Mientras la escuchaba, David recordó cuánto disfrutaba ella con la complejidad del chino. También recordó que a menudo usaba la pedantería para evadir sus preguntas incisivas. Hulan le puso una mano sobre el brazo.
– David, ¿me estás escuchando? ¿Te encuentras bien?
Al notar el calor de su mano y notar la preocupación en su tono de voz, David sonrió débilmente.
– Estoy bien. Sigue.
– El asesino ha usado un doble significado. Intestinos es chang, que suena igual que sabor. El asesino ha escrito el ideograma para sabor con los intestinos. Es un mensaje, una advertencia para nosotros. Creo que el asesino quiere que lo «saboreemos» como muestra de lo que nos aguarda.
Uno junto al otro, tocándose, contemplaron la sangrienta caligrafía.
Pronto llegó la policía y también el patólogo Fong. Hicieron su trabajo: precintaron la escena del crimen, examinaron el cadáver, hicieron fotografías y entrevistaron a los vecinos; todo ello entre animadas exclamaciones a propósito del mensaje intestinal. Mientras trabajaban, David y Hulan registraron el apartamento.
Hulan supuso que el asesino sabía que iban a ir allí y que se había enfrascado tanto en la creación de su obra de arte que no había tenido tiempo para eliminar pruebas. Abrió cajones y encontró varias libretas de banco y un pasaporte. Abrió la nevera y encontró tan sólo unos cuantos remedios de hierbas Giant Panda Brand; abrió el armario y encontró una caja de camisetas para turistas confeccionadas por la Gloriosa Compañía del Algodón. David intentó observar la escena como sus amigos agentes del FBI le habían dicho. Ciertamente el modus operandi era distinto al de los otros dos asesinatos, pero era evidente que se había creado un decorado. Como había predicho Noel Gardner, el asesino no sólo alardeaba de su trabajo, sino también de conocer los movimientos de Hulan y de David. Se encontraron en la cocina.
– Mira esto, David -dijo ella, tendiéndole el pasaporte y las libretas de banco que había encontrado. Cuando él abrió el pasaporte, añadió-Viajaba a Los Angeles una vez al mes aproximadamente.
– Igual que Henglai.
– En efecto. Y fíjate en las libretas de banco. No llevo las de Henglai encima, pero, ¿no son estos depósitos iguales que los suyos?
David hojeó las libretas y le pareció que estaba en lo cierto.
– ¿Por qué está todo este dinero en Los Angeles?
Hulan miró en derredor. Los otros estaban en la sala de estar con el cadáver.
– Hay mucha inestabilidad en el gobierno -dijo en voz baja-. La gente prefiere tener su dinero en lugar seguro.
– Pero ¿cómo sabemos que este dinero procede de China? Podría tratarse de dinero americano.
– Si es así, ¿de dónde sale ese dinero?
– Esa es la cuestión -dijo él, cogiéndola por el codo-. Ven y mira esto. -La condujo hasta la puerta de la sala de estar. Un par de investigadores buscaban huellas dactilares. El patólogo Fong estaba inclinado sobre el cadáver-. ¿En qué se diferencia este asesinato de los otros?
Hulan miró los intestinos del suelo y el arco rojo de la pared.
– ¿Es sangriento? -aventuró.
– Es más que sangriento. Es ostentoso.
– Aún no sabemos qué mató a Billy y a Henglai -le advirtió ella-. Por lo que sabemos, también sus asesinatos fueron ostentosos.
David consideró esa posibilidad.
– Si., los dientes ennegrecidos, los órganos deshechos. Pero ninguno de nuestros patólogos pudo determinar la causa de la muerte de esos chicos. ¿Existe algún veneno en el que tu gente no haya pensado? Hablo de algo esotérico, algo exclusivamente chino, algo ostentoso.
– Existe la medicina tradicional china de hierbas -dijo ella dubitativamente-, pero es medicina.
– Las medicinas pueden ser tóxicas si no se utilizan correctamente.
– David, puede que tengas razón -dijo Hulan tras reflexionar unos instantes. Lo cogió del brazo-. Vamos. Tenemos que ir a ver a una persona.
