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Tras aparcar en el garaje subterráneo que había frente a la fiscalía, al otro lado de la calle, Campbell siguió representando el papel de anfitrión entusiasta. Mientras subían hasta la plaza por las escaleras mecánicas, preguntó a Peter si había visto antes un aparcamiento subterráneo (no lo había visto), si había usado un, escalera mecánica alguna vez (si, la había usado), o si le gustaba la comida rápida (le encantaba los McDonald)

En el ascensor, Campbell preguntó si la policía china tenía grandes dispositivos de seguridad en su central, pero al oír esto Peter enmudeció. Se suponía que no debía responder a preguntas que pudieran considerarse como susceptibles de traicionar secretos de Estado al FBI, y eso era exactamente lo que Campbell había intentado comprobar con su cháchara campechana. En lugar de contestar, Peter se dirigió a Hulan en voz baja. Campbell pregunto a Hulan de que hablaban en tono jovial y ella le lanzo una mirada críptica.

– El investigador Sun dice que habla usted mucho para ser un demonio negro.

Cuando salieron del ascensor y David abrió la puerta de seguridad, el ahogado se dijo que la técnica interrogatoria usada por Jack: ser amable, hacer un montón de preguntas inofensivas y deslizar alguna otra importante de vez en cuando, se ajustaba al libro. Peter, por su parte, hacía lo que, según había aprendido David en los días anteriores, mejor se les daba a los chinos: no responder jamás a una pregunta directa a menos que la respuesta careciera de sentido.

Jack los condujo por el pasillo hasta el despacho de Madeleine. Una vez más, David observó con ojos nuevos el pasillo, a los pocos abogados que se preparaban para comparecer ante los tribunales al día siguiente, e incluso el despacho de Madeleine. Qué diferente era aquello del Ministerio de Seguridad Pública con sus corrientes de aire, su mobiliario por lo común oscuro y austero y la sensación entre sus ocupantes de que otros los vigilaban y escuchaban continuamente. Lo que a David le había parecido siempre utilitario y mediocre era ahora natural y luminoso. Las puertas abiertas sugerían una atmósfera de convivencia; no había secretos entre aquellos colegas.

Madeleine y Rob los recibieron cordialmente. Se estrecharon las manos, se pronunciaron más tópicos sobre la colaboración entre los dos países y luego se produjo un intercambio de regalos. David se sorprendió de lo bien preparados que estaban Madeleine, Rob y los chinos para aquella visita. Allí estaban Rob y Madeleine entregando camisetas del Departamento de Justicia, Jack y Noel entregando insignias y gorras de béisbol del FBI, y los chinos ofreciendo placas en rojo y dorado para todos. Más apretones de manos, más inclinaciones de cabeza. Más sonrisas y palmaditas en la espalda. Luego los llevaron a una sala de reuniones.

Los del FBI habían hecho milagros para tenerlo todo a punto. Habían colocado los gráficos de David sobre caballetes. En las pizarras había tiza nueva. A ambos extremos de la larga mesa había sendas pantallas de ordenador. Sobre un aparador había una bandeja de bocadillos, refrescos y una cesta llena de patatas fritas variadas.

– Espero que no le importe, Stark, pero me he tomado la libertad de disponer las cosas aquí -explico Jack-. Tenemos más espacio y podemos comer mientras trabajamos.

No quedaba más remedio que ponerse manos a la obra. David expuso un breve resumen de su viaje a China, terminando con la visita al doctor Du.

– En Washington -dijo Campbell, tan pronto como concluyó-, tenemos los ordenadores de la más alta tecnología para análisis patológicos del mundo. Si a esos chicos los mataron con la cantárida, nuestros chicos lo descubrirán.

David se acerco a los caballetes y miró a Hulan y a Peter.

– Hemos hablado con un montón de gente, pero sigo convencido de que todo esto nos llevará al final a las tríadas. No sé cuánto saben ustedes sobre ellos.

