– Si quisiera matar a alguien muy rápidamente -preguntó Hulan-, ¿qué usaría usted?
El viejo médico dio una palmada al comprender que la visita se debía a un asunto del MSP.
– ¡Ustedes quieren que les ayude! ¡Esto me gusta! Tenemos que tomarnos un té y lo pensaré. -Gritó hacia el pasillo y entró una mujer joven que sirvió té en vasos de agua y salió de la habitación de espaldas.
Du inquirió sobre las características físicas generales de las víctimas.
– Ambos eran hombres de veintipocos años.
– Muy jóvenes para morir, ¿no? -comentó el doctor Du, meneando la cabeza-: ¿Buscaron rejalgar en sus laboratorios? ¿Conocen esa palabra? Nosotros lo llamamos Amarillo Macho. El principio activo es el arsénico.
– Estoy segura de que lo comprobaron.
– Pueden decirme en qué estado se hallaban los cadáveres? Mientras Hulan le hacía un resumen clínico, el doctor se levantó para pasearse por la habitación. De repente se detuvo.
– ¡Lo sé! Tenemos un escarabajo en China que es muy vene noso. Nuestro escarabajo es negro con rayas amarillas. En Occidente también lo tienen. Nosotros lo llamamos ban mao. Ustedes lo llaman cantárida.
– ¿El afrodisíaco? -preguntó David.
– Podría servir para eso, o para hongos en la piel, dolores musculares, o quizá frito con arroz como tratamiento para el cáncer. Pero sólo con treinta miligramos -el doctor Du se señaló la punta del meñique para demostrar lo pequeña que era esa dosis-, ya estás muerto.
– ¿Síntomas?
– Exactamente los que acababan de decirme. Hemorragia estomacal, los riñones y el hígado se deshacen. Muy doloroso. ¡Deseas morir! ¿Y deja rastros el ban mao? El cuerpo te llega en un espantoso caos. Sólo un médico muy bueno, quizá tan sólo diez médicos en todo el mundo comprenderían lo que están viendo.
– ¿Y usted lo sabría por el daño causado a los órganos?
– No, no, no. -El doctor agitó el dedo de un lado a otro y una pequeña sonrisa asomó a las comisuras de su boca-. Lo sabría porque los dientes y las uñas se volverían negros.
– Igual que los de Billy y los de Henglai -dijo David.
El rostro redondo del doctor Du se ensanchó en una amplia sonrisa y una vez más dio una palmada de deleite.
La siguiente parada de Hulan y David fue el Ministerio de Seguridad Pública, donde visitaron al jefe de sección Zai. Pese a su título, el despacho de Zai era tan sencillo y poco agradable como el de Hulan. Zai escuchó con expresión grave mientras ella describía el hallazgo del cadáver de Cao, el descubrimiento subsiguiente de sus libretas bancarias y su pasaporte y la reciente visita al doctor Du. De vez en cuando Zai desviaba su atención hacia David para observar sus reacciones. A Hulan le habían advertido que no dejara que el narizotas viera cosas desagradables. Un cadáver con las tripas esparcidas por el suelo infringía claramente esa orden.
– Hemos seguido la información que se nos ha proporcionado -explicó Hulan. Relató las entrevistas con el embajador Watson y Guang Mingyun. Cuando mencionó que este último y su padre habían estado en el mismo campo de prisioneros de la provincia de Sichuan, Zai no pareció especialmente interesado.
– Sí, su padre y Guang Mingyun estuvieron juntos en Pitao. A mí también me enviaron allí, ¿sabe? Por supuesto, para entonces ellos ya se habían ido.
Hulan pareció azorarse.
– Sabemos ahora que las vidas de los dos chicos estaban definitivamente entrelazadas-se apresuró a añadir-. Cao Hua era mi última esperanza de conseguir información libremente. Si queremos obtener más tendremos que usar métodos alternativos.
– Pero los príncipes no están acostumbrados a ellos -señaló Zai.
– Lo sé, por eso hemos venido a verle. ¿Quiere el Ministerio que vuelva a hablar con los Gaogan Zidi? ¿Quiere que volvamos a ver al embajador americano?
