Varias horas más tarde les despertó el teléfono.
– ¿Si? -dijo Hulan con tono somnoliento.
Ella y David estaban tumbados del lado izquierdo, acurrucados. David le había pasado el brazo izquierdo por la cintura tenía la mano en su seno izquierdo. Hulan notó que esa mano empezaba a recorrerla al tiempo que la voz del teléfono le dijo en culto mandarín:
– Tenemos algo de que hablar. Por favor, reúnase conmigo en el Café del Jade Verde de Broadway. Por supuesto, puede llevar con usted al señor Stark.
Hulan colgó y apartó la mano de David. En voz baja le comunicó lo que acababan de decirle. El se incorporó con expresión preocupada.
– Será mejor que llamemos al FBI. Ellos sabrán encontrar Gardner y a Campbell. Dejemos que se ocupen de esto.
– No -dijo ella, meneando la cabeza-. El qlue ha llamado nos lo ha pedido a nosotros. Quiere decirnos algo a nosotros. Si queremos oírlo, será mejor que vayamos solos.
– Es peligroso -insistió él, pero la expresión de Hulan le dijo que no tenía miedo.
Abandonaron la habitación, se detuvieron ante la de Peter Sun y llamaron a la puerta. Al no recibir respuesta, Hulan miró su reloj. Pasaba de la medianoche.
– Ya debería haber vuelto -dijo.
– Esta con Campbell. No to preocupes por él.
David llevó el coche hasta Chinatown. Luces de neón rosa, amarillo y verde de las tiendas y restaurantes cerrados brillaban en las calles desiertas. David aparcó el coche en el aparcamiento al aire libre de uno de los paseos que flanqueaban Broadway. Hulan sintió frío por primera vez desde que estaba en California y David le rodeo los hombros con el brazo cuando echaron a andar hacia el Café del Jade Verde. Ninguno de los dos iba armado.
Cuando llegaron a las ventanas del café, comprobaron que estaba cerrado al público. Hulan deseó que hubieran seguido el consejo de David y hubieran llamado al FBI o a la policía. La puerta del Café del Jade Verde estaba abierta y entraron. El olor bastó para que comprendieran por qué les habían hecho ir hasta allí.
– Quizá deberías esperar aquí -susurró Hulan.
– Iba a decirte lo mismo a ti.
– Estoy acostumbrada a la muerte -dijo ella.
– Lo haremos juntos -dijo David, cogiéndola de la mano.
Entraron en el café caminando con paso cauto. Aguzaron el oído, pero no les llego ningún sonido. David hizo un gesto en dirección a la cocina y Hulan asintió. Rodearon la caja registradora y empujaron las puertas batientes.
Zhao yacía en el suelo en cinco pedazos. Le habían cortado los brazos y las piernas, que era el castigo tradicional por traición a las triadas, y los habían arrojado al suelo descuidadamente, cerca de la cabeza y el torso. Detrás del cuerpo, sobre los fogones, una enorme olla de tres niveles despedía humos fétidos. Hulan fue la primera en moverse, pisando con cautela el suelo ensangrentado para apagar el fuego. David se inclinó sobre el cuerpo de Zhao, miro los ojos del inmigrante v revivió el momento en el Peonía en que había notado el tirón en la pernera de los pantalones.Le cerró los ojos con suavidad, se incorporo y se acerco a Hulan, que parecía paralizada, mirando fijamente la enorme olla.
– No creo que pueda hacerlo -dijo Hulan.
David levanto con cuidado la gran tapa de bambú y la dejo un lado. Dentro de la olla había una masa de carne hervida. Era todo lo que quedaba de Noel Gardner.
