– Depende del peso -respondió el inspector, sacando una calculadora de bolsillo-. Pero siendo moderados, si tomamos un precio de quinientos dólares el gramo por sales de bilis puras, podrían obtenerse unos dos mil por cada frasco una vez cortada y adulteradas. Por lo tanto, si suponemos que hay unas dos docenas de frascos, eso hará un total de cuarenta y ocho mil dólares. Más treinta o cuarenta gramos en la bolsita, y es sólo una cantidad aproximada, nos dan entre quince y veinte mil dólares, si el producto es puro. Eso se traduce entre sesenta y ochenta mil mas una vez adulterado. En total, estamos delante de uno ciento veinte mil dólares. No está mal para un solo viaje.
– Joder -suspiró Jack Campbell.
– Creo que será mejor que le echemos otro vistazo a las pertenencias del señor Hu -dijo David.
Minutos después, habían descubierto otro escondite para la bilis de oso en polvo en la olla para arroz y en el termo que Hu Qichen llevaba para sus «parientes». Los inspectores de aduanas registraron luego con mayor detenimiento el equipaje de ambos hombres, rasgando forros, y examinando todas las botellas y recipientes. En un tarro que parecía contener pomada, hallaron un trozo de carne seca del tamaño de una pera pequeña. Era una vesícula biliar entera. En total, a los dos chinos se les confiscó un mínimo de doscientos cincuenta mil dólares en productos derivados del oso.
En medio de aquella excitación, Hu Qichen y Wang Yujen quedaron temporalmente olvidados. Pero una vez halladas las pruebas, pesadas y catalogadas, volvieron a acaparar la atención. Hu Qichen demostró ser poco razonable y mantuvo su arrogancia. Wang Yujen, por el contrario, parecía ser mucho más consciente de que se hallaba metido en un buen lío, y no había dejado de temblar y farfullar en todo aquel tiempo. Ambos fueron arrestados y enviados al centro de detención de Terminal Island.
David y Hulan se sentaron en una de las salas de interrogatorio para beber sendos cafés en vasos de papel. El caso había dado un giro de 180 grados y ninguno de los dos parecía saber qué debían hacer a continuación.
– Bueno -dijo al fin David-, hemos encontrado el producto y sabemos por qué los chicos querían que Sammy Guang les ayudara. El podría haber pasado fácilmente la bilis a sus amigos de Chinatown.
– Pero ¿por valor de un cuarto de millón de dólares? -dijo Hulan. Meneó la cabeza-. No, esto era un negocio mucho más grande. Los chicos y quienesquiera que fueran sus socios deben de haber introducido millones de dólares de ese producto.
– Sí, joder si es grande -comentó Campbell a nadie en particular.
– Vamos -dijo David-. Volvamos a mi oficina. Tenemos que hablar con Laurie Martin.
Cuando David, Hulan y Peter entraron en el despacho de Laurie una hora más tarde, la encontraron agachada, dándose un masaje en los tobillos hinchados. Mientras David le explicaba lo que acababan de descubrir, ella lo contempló con expresión sardónica.
– En la fiscalía siempre se han reído de esos casos. ¿Ahora vienes a pedirme ayuda?
– Yo nunca me he reído.
Laurie le lanzó una mirada que indicaba lo contrario, pero la dejó pasar.
– ¿Y esto tiene algo que ver con el cadáver que encontraste en el barco de inmigrantes? -preguntó ella. David asintió, luego le dio cuenta de los hechos desde el hallazgo del cadáver en el Peonía, el cadáver de Pekín, las tríadas y finalmente la bilis de oso-. A mí no me parece nada raro -dijo Laurie con las manos enlazadas sobre el abultado vientre de embarazada-. Me suena exactamente al tipo de movimiento que harían las tríadas.
Al oír esta afirmación, David y Hulan empezaron a bombardearla a preguntas. Finalmente Laurie alzó las manos pidiendo silencio.
– Según la Interpol -dijo-, se mueven alrededor de diez mil millones de dólares al año en el tráfico internacional de vida salvaje. Unos cinco mil millones de dólares se obtienen de manera ilegal. En California, sólo el tráfico ilegal de piezas de oso se calcula en unos cien millones de dólares. ¿Saben dónde lo coloca eso? -preguntó a los chinos. Hulan negó con la cabeza-. Genera más beneficios que la venta ilegal de armas y sólo le supera el narcotráfico. Pero es diez veces más probable encontrar a alguien paseando por la calle con animales salvajes encima en forma de cartera, zapatos o cinturones, que con drogas. Piensen en ello.
