La reacción de Zhao sorprendió a David.
Que se joda mi madre! Alguien dice, ve a América, vuelves a casa, ganas un poco de yuan. Yo pienso, quizá gano bastante para comprar un coche. Quizá pueda ser chófer para extranjeros. Pero le diré lo que ocurre. Vengo a América. El policía me mira la boca. Me mete los dedos en el culo. Yo pienso, lo próximo que hace este hombre es meterme una bala en la cabeza. Mis hijos se quedarán sin padre. Mi mujer se casará con Zhou, el de los fideos. Hace muchos años que tiene los ojos puestos en ella. Pienso, quizá no quiero comprar un coche. Quizá quiero seguir vivo. Mejor ser un hombre pobre en China que un muerto en este horrible lugar. ¡Que se joda su madre!
La diatriba, lanzada en tono estridente y agudo, terminó tan abruptamente como había empezado. Se produjo un silencio sepulcral, luego Spencer Lee se echó a reír.
– Siéntese, señor Wang. Tómese una taza de té.
– Eaaah -gruñó Zhao, aún enfadado.
Durante los minutos siguientes, les sirvieron el té y Spencer Lee examinó la mercancía. Cuando la vio, Zhao fingió curiosidad una vez más.
– ¿Qué tiene ahí?
– Bilis de oso.
– ¿Meto esto en el país para usted y usted no me lo dice?
– No, pero le pagaré, ¿recuerda?
– ¿Dónde lo consigue? -preguntó Zhao mientras Spencer Lee evaluaba los cristales.
– No es asunto suyo.
– Usted me cuenta cosas, yo comprendo. La próxima vez que hago este viaje para usted, haré un trabajo mejor.
Se hizo el silencio mientras Spencer Lee sopesaba la cuestión.
– Si. De acuerdo. Ha hecho un buen trabajo. Ha llegado hasta aquí, ¿verdad? -Zhao no respondió-. En la provincia de Jilin hay demasiados coreanos. No son de fiar y el precio es demasiado alto. La provincia de Heilongjiang es demasiado remota, cercana a Pekín si puedes viajar en avión, pero peligrosa, y es demasiado difícil transportar la mercancía hasta Pekín por tierra. Así que conseguimos nuestros productos derivados del oso en la provincia de Sichuan.
– Allí fue donde estuvo Guang Mingyun en el campo de trabajos forzados -dijo Hulan en la furgoneta.
Sí, pensó David, y también tu padre y el jefe de sección Zai. La transmisión se reanudó con Spencer Lee.
– Hay cientos de granjas de osos en los alrededores de Chengdu y a la policía no le importa quién compra ni quién vende. ¿Sabe lo que quiero decir? Vamos al aeropuerto. Le decimos a los funcionarios que nuestra bilis de oso procede de una granja con licencia. Todo es legal. No hay ningún problema.
– ¿Por qué una parte va en botella y otra va suelta?
– Diferentes productos, diferentes granjas, el mismo precio.
– Pero el de la botella es Panda Brand. Esa compañía es de Guang Mingyun.
– ¿Guang Mingyun trabaja para usted?
En la furgoneta, cuando Hulan tradujo las últimas frases, David se maravilló de la destreza con que Zhao jugaba con el ego de Lee.
– Guang Mingyun tiene muchos negocios -fue la enigmática respuesta de Lee.
– Comprendo -dijo Zhao como si estuviera sumido en honda reflexión-. Guang Mingyun también es Ave Fénix.
– Un hombre curioso puede convertirse en un hombre muerto -señaló Lee-. A Guang Mingyun le gusta el dinero. A mí me gusta el dinero. A usted le gusta el dinero. Eso es todo lo que hay que saber.
Con nerviosismo, Zhao volvió a adoptar su papel de adulador.
– Me usará para la próxima vez, ¿verdad? Yo traigo más para usted, quizá pueda trabajar para usted. ¿Quizá pueda quedarme en América?
– Ya veremos -dijo Spencer Lee.
– ¿Qué quiere que haga ahora? ¿Tiene otro trabajo para mí?
– Vuelva a China como estaba previsto. La próxima vez que necesite a alguien, haré que Cao Hua se ponga en contacto con usted. -En la furgoneta, el equipo oyó el sonido de tazas de té al ser depositadas, el chirrido de una silla al moverse y el de Spencer Lee abriendo la cartera-. Aquí está su dinero. Haré que alguien le lleve a un motel. Quédese allí. No se meta en líos. Mañana lo llevaremos al aeropuerto. Ha hecho un buen trabajo para nosotros. Lo recordaré para la próxima vez.
