Выбрать главу

– Y también a tío Zai, aunque él estuvo aquí más tarde -añadió Hulan-. ¡Oh, David, qué manera de malgastar la vida!

– Todo esto ha de estar relacionado. Los vínculos de Guang con Sichuan, las granjas de osos, este lugar. Piensa en los años que Guang y Zai han debido de estar conspirando. Y tu padre…

– Si -dijo ella-. Todo debió de empezar aquí.

23

Más tarde, Las Grandes Colinas

Cuando llegaron al mojón descrito por la dependienta de Panda Brand, un par de pilares de piedra que señalaban un camino de tierra a la izquierda, reinaba la oscuridad. El coche avanzó dando sacudidas por la carretera llena de surcos que se adentraba en un cañón. La luz de los faros del coche danzaba de un lado a otro, iluminando densas extensiones de bambú. Giraron por un recodo y la carretera se abrió a un claro. A la luz de los faros vieron un par de edificios bajos rodeados por una cerca y un letrero que rezaba GRANJA DE OSOS DE LAS GRANDES COLINAS. David detuvo el coche y ambos se quedaron sentados escudriñando la oscuridad.

– Ojalá tuviera un arma -dijo Hulan.

– Ojalá, pero yo me conformaría con una linterna.

Al abrir las puertas del coche parecieron quebrar el silencio reinante. Cuando las cerraron, los envolvió de nuevo la negrura de la noche. Esperaron a que sus ojos se adaptaran.

– ¿Preparado? -susurró Hulan.

– Sí.

Avanzaron lentamente. Hulan empujó la puerta del recinto con suavidad. Su crujido les pareció aún más estridente que las puertas del coche al cerrarse.

– Vayamos primero a la parte de atrás -sugirió Hulan en voz baja.

David asintió y la siguió por entre los dos edificios. Cuando llegaron a la parte de atrás oyeron respiraciones profundas y olieron a los osos. Unos cuantos pasos vacilantes más y llegaron a la primera jaula, que se hallaba a varios metros del suelo sobre cuatro postes. Debajo de la jaula, los excrementos y los restos de comida que habían caído a través de la tela metálica formaban una pila que alcanzaba el medio metro de altura. Dentro de la jaula, un oso malayo los miró y gimió. Ese sonido despertó a los animales de las otras jaulas.

A medida que avanzaban vieron varias jaulas con osos malayos. Los animales no tenían espacio para ponerse de pie ni para sentarse. Todos llevaban corsés metálicos alrededor del tronco. Algunos de ellos tenían infecciones gangrenosas que apestaban supuraban bajo los corsés.

– ¿Podemos hacer algo por ellos? -preguntó él.

– ¿Qué? ¿Cómo? -dijo ella con tono impaciente-. Estamos en medio de la nada, David. Vamos, será mejor que veamos qué hay adentro.

El primer edificio estaba cerrado, pero por los ruidos y los pesados suspiros de animales que surgían del interior, dedujeron que debía albergar más osos. Se dirigieron entonces al segundo edificio, que parecía ser un cobertizo de unos cinco metros por cinco con varias aberturas del tamaño de ventanas. David metió la cabeza por una de ellas. Olió el cálido aroma de la paja fresca mezclado con el hedor salvaje de otros osos, a los que oyó respirar pesadamente, pero no fue capaz de ver nada. La puerta se abrió sin dificultad y entraron, pero a la tenue luz de las estrella, el lugar era negro como boca de lobo. En aquel momento, justo delante de ellos, un poco a la izquierda, vieron el pequeño resplandor naranja de la punta de un cigarrillo cuando alguien le dio una chupada.

– Os estaba esperando -dijo una voz en inglés.

– Baba -dijo Hulan.

– Sí, soy yo. -El que hablaba prendió una cerilla para encender una lámpara de queroseno. A su vacilante luz, David vio al viceministro Liu, pero no con su habitual traje occidental sino con ropas de campesino. De su mano colgaba una pistola. David no sabía mucho de armas, pero le pareció que aquélla era de calibre largo. Liu sonrió-. Os ha costado mucho tiempo llegar hasta aquí, pero ahora que ya habéis llegado, ¿estáis sorprendidos?