– Si es así, ¿por qué tenemos todos ese tipo de cosas?
– Porque no es ilegal poseer animales salvajes -respondió Laurie-. Podría usted meterse en un desfile con un oso panda, una de las especies con mayor peligro de extinción del planeta, y no ocurriría nada. Pruebe a hacerlo con una ametralladora o heroína y se enfrentará con una larga condena. Pero como ya sabes, David, perseguimos ese tráfico siempre que podemos.
– ¿Los caracoles?
– Sí, pero también otros casos. Hace un par de años tuvimos un caso de bilis de oso. No sé si entonces ya estabas tú aquí. En la aduana del aeropuerto de Los Angeles abrieron la bolsa de un tipo y encontraron píldoras, frascos, cosas que parecían trozos de mierda. Resultó que el infractor llevaba cinco kilos de bilis de oso por un valor aproximado de un millón de dólares de entonces. El resto lo formaban varios compuestos, inofensivos en su mayoría, pero bastó para que lo condenaran a veintiún meses de cárcel.
– Volvamos a lo que has dicho antes sobre las tríadas -le instó David-. ¿Cómo encaran en esto?
– ¿No me estás escuchando? -repondió ella con tono irritado-. Se trata de un gran negocio. Prácticamente no hay competencia. El mercado está en alza, y el riesgo es mínimo. No hay un agente de la DEA oculto a la vuelta de cada esquina, ni confidentes en las sombras, ni competidores intentando desbancarte, Y si te cogen, en lugar de veinte años en una penitenciaría federal, te dan una palmada en la mano. Pero no sólo son las triadas. También se están metiendo en este negocio muchos grupos diferentes del crimen organizado.
– ¿Como cuáles?
– Los defensores de la supremacía blanca, los Hombres Libres, los Víboras, todos esos chalados de Montana y Idaho. La caza furtiva de osos negros americanos para vender las patas y las vesículas biliares es una de las principales fuentes de recursos de los grupos paramilitares. Después se vende el producto en los barrios chinos y coreanos de todo el país, además de exportarlo a Asia,
– Billy y Henglai debían de comprar vesículas biliares a los vaqueros -apuntó Hulan, pero David no se mostró tan convencido.
– ¿Y sino eres un defensor de la supremacía blanca? -preguntó a Laurie-. ¿Se dedica la gente normal a matar osos para ganar dinero?
– ¿Dónde has estado? -replicó Laurie-. Se matan unos cuarenta mil osos al año en este país, y la mayoría de ellos de manera legal, con permisos y demás. Incluso un cazador de fin de semana puede sentirse tentado de recuperar el dinero que le ha costado la licencia de caza y la gasolina.
– ¿De cuánto dinero estamos hablando?
– ¿Por una vesícula biliar fresca? Según tengo entendido, desde dos mil dólares hasta ochenta mil -respondió ella.
– Eso es mucho dinero en Montana -dijo David.
– Eso es mucho dinero en cualquier parte -le corrigió Hulan.
– Por ese motivo se hallan osos muertos por todo el mundo los que sólo les falta la vesícula biliar -continuó Laurie-. En China, se caza un oso y se vende su vesícula biliar, o se vende el oso vivo a una granja de osos, por unos quinientos dólares; eso es más de un año de salario. Un incentivo realmente bueno, desde luego, salvo por una cosa: China tiene la legislación más dura del mundo, puesto que sus osos corren un peligro de extinción mayor que en cualquier otra parte del mundo. El oso malayo, el oso negro asiático, el panda, todos ellos están en la lista de la CITES, pues están en peligro de extinción. Si matas un oso panda en China, que, por cierto, no segrega el tipo de bilis que se busca porque no es un auténtico oso, te condenan a muerte. Si matas un oso malayo, te verás confeccionando zapatillas en la fábrica de alguna prisión el resto de tu vida. ¿Criar osos y vender la bilis? Totalmente ilegal, pero ocurre en China.