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Hulan iba a añadir algo, pero la camioneta se detuvo. Se hallaban en la entrada posterior de la Ciudad Prohibida. Sin pronunciar palabra, ella cogió su bolso y bajó. Desde allí cogieron un autobús hasta el barrio de Hulan. Cuando llegaron a su casa, hallaron un sedan negro esperando fuera, pero ella no se detuvo para hablar con sus ocupantes.

– Son del MSP -dijo-. Reconozco el coche.

Abrió la puerta principal de su complejo y entraron. Luego avivo las ascuas en la estufa de la sala de estar y se disculpo para ir a tomar un baño. David estaba sucio, exhausto por el cambio horario y la tensión constante de la investigación, y emocionalmente agotado de ver tanta muerte. Paseó por los patios y las habitaciones abiertas, esperando recobrarse, aunque se daba cuenta de que sus sentidos estaban demasiado embotados.

David se había preguntado como vivía Hulan, pero su casa era mucho más grande y hermosa de lo que había imaginado. La personalidad de la inspectora se hacia patente por todas partes; en el modo en que un paño bordado cubría una silla; en el modo en que unas macetas bajas de color verdeceleste, llenas de bulbos de narcisos, ocupaban el alféizar de la ventanas sobre el fregadero de la cocina; en el modo en que había dispuesto el altar de Ano Nuevo; en el modo en que los intensos tonos de las antiguas piezas de mobiliario suavizaban las claras líneas de las habitaciones. David se detuvo ante su escritorio para notar la suavidad de la textura del palisandro bajo los dedos, cogiendo un abrecartas tabicado, acariciando las finas líneas de un jarrón de porcelana cantonesa. Allí estaba la vida de Hulan: un pequeño juguete de cuerda que él le había regalado hacia más de diez años, una fotografía de una mujer que presumiblemente era su madre, unas cuantas facturas, varias libretas de Banco pulcramente apiladas.

Las tocó distraídamente con el dedo y éstas se desparramaron sobre la mesa. Banco de China. Wells Fargo. Citibank. Glendale Federal. Chinese Overseas Bank. Eran los mismos bancos en los que Henglai y Cao Hua guardaban sus maladquiridos beneficios. Por si esto no resultara bastante condenatorio, estaba también el Chinese Overseas Bank que no solo pertenecía a Guang Mingyun, sino que era donde el Ave Fenix blanqueaba su dinero. David cogió una de las libretas y miro el saldo con asombro: trescientos veintisiete mil dólares. Abrió otra: cincuenta y siete mil Mares. Las revisó todas. El total ascendía a casi dos millones de dólares.

Hulan salió de su dormitorio con un kimono de seda en torno a su esbelta figura y el cabello recogido en una toalla. Se había quitado del cuerpo la suciedad, el hollín y la mugre de la rotonda í de la camioneta del granjero.

– ¿He de darme prisa? -pregunto Hulan con voz tan melodiosa como siempre-. Puedo hacer que el coche que hay delante la casa nos lleve a tu hotel. Estoy segura de que te gustaría darte una ducha y cambiarte de ropa. -Luego se dirigió hacia la estufa de carbón, puso las manos encima para comprobar el calor que despedía y sonrió-. 0 podrias darte un baño aquí. Podríamos pasar aquí el resto del día si te apetece.

David guardó silencio.

– ¿Quieres comer algo? ¿0 quizá una taza de te? David? ¿Ocurre algo? ¿Estás Bien?

El abrió las manos y dejó que las libretas de Banco se deslizaran sobre sus rodillas.

– ¿Qué es esto? -preguntó.

El escote de Hulan adquirió un tinte rosa que rápidamente le llegó al rostro.

– ¿No tienes ninguna explicación que dar? -pregunto el con desprecio-. Lo imaginaba.

– Son mis ahorros -dijo ella tras una pausa.

– Es una manera de decirlo. -A David le hería en su amor propio que no mostrara remordimientos.

– ¿David?

– Todo esto debe de haber sido muy divertido para ti -dijo con amargura. Cerró los ojos, intentando borrar su presencia. Cuando los abrió, ella seguía allí-. Eres una maldita mentirosa. Y yo he vuelto a caer.

– No se de qué estás hablando.