Cuando Zhao empezó a dar las gracias profusamente, Hulan dijo:
– Esa es nuestra señal. Vamos.
El grupo se dirigió a la puerta principal y llamó al timbre. Cuando Spencer Lee salió a abrir, Jack Campbell le dijo:
– Queda arrestado. Tiene derecho a guardar silencio…
Aun esposado y sentado en una sala de interrogatorios de una prisión federal, la arrogancia de Spencer Lee no dio muestras de disminuir. De hecho, parecía aún más altanero. Hasta entonces había rechazado su derecho a un abogado o a una llamada telefónica. Parecía convencido de que podía librarse mediante su ingenio. Sólo los cigarrillos que fumaba sin parar delataban su tensión.
Ante la insistencia de David, a Hulan y a Peter se les negó la entrada. Desde donde se hallaban, junto a un cristal que del lado de la sala de interrogatorios era espejo, veían el perfil de Spencer Lee sentado a una mesa frente a David. Apenas unos centímetros separaban sus rostros y la vehemencia con que hablaban ambos era perceptible incluso a través del cristal.
– ¿No es un hecho que es usted uno de los lugartenientes de la banda del Ave Fénix?
– ¿El Ave Fénix? Ya se lo dije el otro día, somos una organización fraternal.
– Usted y sus secuaces fletaron el barco Peonía de China en diciembre del año pasado. A principios de enero, recogieron inmigrantes chinos y los trajeron a América. Su tripulación desertó del barco.
No hubo réplica.
– ¿A quién compra la bilis de oso en China?
De nuevo la pregunta quedó sin respuesta.
– ¿Cómo encajaban Billy Watson y Guang Henglai en su esquema?
– No conozco esos nombres.
– ¿No eran correos de su negocio?
– No sé de qué negocio está hablando -dijo Lee sin inmutarse. -Hábleme de su relación con Guang Mingyun.
– ¿Guang Mingyun? -Lee dejó que el nombre se prolongara como sopesándolo.
– Esta tarde ha hablado con el señor Zhao sobre Guang Mingyun.
– Debe de haber un error. -Lee encendió otro cigarrillo.
– Se lo preguntaré una vez más -dijo David con calma, pausadamente-. ¿Le importaría explicar qué relación tiene Guang Mingyun con el contrabando de productos medicinales derivados de animales en peligro de extinción?
– Empiezo a cansarme de estas preguntas.
– Veo por su pasaporte que realiza viajes entre Estados Unidos y China con cierta regularidad.
– Un mes aquí, un mes allá. No hay diferencia.
– No todos los chinos consiguen un visado tan fácilmente -espetó David.
– La embajada americana… -Lee vaciló.
– Sí?
– Tengo buenas relaciones con la embajada americana. -El humo del cigarrillo se arremolinó en torno a su rostro.
– ¿Me está dando a entender que paga sobornos para obtener los visados?
– Señor Stark -dijo Lee, inclinándose hacia él-, no tiene pruebas de nada. ¿Por qué no deja que me vaya a casa?
– Tengo una pregunta más concerniente a su pasaporte -dijo David, mirando a Lee a los ojos.
– Adelante.
– Un pasaporte, como ya sabe, registra las fechas de entrada y salida.
– ¿y?
– Veo que estuvo usted en Pekín poco más de un mes desde el diez de diciembre al once de enero.
– El Peonía de China se fletó el once de diciembre. Era un barco grande, de modo que se tardó dos días en cargar. Fueron el uno y el dos de enero. El tres de enero se hizo a la mar. Pero usted ya sabe todo esto, claro está.
– Ya le he dicho que no sé nada de ese barco.
– Durante ese período de tiempo se produjeron otros dos acontecimientos en Pekín que me interesan. El treinta y uno de diciembre desapareció Billy Watson, el hijo del embajador americano. Ese mismo día, o alrededor de ese mismo día, desapareció también Guang Henglai, el hijo de Guang Mingyun, y estoy seguro de que usted sabe que el cadáver de Henglai fue hallado a bordo del Peonía. Quizá lo más intrigante desde mi punto de vista es que el cadáver de Billy Watson fue hallado el diez de enero. ¿Y por qué es interesante? Porque al día siguiente, usted tomó un avión en dirección a Los Angeles.