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A las dos de la tarde, embotados por la excitación y la fatiga, volvieron a meterse todos en la furgoneta y recorrieron las escasas manzanas que los separaban del hotel Biltmore. David acompañó a los agentes chinos hasta la recepción. Mientras Hulan rellenaba los impresos, Peter contemplaba boquiabierto el elegante vestíbulo, los grandes ramos de flores recién cortadas, las mullidas alfombras que resplandecían bajo sus pies, la sinuosa escalinata y los techos con sus adornos estarcidos. David recordó a todos que debían estar preparados al cabo de dos horas. No tenían tiempo más que para una cabezada y una ducha antes de reunirse de nuevo para la primera de las excursiones de Jack.

Fue Jack quien llevó a David a su casa de Beachwood Canyon. Este se sentía lúcido y muy despierto. Se puso ropa deportiva y salió a correr alrededor del lago Hollywood Reservoir. Luego se duchó, vistió pantalones de tela caqui, una camisa limpia y un suéter de cachemira, y cogió el coche para reunirse en el Biltmore con los demás.

Una vez dentro de la furgoneta de Jack, éste puso rumbo hacia el oeste, hacia la playa. Peter jugueteaba con su cámara fotográfica y charlaba animadamente con Noel. David y Hulan estaban juntos en el último asiento. También ella se había cambiado de ropa. Llevaba una falda de seda de color melocotón cortada al bies y una blusa bordada de seda color crema. Como antes le ocurriera en el avión, su cercanía embriagó los sentidos de David.

En Venice, Jack enfiló por una calle lateral y se detuvo frente al 72 de la calle Market, a una manzana del océano. Jack entregó las llaves de la furgoneta al encargado del aparcamiento.

– Vamos a dar un paseo antes de que se ponga el sol -le dijo-. Volveremos para la cena.

Al ver a Peter, David se dio cuenta de que realmente parecía extranjero, con su traje de poliéster a cuadros y su chaleco tejido a mano, y le preocupó que pudiera perderse, pero Jack ya había pensado en ello.

– Investigador Sun, esto es muy importante. No se aparte de nosotros. ¿De acuerdo? Si se pierde, recuerde dónde hemos dejado el coche. Vuelva aquí. ¿Comprende?

– Dong, dong -respondió Peter, asintiendo con entusiasmo y pasando al mandarín.

– No se aleje -repitió Campbell-. Es muy importante.

– Dong, dong.

– Lo ha entendido, señor Campbell -dijo Hulan.

– Bien, pues vamos allá.

Llegaron a la playa y torcieron hacia el norte. El aire tenía un

tacto balsámico después del frío invernal de China. Habían ido a

la playa en la hora perfecta. Las multitudes del fin de semana

habían vuelto ya a casa, pero el paseo gozaba aún de la animación

de raperos, vagabundos, patinadoras en tanga y adolescentes haciendo acrobacias con sus bicicletas. Los puestos al aire libre ofrecían camisetas, gafas de sol, zapatos, maletas y vestidos llamativos.

Mientras paseaban (los agentes del FBI delante con Peter),

Hulan cogió a David de la mano. El la miró y se preguntó una vez

más cómo había podido transformarse de aquella manera en unas pocas horas. Hulan seguía siendo hermosa y las mismas guedejas de cabellos le rodeaban la cara, pero tenía un aire relajado, muy diferente de la reservada Hulan de Pekín.

Cuando llegaron al viejo Venice Pavilion, el paisaje se ensanchó y aumentó la cantidad de transeúntes. David los alejó de la muchedumbre para que pudieran contemplar la puesta de sol. Cuando volvían hacia el restaurante, Peter se metió en un quiosco donde vendían zapatos y salió con dos pares.

– Piel auténtica -dijo con incredulidad-. ¡Más baratos que en Pekín!