– No -respondió Hulan-. Creo que empecé a sospechar de ti después de que la bomba…

– ¡Hulan! -La voz de David sonó bronca.

– Intenté decírtelo, pero tú te burlaste de la idea -le explicó ella sin apartar los ojos de su padre-. Luego vi muchas cosas más. Lo que ocurrió con la petición de aplazamiento de Spencer Lee, el hecho de que los documentos de la ejecución se hallaran tan fácilmente en el despacho del jefe de sección Zai, o que en el Ministerio nos dijeras que estuviste en Tiajin, y luego ver el campo de Pitao.

– Pero no seguiste tu instinto -dijo su padre con leve tono de amonestación.

– Oh, ba…

El tono lastimero de Hulan borró la sonrisa de su padre, que hizo una mueca de rabia. En ese momento David comprendió la terrible realidad de su situación. Estaban solos con aquel hombre a muchos kilómetros de cualquier parte. Padre e hija empezaron a hablar, pero David cerró sus oídos para concentrarse en hallar un modo de huir. El cobertizo sólo tenía una puerta. Tal vez pudiera apartar a Hulan del peligro empujándola por la puerta o detrás de una de las ocho jaulas de osos que había junto a una pared, pero ¿por cuánto tiempo estaría protegida, un minuto, cinco?

– Pero ¿por qué las tríadas? -preguntaba ella a su padre-. Ahora veo que no te conocía, pero siempre he creído que los despreciabas.

– Cuando te oigo hablar así -repuso Liu con tono pensativo-, me digo, mi hija no es tan estúpida. Es lenta, quizá, pero no estúpida. Tienes razón. Aborrezco las tríadas.

– Pero creaste algún tipo de conexión con el Ave Fénix durante las investigaciones del Ministerio -conjeturó ella-. Por eso no permitiste nunca que el jefe de sección Zai presentara sus pruebas ante los tribunales.

– Me ofrecieron dinero -dijo Liu, alzando el mentón-. Yo lo acepté. Luego, cuando se presentó la oportunidad, pensé, aquí hay gente que puede transportar nuestros envíos y distribuir el producto en Estados Unidos. Teníamos una relación muy buena…

– Hasta que…

– Los otros querían ganar más dinero. Esos chicos y padre hicieron un trato a mis espaldas. Así que maté a los chicos. Pero también quería enviar un mensaje. Y lo hice. Pero creo que eso lo habíais descubierto el fiscal Stark y tú.

– David lo averiguó, sí.

Liu volvió su virulenta mirada hacia el amante de su hija.

– Dígame, David -el sonido de su nombre pronunciado en un tono condescendiente le provocó escalofríos-, ¿cómo lo hice?

– Primero necesitaba información. Sabía que sus socios habían llegado a algún tipo de acuerdo con el Ave Fénix. Quería saber si pensaban prescindir de usted por completo.

– Siga -dijo el hombre.

– Henglai era de complexión menos fuerte, así que seguramente le atacó a él primero. Los debió de pillar por sorpresa. Al fin y al cabo eran socios.

– Creían que no soy más que un débil anciano. Estaban en un error.

– Billy era un chico duro, así que se concentró en Henglai. Con qué lo torturó, ¿cigarrillos? -Liu no contestó-. No necesitaba matar a Billy. El mismo podía haber transmitido su mensaje, pero usted se dejó llevar por la ira.

– Pero ¿y mi método? -dijo Liu con tono irritado.

– La cantárida -se apresuró a contestar David.

– Correcto. Fue muy fácil poner un poco de polvo en un trapo y aplicárselo a la boca y la nariz. Pero el… -Meneó la cabeza con repugnancia-. Fue desagradable ver cómo se formaban ampollas y oír sus aullidos. -Revivió la escena en silencio y luego preguntó con voz interesada-: ¿Y dónde los maté?

David y Hulan no lo sabían. Liu soltó un bufido.

– En un almacén, pero ¿qué importa?

– Después llevó a Billy Watson al parque -continuó David-Quería que lo encontraran, y donde su padre pudiera verlo.

– Si las vigas superiores no están rectas, también las inferiores están torcidas -dijo Liu-. ¿'Tienen algún proverbio parecido en América?