– Sabemos mucho -dijo Hulan inmediatamente-. La historia de las sociedades secretas, como las llamamos nosotros, empezó hace dos mil años con un grupo llamado los Cejas Rojas. A mediados del siglo xiv el Loto Blanco ayudó a instaurar la dinastía Ming. Pero lo que consideramos las primeras tríadas modernas se remontan a 1644, cuando los mongoles invadieron China, derrocaron a los Ming y establecieron la dinastía manchú.

– En el sur, de donde soy yo, la gente no quería arrodillarse ante los gobernantes manchúes -dijo Peter con su leve acento. Mientras hablaba, David comprendió que ni Peter ni Hulan serían observadores pasivos durante su visita. Tenían información, querían compartirla-. Guerreros imperiales fueron a un monasterio para matar a los últimos monjes, que eran audaces en las artes marciales y feroces en la batalla. Los monjes eran miembros leales de lo que parecía ser la última sociedad secreta y dedicaban sus esfuerzos a destronar a los corruptos manchúes. Tras el ataque, sólo sobrevivieron cinco monjes. Esos hombres fundaron la Sociedad del Cielo y la Tierra. Hoy en día todas las tríadas, cientos de ellas en todo el mundo, tienen su origen primero en aquellos cinco monjes.

– Sé que quieren ustedes hablarnos de las maldades de otras sociedades secretas -dijo Hulan-, pero espero que comprendan que esos grupos han sido importantes en la historia de China, Hong Kong e incluso Taiwan.

– La gente pasaba calamidades bajo el gobierno de los manchúes -continuó Peter La gente recurría a las triadas buscando justicia contra los criminales, o bien para resolver disputas o pedir dinero prestado.

– Y en Estados unidos -dijo Hulan, retomando el hilo-, si conocen ustedes su propia historia, sabrán que las triadas, todos las llamaban así, ayudaban a los inmigrantes chinos que vinieron a trabajar en la construcción del ferrocarril. Estoy segura de que habrán oído llamarlos hombres hacha, y si, usaban hachas como armas cuando luchaban por territorios o posesiones. Pero las tríadas también alimentaban a los inmigrantes cuando éstos eran demasiado pobres para comprarse comida. Ayudaban a los hombres cuando tenían problemas con la ley. Cuando un trabajador moría, enviaban sus huesos a China para que lo enterraran adecuadamente.

– Cuando cayeron los manchúes -prosiguió Peter, impaciente por contar su parte de la historia-, el doctor Sun Yat-sen, ¿han oído hablar de él?, huyó a Estados Unidos. Era miembro de distintas sociedades secretas desde su adolescencia. Cuando regreso a China para convertirse en presidente de la República, era uno de los miembros principales de la Sociedad Chung Wo Tong y de la Kwok On Wui de Honolulu y Chicago.

– Pero no nos gustan las tríadas -aclaró Hulan-. Sun Yat-sen y su sucesor Chiang Kai-shek permitieron a las tríadas obrar a su antojo. Las triadas extorsionaban a los pobres, obligaban a las mujeres a prostituirse y vendían droga a la gente. Eran gángsters que hicieron todo lo posible por matar a los líderes comunistas. Al final, como saben, Chiang y sus amigos criminales huyeron a Taiwan.

Aunque los tres americanos conocían gran parte de esta historia, guardaron silencio; Jack y Noel porque aún estaban estudiando a los chinos, y David porque le intrigaba la mezcla de admiración y desdén que sentían aquellos agentes chinos por las tríadas. ¿Consideraba realmente Hulan que el Kuomintang y los taiwaneses eran criminales, o lo decía porque le estaba oyendo Peter?

En cualquier caso, había algo más importante. Aquellas dos personas estaban cambiando ante los ojos de David. Peter disfrutaba compartiendo sus conocimientos, y la reserva que parecía envolver permanentemente a Hulan empezaba a disiparse. Ya no desviaba los ojos de los de David cuando estaban con otras personas; ya no se ocultaba.