo delante del apartamento de Cao Hua. La puerta estaba entornada.

– Ni hao, Cao Xiansheng. ¿Ni zai ma? -dijo Hulan, alzando la voz. No recibió respuesta.

Empujó la puerta con el cañón de su pistola y la abrió lentamente. Antes de que David pudiera reaccionar al ver el arma, ella volvió a alzar la voz preguntando si el señor Cao estaba en casa. De nuevo, sólo hubo silencio. Desde donde se hallaban, Hulan y David sólo podían ver un vestíbulo de mármol y cristal idéntico al del apartamento de Guang Henglai. Hasta ellos llegó un incongruente hedor a mofeta, tierra mojada y herrumbre.

– ¿No necesitamos una orden de registro o algo parecido? -preguntó David cuando Hulan traspasó el umbral de la puerta.

– Quédate aquí -replicó ella, sin hacer caso de la pregunta.

Por supuesto, David la siguió. Sus pasos resonaron extrañamente cuando cruzaron el vestíbulo en dirección a la sala de estar. Hulan lo vio primero y retrocedió instintivamente, dando de espaldas contra David. Se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho. Por un instante, David interpretó su acción como una muestra de afecto, pero cuando ella levantó la cabeza para mirarlo, vio que el color había huido de sus mejillas.

– Por favor -dijo ella con voz trémula-. Ve a buscar a Peter. No entres. -Respiro profundamente para darse ánimos antes de entrar en el salón.

De nuevo, David la siguió.

En contraste con la extravagancia del apartamento de Guang Henglai, la sala de estar de Cao Hua estaba amueblada con estilo espartano: un sofá, una mesita y un par de cuadros. Aquella escasa decoración realzó aún más la macabra escena que aparecía ante sus ojos. Un arco de sangre había salpicado la pared. El cuerpo (ella supuso que era el de Cao) estaba sentado en la alfombra bajo la roja salpicadura y sobre un charco de sangre húmeda. Tenía la cabeza grotescamente deformada. Le habían golpeado con algo lo bastante duro como para abrirle el cráneo como si fuera un melón maduro. Pero el asesino no se había detenido ahí. Había apoyado el cuerpo de Cao contra la pared, con la cabeza echa papilla en un ángulo inverosímil. Le había estirado las piernas y había colocado decorosamente las manos a los costados con las palmas hacia arriba. Luego el asesino había rajado al señor Cao del esternón al pubis. Le había sacado los intestinos y los había dispuesto artísticamente en el suelo en el centro mismo del salón.

Hulan observó todo esto en una fracción de segundo. Luego su atención se desvió hacia David, que se había doblado sobre sí mismo, con la cabeza gacha y las manos en las rodillas, y respiraba entrecortadamente, mascullando frases.

– David, te había dicho que no entraras.

– ¿Qué han hecho?

– Vamos fuera.

– ¡No! Estoy bien. -Se enderezó poco a poco. Cuando volvió a contemplar la escena, exhaló el aire emitiendo algo a medio camino entre un suspiro y un gemido. Hulan vio que contraía los músculos de la mandíbula y del cuello para contener el impulso de vomitar.

– David -dijo, poniendo una mano sobre su brazo-. Mírame. -Él volvió el rostro hacia ella, pero sus ojos no se apartaron del monstruoso espectáculo-. David -insistió Hulan bruscamente-. ¡Mírame! -Veía el horror en sus ojos-. Tienes que ir a buscar a Peter. Dile que necesitamos ayuda. Ve.

El se alejó tambaleándose. Hulan sabía que disponía apenas de unos minutos para examinar el cadáver a solas. Lentamente, rodeó la sangre y los intestinos. Se acercó a la pared y examinó la salpicadura de sangre. También estaba húmeda. Tuvo que reprimir la sensación de miedo al comprender que el asesino podía hallarse aún en el apartamento. Permaneció inmóvil, aguzando los sentidos. El apartamento estaba sumido en un silencio sepulcral. 0 bien el asesino estaba allí, aguardando vigilante, o bien acababa de irse, lo que significaba que aún podía estar en el edificio.

Con cuidado, pero también con celeridad, Hulan volvió sobre sus pasos, esperando llegar al pasillo e iniciar un registro, aunque suponía que era demasiado tarde. Cuando llegó a la puerta, David y Peter ya estaban allí. Peter empuñaba su pistola. Cuando vio los intestinos en el suelo, se le cortó la respiración.

– Aiyal -exclamó, lleno de asombro.

David contempló a Peter y a Hulan mientras éstos hablaban en chino. Parecían discutir. Peter no dejaba de señalar los intestinos, mientras Hulan asentía y hablaba serenamente en voz baja. David hizo un esfuerzo y volvió a mirar la masa grotesca mientras los otros hablaban. Finalmente, Peter se marchó con el mentón alzado en señal de disgusto.

– Hulan -dijo David, tan pronto como Peter salió-, creo que han hecho una especie de dibujo con los intestinos.

– Un dibujo no. Es un signo.

– ¿Un signo? ¿Qué significa?

– No hablemos de eso ahora. No tenemos mucho tiempo antes de que lleguen los otros.

– ¡No! ¡Quiero saberlo ahora! -Su tranquilidad le enfurecía-. No me tengas a oscuras. Dímelo.

– La lengua china…

– ¡No quiero una lección!

– La lengua china -empezó ella de nuevo- es muy compleja, y a los chinos les gustan los juegos de palabras. Por ejemplo, pez, yu, suena igual que prosperidad, por eso el pescado es uno de los platos festivos en el Año Nuevo chino. En los cuadros, a menudo aparece un jarrón o una botella, porque ping suena igual que paz o seguridad. De forma similar, el nombre de Deng Xiaoping significa «pequeña paz», pero suena igual que «pequeña botella». Cuando Deng volvió al poder, el pueblo envió un mensaje de apoyo al gobierno colocando botellas pequeñas alrededor de la ciudad.