Hulan se arrodilló a sus pies. Se le abrió el kimono, dejando al descubierto la curva de sus senos. El la apartó, se levantó y cruzó la habitación. Dio unas vueltas, voivió a grandes zancadas hasta donde ella se había sentado en el suelo ofreciendo una buena imitación de la perplejidad, la agarró por los brazos y la obligo a ponerse en pie. La toalla le cayó de la cabeza y los cabellos de Hulan se desparramaron en mechones mojados.

– Creías que era tan estúpido que no to descubriría? -dijo él con voz áspera y el rostro a unos centímetros del suyo. Ella meneó la cabeza lentamente.

– Desde que llegue aquí -continuo David-, confié en ti, pero tu no hiciste más que encaminarme en la dirección equivocada una y otra vez. Me guiabas para alejarme de lo importante. Incluso cuando oía cosas, no escuchaba. Recuerdas el día de la Posada de la Tierra Negra? Recuerdas que Nixon Chen y los demás hablaron de ti? Recuerdas que me contaste que te habían puesto el nombre de una revolucionaria modelo, que tu misma fuiste un modelo de guardia rojo, que gracias a tus conexiones compraste tu salida de la comuna y fuiste a América? Era todo eso parte de una compleja trama, como las que hacían los soviéticos en los viejos tiempos, la de enviar a una niña para que se críara en territorio enemigo de modo que cuando creciera se convirtiera en el mejor de los espías, con la mejor tapadera y sin acento?

David la atrajo contra su pecho. Notó el corazón de ella contra el suyo. Bajo la voz a un tono casi sensual.

– ¿Recuerdas como me dejaste, Hulan? ¿Lo recuerdas? ¿Significo algo para ti? -Volvió a apartarla-. Recuerdas como te mostré abiertamente mi corazón en Los Angeles? Creía que dirías algo para explicar tus acciones pasadas. i Pero no! Por que ibas a decirme la verdad? ¿Por qué ibas a contarme nada? Y yo, como un idiota, no quise presionarte.

Hulan empezó a debatirse, pero él siguió aferrándola.

– Así que volvemos a Pekin, a tu ciudad, y todo el tiempo dependo de tí para que me traduzcas lo que se dice. ¿Me has dicho alguna vez la verdad de lo que se hablaba? Ayer mismo, en la cárcel, llamaste a Zai o formaba parte de una nueva representación? Y todas las sugerencias que yo hacia, todas las personas con quienes yo quería hablar. Tu me alejabas en otra dirección. iY tus emociones! -Sintió un escalofrío-. En la parte de atrás de la camioneta, cuando lamentabas la muerte de Peter. ¿Era una actuación como todo lo demás? -Hulan no replicó y David dijo-: De hecho, ahora que lo pienso, ocultaste la verdad desde el día en que nos conocimos. Nunca me has amado. Siempre me has utilizado. Eres tan corrupta, tan sucia, tan repugnante…

El chillido de Hulan le interrumpio. Ella se desasió violentamente y chocó contra la pared. Con las manos aferraba la seda que se deslizaba hacia abajo. Tenía la cabeza gacha y respiraba entrecortadamente. Por fin, alzo los ojos para mirarlo a la cara.

19

Más tarde, Granja de la Tierra Roja

– Quieres saber la verdad? -dijo Hulan-. ¿Por donde empiezo? ¿Por tus preguntas? Si, ese dinero es mío. Si, soy rica. Se supone que debo ser rica. Soy una Princesa Roja. Soy de la clase especial, como Henglai, Bo Yun, Li Nan y el resto de ellos.

– Mientes.

– No, no miento -dijo ella con resignación. Después de tantos años, de tantas preguntas, todo lo que quedaba era la verdad que David había anhelado oír desde el principio-. Como puedo hacértelo comprender? Hablas de aquel día en la Posada de la Tierra Negra. ¿Por qué no escuchaste a Nixon y a los demás? Por qué no prestaste atención a las historias de Peter sobre la auténtica Liu Hulan? Te dijeron tantas cosas de mí que me llevé un susto de muerte. Pero luego vi que no escuchabas, que no querías escuchar. Nunca te conté nada porque la amarga verdad es que tú no querías oír nada. ¿Crees que me odias? Pues escucha esto. -Retorció el kimono de seda con las manos-. Como sabes, me pusieron el nombre de Liu Hulan. ¿Pero como emular a una revolucionaria modelo cuando eres una Princesa Roja, cuando vives en medio de la riqueza y los privilegios, cuando llevas una vida rodeada de amor y de comodidades?