– Consideremos la cuestión del dinero -sugirió Zai, volviéndose hacia David-. Los delitos financieros son un fenómeno nuevo en China, por lo que no siempre sabemos distinguirlos con la necesaria diligencia. Podemos ponernos en contacto con el Banco de China, que es el principal banco comercial de nuestro país. Estoy seguro de que sus funcionarios cooperarán y nos darán detalles sobre las cuentas que nos interesan.
– ¿No necesitan un mandamiento judicial? -preguntó David por segunda vez aquel día.
– El banco pertenece al Estado -dijo Zai con realismo-. Tenemos derecho a esa información.
– Además, aquí no existen los mandamientos judiciales -añadió Hulan.
– Pero me preocupa menos lo que podamos encontrar en las cuentas de aquí -continuó Zai- que saber a dónde iba a parar el dinero cuando abandonaba nuestro país. ¿Podría ser que estuvieran jugando con las cotizaciones en Bolsa?
– Para eso habrían de tener conexiones en el banco -dijo Hulan, escéptica.
– Tiene razón. No creo que fuera posible. Habría demasiada gente vigilando, serían demasiados los sellos oficiales que habrían de obtener. No podrían moverse con la rapidez suficiente.
– Y ese tipo de corrupción implica la pena capital -le recordó Hulan.
– No creo que el asesino tema las consecuencias. Eso es lo que preocupa.
– ¿Porqué?
– ¿Por qué? -Su tono denotó sorpresa-. Alguien está ganando mucho dinero. Quién, no lo sabemos, pero ya se han cometido tres asesinatos, inspectora. La cuestión no es con quién va a entrevistarse a continuación, sino si debería continuar. Esos asesinatos son terribles, pero usted ha hecho cuanto estaba en su mano, En cuanto al fiscal Stark, es abogado, no investigador. Ha venido a China para ayudarnos, y lo ha hecho. Pero quizá debamos aceptar el hecho de que el asesino es demasiado listo para nosotros. Seguramente es un miembro de las tríadas, demasiado inteligente, demasiado escurridizo.
– No he hecho un viaje tan largo para irme de balde -le interrumpió David.
– El asesino ha tenido la cortesía de enviarles a usted y a la inspectora Liu una advertencia. No creo que la próxima vez se limite a avisarles.
– Tiene razón. Sólo soy abogado, no investigador profesional, pero una cosa sí sé: comete usted un error al querer abandonar esta investigación.
– ¿Qué haría usted, señor Stark? -preguntó Zai tras una breve reflexión.
– Por sus pasaportes sabemos que Cao y Guang realizaban viajes periódicos a Los Angeles. También sabemos que tenían grandes sumas de dinero allí. Quiero saber por qué, y quiero saber que participación tenia Billy en ese asunto. Creo que si seguimos la pista del dinero, la vida y la muerte de esos tres acabará aclarándose.
– Seguir la pista del dinero -dijo Zai pensativamente-. Sí, tiene usted razón. Eso es exactamente lo que deben hacer.
– Pero eso significa viajar hasta California -dijo Hulan.
– Cierto, pero así se quitarían de en medio. Creo que ambos estarían seguros allí. Acompáñenme -dijo, levantándose-. Tenemos que hablar con el viceministro.
Mientras Zai y Hulan describían los pormenores del caso, el enjuto viceministro se limitaba a escuchar, fumando un cigarrillo y tomando notas. Cuando terminaron, el silencio se adueñó de la habitación. El humo del Marlboro del viceministro arremolinó en torno a su rostro. Dio unos golpecitos sobre su cuaderno de notas hasta que por fin habló con tono tenso.
– Pueden marcharse.
– Rogamos al viceministro que considere toda esta información -dijo Zai, y por primera vez David oyó su tono de súplica.
– Digo que ella puede marcharse. A América -explicó Liu-. Confío en usted, jefe de sección Zai, para que realice los trámites necesarios rápidamente. Cuanto antes se cierre este caso, mejor para nuestros dos países.