6 y 7 de f ebrero, Tribunal Federal
Telefonearon a la policía y al FBI. Llamaron al hotel y despertaron a Peter, que había vuelto de su juerga por la ciudad. Un agente del FBI lo llevo al restaurants una hora más tarde y aun medio borracho. Dado que Jack Campbell no contestaba al teléfono y al busca, dos agentes del FBI se presentaron en su casa y encontraron el teléfono descolgado, el busca sobre una mesa en la sala de estar al agente tirado en la cama profundamente dormido como consecuencia de una noche de alcohol y agitacion. Jack llego al Jade Verde afirmando que quería ver con sus propios ojos lo que le había ocurrido a su compañero. Después, se sentó en una de las sillas del comedor, hundi6 la cabeza entre las manos y se echo a llorar.
Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando David y Hulan abandonaron el restaurante. Cuando salieron por la puerta de la calle se vieron asaltados por las haces de las cámaras, por los micrófonos que lanzaban hacia sus rostros por una andanada de preguntas de los medios de comunicación locales que habían recogido información de sus escaneres de la policía. David cogió a Hulan por el brazo y se abrió paso hasta el coche. Mientras conducía hacia Hollywood con una mano en el volante, con la otra apretaba con fuerza la fría mano de ella.
Una vez fuera de la autopista, David se concentró en las curvas que subían por la angosta carretera desde el fondo de Beachwood Canyon hasta debajo del letrero de Hollywood. Metió el coche en el garaje, abrió la puerta de casa, introdujo el código de seguridad del sistema de alarma y condujo a Hulan a la sala de estar pasando por la cocina. Hulan se sintio atraída por el ventanal en forma de arco y se detuvo ante él para contemplar las luces de la ciudad que tenía a sus pies. David había anhelado aquel momento muchas veces a lo largo de los años, pero ahora, al mirar su perfil recortado a la luz mortecina, solo sintió una tristeza desesperada.
– Quieres beber algo? ¿Coñac? ¿Agua?Una taza de te?
– Me siento responsable -dijo ella con tono afligido, volviéndose hacia David.
– Yo también, Hulan, pero no tenemos la culpa. No podíamos saber como acabarían las cosas.
– ¿Tenían familia?
– Noel era soltero. Dios mío, solo era un crío, sabes? En realidad aún no había empezado a vivir. ¿Y Zhao? Leí su expediente, pero no recuerdo qué decía.
Hulan se frotó los ojos. No había nada que decir.
– Vámonos a la cama -dijo él, cogiéndola del brazo.
David la abrazo y de repente quiso contarle todo lo que se había guardado desde que la reencontrara en el Ministerio de Seguridad Publica.
– No me has preguntado por mi mujer -dijo.
– No importa.
Hulan parecía sincera, pero él anadió;
– No quiero más secretos. Si esta noche nos ha enseñado algo… La vida es corta. El futuro es incierto. Son tópicos, Hulan, pero hay algo de verdad en ellos. -La atrajo más hacia sí-. No quiero que el pasado se interponga entre nosotros. Ya no, nunca más.
David notaba la respiración de ella contra su pecho.
– Háblame de ella -dijo al fin.
– Nos conocimos en una cita a ciegas. Jane también era abogado y Marjorie, ¿te acuerdas de ella, del bufete?, nos juntó. Fue Jean la primera en sugerir que yo enfocaba lo que me había ocurrido contigo de manera equivocada. Tu me habías dejado del peor modo posible. No me diste la oportunidad de hacerte cambiar de opinión. No me diste la oportunidad de discutir. Debías de tener un plan desde el principio con la intención concreta de hacerme daño. Y debo decirte que, cuando empecé a creer todo eso, te odié. Porque te amaba cuando estábamos juntos. Porque me mentiste. Porque no podía dejar de amarte aunque me hubieras tratado tan mal.
– Lo siento…
– No, déjame acabar. Nos casamos enseguida. Podrías decir que lo hice por despecho, o que quería atraparla antes de que se me escapara, o que necesitaba demostrarme a mi mismo que podía conservar a una mujer. Pensándolo ahora, creo que todo eso era cierto hasta cierto punto. Puse de mi parte cuanto pude en ese matrimonio. Compramos esta casa. Nuestras carreras respectivas marchaban viento en popa. Teníamos amigos e íbamos de vacaciones. Yo quería tener hijos. Pero la verdad es que no la amaba.