– Si es alguien del ministerio, ¿como sabemos que no fue esa persona la que envió el coche? -pregunto Hulan. Si estaba en lo cierto, ir al ministerio sería también una temeridad.
A las siete de la mañana, después de decir a los dos investigadores del sedan que irían andando, ambos enfilaron una calle que desembocaba en la entrada posterior de la Ciudad Prohibida. Desde allí cogieron varios autobuses que los llevaron al Sheraton, donde por fin David pudo asearse. Luego cogieron un taxi para ir al Ministerio de Seguridad Publica.
David no podía pasar desapercibido ante los guardias, ni ocultarse de la gente dentro del edificio, de modo que se dirigieron a la planta de Hulan con la mayor despreocupación que fueron capaces de mostrar, fingieron seguir hacia su despacho, pero se metieron a hurtadillas en el del jefe de sección Zai. Al ver que no estaba allí, cerraron la puerta tras ellos. Supusieron que había micrófonos en el despacho, por lo que se movieron con el mayor sigilo y hablaron en cuchicheos.
David se acerco a la mesa y empezó a revolver papeles. -Todo esto esta en chino. Necesito que me ayudes.
– No encontraras nada -dijo ella, acercándose a regañadientes. David cogió una hoja de papel y pregunto:
– ¿Qué es esto?
Hulan explicó que era una requisitoria, sorprendida ella misma del alivio con que se había expresado. El repitió la operación con varios documentos, todos ellos sin interés. Uno de los cajones de la mesa estaba cerrado y tuvo que forzarlo con un abrecartas. Del cajón sacó un documento con un sello rojo estampado. Hulan contuvo la respiración.
– ¿Qué es? -pregunto David.
– Es la sentencia de muerte de Spencer Lee. La mancha roja es el sello del jefe de sección Zai.
– Tu le telefoneaste desde la cárcel después de que Lee fuera condenado a muerte. Tu le pediste que presentara una petición oficial de aplazamiento. ¿Ves algún documento aquí que demuestre que lo hizo?
Ella examinó la mesa y luego negó con la cabeza.
– Pensemos -dijo él-. Quizá Zai haya estado fingiendo. Quizá quiera recuperar lo que perdió. ¿Qué me dijiste ayer? Cambian las cosas y cambian las tornas.
– Tío Zai es un hombre honrado.
– Pero supón que no lo es. Tú le dijiste exactamente lo que estábamos haciendo. Si es quien yo creo que es, tenía que deshacerse de Lee. Si por alguna razón no lo conseguía, tenía que detenernos.
– No puedo creer eso de él.
– Si Peter informaba a Zai -susurro él con vehemencia-, entonces él sabía que íbamos a la Capital Mansión para ver a Cao Hua. -Se esforzó por completar el rompecabezas de todo lo ocurrido aquel día-. ¿Y recuerdas lo que dijo Nixon Chen en la Posada de la Tierra Negra? Le preguntaste si había visto alguna vez a Henglai en el restaurante. El contesto que allí iba la hija de Deng, el embajador, tu jefe. Debía de referirse a Zai.
– Pero eso no significa nada. Todo el mundo va allí alguna vez. El mismo Nixon lo dijo.
– ¿Y cuando volvimos a su despacho? -insistio David-. Zai nos dijo que nos retiráramos. Luego, recuerdas lo que dijo cuando propuse la idea de ir a Los Angeles?
– Dijo que así nos quitaríamos de en medio -asintió Hulan.
– iDe en medio, Hulan! iDe en medio!
– Pero, David, es imposible. Lo conozco de toda la vida. ¿Como podía convencerla?, se pregunto él.
– Mi primer día en China, dije algo sobre el Ave Fénix en el despacho de tu padre. Todo el mundo actuó de un modo extraño a partir de entonces. Tu misma me explicaste luego el porqué.
– Esos casos han sido una verguenza para nosotros. Supusieron una deshonra.
– ¿Por qué? -quiso saber David.
– Zai había investigado las actividades de la banda y…
– No ocurrió nada -dijo él, terminando la frase-. iDebía de trabajar para ellos desde el principio! Y luego esta lo de la bomba. Zai tiene la edad necesaria, Hulan. ¿Estuvo en el ejército?