Luego se compró unas gafas de sol y Hulan un vestido suelto con estampado de flores. Después de aquello, se detuvieron en todos los puestos para examinar el precio y la variedad de las camisetas. Hulan se compró un juego de tres por diez dólares, y Peter los sorprendió a todos regateando con una mujer que hablaba sobre todo en español hasta conseguir tres camisetas por ocho dólares.

Llegaron al restaurante a la hora prevista.

– Tenemos un departamento de protocolo -explicó Jack- que se ha encargado de estudiar sus costumbres. -Peter se puso serio, pero cambió al instante cuando oyó a Jack dirigirse al camarero-. Tráiganos una botella de whisky escocés, un cubo con hielo y vasos para brindar. De lo demás me encargaré yo.

Luego, Jack llenó los vasos animadamente, los pasó a los demás de uno en uno y luego alzó el suyo.

– Creo que la palabra es ganbei -dijo.

– Ganbei!

– Ganbei!

– ¡Fondo blanco!

Para la segunda ronda, Jack echó hielo en los vasos, pero debido al cambio horario y que tenían el estómago vacío, el licor acabó por disipar cualquier inhibición.

Hulan tradujo las palabras difíciles del menú e intentó explicar a su compatriota los ingredientes que llevaban platos como el ajiaco con papaya o los raviolis frescos con mascarpone. Peter fue prudente y pidió el pato «hecho al estilo cantonés», que resultó ser un cuarto de pato entero. Peter lo miró, perplejo, y luego emitió un gruñido de contento cuando depositaron un plato con un enorme bistec, grueso, aromático y en una sola pieza, delante de Jack Campbell. Peter aguardó a que Hulan cogiera cuchillo y tenedor y empezara a cortar su carne en trozos pequeños antes de atacar la suya con los bárbaros utensilios.

Cuando regresaron al hotel, todos estaban ahítos de comida y bebida, y a David le pareció un milagro que a Jack no le hubieran detenido por conducir bajo los efectos del alcohol. Al llegar al Biltmore, David, Hulan y Peter se apearon. Peter bostezó, dijo adiós con la mano y desapareció por la doble puerta del Biltmore con sus compras en la mano. Hulan le siguió inmediatamente después.

David aguardó bajo el frío aire nocturno. Cuando su coche apareció por la esquina, le dio un billete de diez al mozo, volvió a meterse el ticket en el bolsillo y entró en el hotel. Al llegar a la habitación de Hulan, llamó quedamente a la puerta. Ella la abrió y lo atrajo hacia el interior. Se lanzaron con frenesí a desabrochar botones y bajar cremalleras, despojándose mutuamente de seda y algodón, gabardina y cachemira. La piel de Hulan era cálida bajo las caricias de David. Ella buscó sus labios con los suyos. El aroma de ella llegó a él como de un sueño lejano. Hacía doce años que no estaban juntos de aquella manera, pero las manos y los labios de David parecían recordar cómo tocarla. Poco a poco sus frenéticas caricias se disolvieron en un ritmo lánguido. El resto de la noche fue más dulce y más salvaje de lo que él podía haber imaginado. Pero por aguda que fuera la primitiva sensación del dolor de la pasión y el exquisito placer del orgasmo, una parte de David se mantuvo distante. Amaba a Hulan, pero sabía que debía ser precavido con ella.

12

3 de febrero, Chinatown

– ¿Ha dormido bien, inspectora Liu? -le preguntó Peter Sun en la cafetería cuando ella se sentó junto a él a la mañana siguiente.

– Muy bien, gracias -contestó ella.

– Toda la noche me he estado preguntando si su sueño era apacible o si soñaba con viajar a Kaifeng -prosiguió Sun con gesto serio-. Pero he pensado: Liu Hulan es una persona sensata. No es porcelana con marcas.

Hulan no pudo evitar sonrojarse ante aquellas insinuaciones. La ciudad de Kaifeng sonaba igual que kai feng, que significaba «romper el sello» y a menudo se utilizaba para describir la noche de bodas. La metáfora de la porcelana era una expresión tradicional para designar a las mujeres de vida licenciosa