Tras firmar el documento en el que presentaba su casa como garantía para la fianza y entregar su pasaporte, Spencer Lee se encontró en la calle a las once en compañía de las cuatro mujeres. Mientras viajaban en coche por Alameda, enfilaban la calle Ord y luego giraban a la derecha hacia Broadway, no estaban solos.
Se habían destinado cincuenta agentes a la vigilancia de Lee las veinticuatro horas del día. Dos helicópteros de seguimiento cubrían su ruta por el aire. En tierra, toda una flota de coches, con dos hombres cada uno, le seguía allá donde fuera. En cuanto saliera de su vehículo, le seguirían un mínimo de cinco agentes a pie. Cuando estuviera en casa, agentes vigilarían la verja de hierro que era la única entrada y salida de la propiedad. Para mayor seguridad, otros agentes se apostarían alrededor del perímetro de la propiedad por si Lee decidiera saltar la cerca. En el FBI creían que cometería un error en algún momento y, cuando ocurriera, estarían allí.
La primera parada de Lee fue el Jardin de la Princesa en Chinatown, Los agentes del FBI contemplaron como Lee recorría el espacioso comedor deteniéndose en una u otra mesa para saludar, e intercambiar incluso tarjetas de visitas… Se sentó en una mesa cercana a la parte delantera con su grupo de mujeres y pidió albóndigas, patas de pato estofados, fideos de arroz y sopa de tapioca caliente.
Después dió un paseo con sus amiguitas; primero por la calleH y luego por Chungking Court, Mei Ling Way y Bamboo Lane. Se detuvo en tiendas de curiosidades, en herbolarios, en tiendas de fideos y en un par de anticuarios. Los agentes del FBI no le siguieron al interior de esas tiendas, sino que se hacían pasar por turistas en las calles de Chinatown, o bien holgazaneaban por las esquinas como vagabundos, o caminaban con paso decidido como si tuvieran negocios a los que atender.
A las dos de la tarde, Spencer Lee se hallaba cómodamente instalado en su mansión; los agentes del FBI, sentados en sus, coches, sacaron termos de café y bolsas de donuts. A lo largo de las dos horas siguientes, varias personas visitaron a Lee, presumiblemente para celebrar su puesta en libertad. La verja se abría y entraba un Mercedes o un Lexus. Cuando la verja se cerraba, el número de la matrícula del coche correspondiente había sido transmitido por radio al FBI y se había hallado ya al propietario. David y Hulan seguían el curso de estas actividades desde el despacho de él.
A las cuatro la fiesta terminó bruscamente, como siempre ocurre en China. Todo parecía tranquilo. David y Hulan volvieron a casa, para acostarse. Todo lo que podía hacerse era esperar.
A las dos de la madrugada, el teléfono despertó a David. Jack Campbell se hallaba al otro lado de la línea y parecía haber enloquecido.
– iSe ha ido, Stark!
Unas horas más tarde, el ambiente en el despacho de David era lúgubre. Los agentes del FBI eran presa de una explosiva combinación de furia y mortificación. Alrededor de la medianoche, pesar de que veían a alguien caminando por la casa, habían empezado a sospechar que Lee se había escabullido. A la una, Jack Campbell había empezado a suplicar a sus superiores que permitieran a alguien entrar en la casa. Media hora más tarde, frustrado y acosado por los remordimientos, Campbell hizo caso omiso de las órdenes, se dirigió a la puerta principal y llamó por interfono. La voz que respondió no era la de Lee; de hecho, él no se hallaba en la casa. Según Jack, debía de haber abandonado la propiedad en el coche de uno de sus invitados, lo que le daba una ventaja de diez horas cuando menos.