Hulan dio varias órdenes a los otros investigadores, dijo unas palabras al patólogo Fong, llamó a Peter y luego echó una última mirada a la escena del crimen para memorizar los detalles. En el ascensor, dijo a Peter que iban al Instituto de Medicina Herbaria China de Pekín.
– Mis padres tienen una gran fe en la medicina tradicional china -explicó a David-. Mi padre dice que el doctor Du es el séptimo mejor médico en medicina herbaria china de todo el país.
Como la mayoría de los edificios más antiguos de China, el instituto de seis plantas no tenía calefacción. Los suelos estaban barridos, pero no los habían fregado quizá nunca. Hacía mucho tiempo que habían pintado las paredes y tenían huellas de dedos, manchas de líquidos y quién sabía qué más. El edificio era de hormigón armado y David, que era del sur de California, pensó con temor en la posibilidad de un terremoto. Aquél era justamente el tipo de estructura que se desmoronaba sobre sí misma con sólo que hubiera un terremoto de seis grados en la escala Richter.
No había letreros ni indicación alguna. Ambos caminaron por un pasillo sin ver a nadie. Giraron hacia otro pasillo en el que todas las puertas estaban cerradas. Por fin Hulan asomó la cabeza en un par de habitaciones de pacientes para preguntar por el doctor Du. En aquel momento, él vio la diferencia entre el concepto de convalecencia chino y el americano. En el instituto las habitaciones estaban amuebladas con sencillas camas de armazón metálica. Las sábanas parecían limpias, pero viejas y gastadas por el uso. Las colchas, de colores desvaídos y zonas remendadas, parecían haberse usado durante décadas. En todas las habitaciones los parientes se apiñaban en torno a la cama del enfermo, charlando, riendo y comiendo de cuencos humeantes llenos de fideos o arroz con verduras. Tanto visitantes como pacientes llevaban jerséis o chaquetas acolchadas para protegerse de la baja temperatura del hospital.
Por fin encontraron a una enfermera que les informó de que el médico se hallaba en su despacho del último piso. El ascensor no funcionaba, por lo que subieron a pie los seis pisos. En el último estaban los consultorios, y en cada uno de ellos había un médico sentado tras una mesa. Algunos parecían tomarle el pulso a un paciente, otros estaban simplemente sentados, mano sobre mano esperando a sus clientes. Llegaron al despacho del doctor Du, cuyas paredes estaban cubiertas de diagramas del cuerpo humano en los que se habían trazado las líneas de acupuntura. Las cortinas de las ventanas estaban rotas y descoloridas.
El doctor Du, un hombrecillo rechoncho, se levantó para saludarlos. Unas grandes patillas que le llegaban casi hasta la mandíbula hacían su rostro aún más redondo. Bajo los ojos tenía sendas bolsas en forma de media luna. Cuando Hulan se presentó, Du sonrió cordialmente y preguntó por su madre. Luego, por cortesía hacia David, pasó al inglés.
– He estado muchas veces en Estados Unidos -dijo-, para visitar a colegas de medicina china y disertar en sus universidades.
También he estado en Disneylandia y en el monte Rushmore. ¿Ha estado usted en esos lugares?
Al oír que David no había visitado el monte Rushmore, el doctor Du sacó unas cuantas fotos. Mientras David las miraba, Hulan explicó el motivo de su visita. Cuando terminó, Du se dirigió a David.
– Está usted en lo cierto. Muchas de nuestras hierbas y minerales son muy peligrosos si se toman en exceso. El cinabrio, por ejemplo. Sabes que tranquiliza el corazón y calma el espíritu. Piensas, me tomaré un poco más. Entonces enfermas gravemente, o mueres, porque el cinabrio contiene mercurio. ¿Conoce el ginseng? Se puede comprar en cualquier parte, incluso en un drugstore americano, ¿no? Piensas, eso ayudará a aumentar mi longevidad. Esto me hará más hombre. Te lo llevas a casa, lo calientas con un poco de agua y bebes mucho. Al día siguiente tienes la nariz ensangrentada. La vida se te escapa en lugar de aumentar.