– Si, todo eso es circunstancial.
– Esto no es circunstancial -dijo él, mostrando la sentencia de muerte de Spencer Lee-. Es una prueba. -Viendo su expresión atormentada, pregunto-: ¿Qué me ocultas? -Ella desvió la mirada y él le cogió una mano, se la llevó a los labios para besarla y añadió-: No más secretos, Hulan. Nunca más.
– La víspera de nuestra partida, tío Zai vino a mi casa. Me advirtió que tuviera cuidado.
– ¿Te advirtió o te amenazó?
– Ya no lo sé. Estoy confundida.
– Pero ¿es que no lo vés, Hulan? Lanzamos esa red de flor tuya y cuando examinamos las piezas capturadas, todas apuntan a una persona.
– Zai.
– Creo que será mejor que hablemos con tú padre.
El viceministro Liu les indicó que se sentaran y pidió a la joven que servía el té que les ofreciera una taza. Con los codos apoyados en la mesa y el mentón descansando en los dedos enlazados, escuchó las conclusiones a las que habían llegado. Cuando terminaron, tomo un sorbo de té y luego encendió un Marlboro.
– Si no recuerdo mal, uno de los cadáveres fue hallado a bordo de un barco que zarpo de Tianjin el tres de enero. ¿Es correcto?
– Si.
Liu hojeo el calendario de su mesa, encontró la fecha y comprobó lo que había anotado.
– Es evidente que no han comprobado el registro de los viajes del jefe de sección Zai -dijo, sin disimular la decepción que le habían causado.
– No, no lo hemos hecho.
– Bueno, inspectora, silo hubiera hecho sabría que el jefe de seccón Zai se hallaba en Tianjin aquella semana. -Hizo una pausa y luego anadió, con una sonrisa de desaprobación hacia sí mismo-. Yo también estaba.
– Qué hacían allí?
– Realizábamos una inspección de rutina en la agencia local. Nada importante, solo laborioso. Pero ahora recuerdo que el jefe de sección Zai no estuvo conmigo todos los días, ni cenamos juntos todas las noches.
– ¿Dónde estaba él?
– Inspectora Liu -dijo su padre en chino, lanzando una significativa mirada a David,- no es asunto mío lo que mis subordinados hagan en su tiempo Libre.
– Perdón -dijo David.
– Le estaba diciendo a la inspectora que no sé lo que hacia el jefe de sección Zai. Pero debo decir que hace ya un tiempo que sospechaba que se había vuelto corrupto. -Liu se volvió hacia su hija-. Estoy seguro de que es una sorpresa para usted, inspectora, se que ha tenido siempre un gran… respeto por ese hombre. Pero creo que si repasa su vida y su carrera, se dará cuenta de que no tiene un pasado glorioso.
– ¿Sabe donde esta ahora?
– En su despacho, supongo.
– Acabamos de estar ahí. Se ha ido.
– Entonces propongo que no perdamos tiempo -dijo el viceministro, poniéndose en pie y apagando el cigarrillo-. Daré el oportuno aviso. Será hallado y arrestado. -Los acompañó hasta la puerta, donde estrecho la mano de David-. Tengo la impresión de estar siempre dándole las gracias por su ayuda. Nuestro país le agradece sus aportaciones y su persistencia en este asunto. -Tras estas palabras, cerro la puerta tras ellos.
– ¿Y ahora qué? -preguntó David cuando se dirigían al despacho de Hulan.
– Esperaremos. El MSP se jacta de ser capaz de hallar en veinticuatro horas a un delincuente en cualquier lugar de China. Mañana todo habrá terminado. -A pesar de su afirmación, Hulan lo dudaba. Zai era muy apreciado por sus subordinados. Hulan sospechaba que éstos no pondrían demasiado empeño en encontrar a su colega. Veía, además, que tampoco David parecía tenerlas todas consigo-. ¿Qué te preocupa ahora?
– Mira, lo de Zai lo veo claro, pero como encaja la embajada americana en todo esto? Sabemos que alguién de allí sellaba los pasaportes para los correos. Entonces, ¿quién era?