Se consideraron las posibilidades. Lee había abandonado casa en coche, lo que significaba que podía haber hecho multitud de cosas. Quizá aún seguía en el coche. Podía estar en Las Vegas esperando a que se calmaran las cosas. Podía haber seguido durante tres horas hacia el sur hasta llegar a México. Podía haberse dirigido hacia el norte con la idea de que Canadá se hallaba sólo a dos días de viaje si no se desviaba. Pero David desechó todas esas posibilidades. Por lo poco que conocía de Spencer Lee, estaba convencido de que el joven chino no tenía el arrojo necesario para huir sin sus amigos.
Así pues, a lo largo de la noche se comprobaron los vuelos nacionales e internacionales. Era imposible adivinar su destino. ¿París? ¿Chicago? ¿Hong Kong? Hulan no lo creía. Tal como ella lo veía, Lee era de Pekín, así que volvería a su ciudad, en la que obtendría la protección de la familia y, de las conexiones de la tríada. No sorprendió a nadie que el nombre de Spencer Lee no apareciera en ninguna lista de pasajeros. Le habían retenido el pasaporte, como era costumbre, pero esperaban que viajara con un alias típico del Ave Fénix, quizá incluso que conservara el apellido Lee.
A las nueve de la mañana, agentes del FBI recorrieron las calles de Chinatown para registrar todos los negocios que Lee había visitado durante su paseo del día anterior. La mayoría de empresas en aquella parte de Chinatown pertenecía a viejas familias, algunas de las cuales llevaban cien años o más en Estados Unidos. Escuchaban a los agentes y les ofrecían cuanta ayuda les fuera posible. Si, recordaban la visita de Spencer Lee. No, no lo conocían personalmente, pero a lo largo de los años habían conocido a otros semejantes a él, muchas veces.
Sin embargo, en una papelería el propietario insistió en que jamás había oído hablar del Ave Fénix. Los agentes del FBI observaron que en el Papel de la Peonía Radiante no parecían haber atendido jamás a un solo cliente, lo que resultaba extraño teniendo en cuenta la gran actividad que tenían las demás tiendas. Al ver una puerta al fondo, uno de los agentes preguntó qué había en la trastienda. El propietario se negó a contestar; los agentes se precipitaron hacia aquella puerta (al demonio con las órdenes de registro), bajaron unas escaleras v descubrieron que allí se falsificaban documentos. Tras unos minutos y cierto exceso de fuerza, tenían el alias de Spencer Lee.
Veinte minutos más tarde, como Hulan había pronosticado, ese nombre se hallaba en la lista de pasajeros de un vuelo directo a Pekín. El avión había salido de San Francisco a la una de la madrugada, lo que significaba que Lee llevaba nueve horas de viaje y le faltaba poco para llegar a Pekín. Hulan llamó al Ministerio de Seguridad Pública.
– iEncuentren al viceministro Liu, encuentren al jefe de sección Zai! Se ha de arrestar a una persona en el aeropuerto.
Un par de horas más tarde, se pasó una llamada para Liu Hulan al despacho de David. El no entendió lo que hablaba, pero comprendió por su expresión que Spencer Lee había sido arrestado. Cuando Hulan colgó se hizo el silencio.
– Crees que Spencer Lee es el responsable de todo esto -preguntó ella al fin-. ¿De las muertes de Pekín, de la carga del Peonía, de la bilis de oso y de los asesinatos de Zhao y Gardner?
– No creo que sea lo bastante inteligente ni lo bastante duro. Tenemos una palabra para definir lo que es, Hulan. Spencer Lee es un primo.
– Opino lo mismo, porque con lo complicado que ha sido todo esto, con lo retorcido… -No terminó la frase. Se apartó unos mechones de pelo de la cara. Parecía exhausta-. Quieren que Peter y yo volvamos a casa.
– Creía que habíamos decidido que no volveríais.
– Lo sé, David, pero pensémoslo bien. Cinco personas han muerto. Alguien está ganando mucho dinero con personas, con medicinas. Creíamos que la respuesta estaba aquí, pero nos equivocábamos. Creo que tenemos que volver a empezar. Tengo volver. Es mi deber. Lo entiendes, ¿verdad?