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– ¿Y los demás corredores? -preguntó Campbell, que no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.

– Me preocuparé por eso cuando lleguen. Hasta entonces, empiece por el principio, y sin mentiras.

– El principio… -dijo Campbell pensativamente-. Supongo que todo empezó con Guang Mingyun. Estaba metido hasta el cuello en esas tretas de los disparadores nucleares. ¿Podíamos demostrarlo? En absoluto. De repente, aparece nuestra oportunidad. Tenemos a un pez gordo y su único hijo es asesinado. Guang quería descubrir al asesino a cualquier precio. ¿Sabe lo que significa? Vino a vernos. Guang sabía que su hijo era un bala perdida, pero estaba dispuesto a correr el riesgo de que lo que descubriéramos resultara una deshonra para él. -Hizo una pausa, reflexionó y luego preguntó-: ¿Qué importa ya, David? Hemos cogido a los malos.

– ¡Acabe!

– Así que vino a vernos, como decía. Tenemos un gobierno práctico, David. Somos un país de mercaderes. Siempre lo hemos sido. Le dijimos, esto tiene un precio. ¿Qué tiene para negociar?

– Los disparadores.

Campbell asintió.

– El nos dijo que había detectado ciertas anomalías en uno de sus negocios. -Cuando Campbell dijo esto, David recordó de repente al padre de Hulan. En Long Hills, Liu había dicho que cualquiera podía aprovecharse de Guang Mingyun. Ciertamente, su hijo le había engañado. Al mismo tiempo, alguien se había entrometido en el negocio del Dragón Rojo-. Guang nos dijo que estaba dispuesto a darnos nombres si le anudábamos. Como gesto de buena voluntad, nos dijo dónde y cuándo se entregaría un cargamento de disparadores. Los arrestos se efectuaron mientras usted hacía su primer vuelo hacia Pekín, pero todos eran gente de poca monta. Pero, verá, Guang nos había prometido ya que nos entregaría a los peces gordos, generales del Ejército del Pueblo, nada menos, si encontrábamos al asesino de su hijo. Un trato como ése no se da todos los días.

– Así que me enviaron a China para cumplir con el trato.

– Alto ahí -dijo Campbell, alzando una mano-. Se está adelantando a los acontecimientos. Sabíamos que Guang es un tipo quisquilloso, pero preferimos hacer negocios con un capitalista como él que con algún desconocido en el futuro. Porque pensamos en el futuro desde hace tiempo. ¿Qué ocurrirá cuando muera Deng? ¿Tomarán los generales el poder? ¿Surgirá algún chalado del Comité Central que se pase por la piedra el capitalismo y la democracia? Tenemos analistas que estudian estas cuestiones y esto es lo que nos dicen: Guang lleva la prosperidad al país. Tiene el apoyo del pueblo. Joder, ese tío tiene consolidado su poder a lo largo de todo el Yangtze. Le mueve el dinero. Eso es algo que nosotros podemos comprender. Así que los de Washington opinan que no es tan malo tener a Guang de nuestro lado. Desde luego nos hemos asociado con otros mucho peores. Para ser claros: tenemos un interés particular en China. Guang Mingyun es alguien con quien nos entendemos. Hablamos el mismo lenguaje. Sólo una cosa le retiene: el Ejército del Pueblo. Nosotros le ayudamos a encontrar al asesino de su hijo y a derribar a los hombres fuertes del ejército. Puede que eso no ocurra hoy, o ni siquiera dentro de un año, pero con el tiempo esperamos nuestra retribución.

– Todo tiene un precio.

– Exacto.

– Parte de ese precio fue Noel.

– Sí, ya lo sé. -Campbell volvió el rostro-. Pero él sabía en lo que se metía. Es un riesgo que corremos todos los días, Stark. -¿Qué hay de Watson?

– El poder corrompe -dijo Campbell encogiéndose de hombros-. Esas cosas ocurren.

– Así que lo sabían.

– Sabíamos algo. -Campbell volvió a alzar las manos y siguió hablando con seriedad-. Comprenda que cuando digo «nosotros» no me refiero necesariamente a mí, ni siquiera al FBI. Yo no hago más que cumplir órdenes. -Dejó caer las manos-. Digamos sólo que lo ocurrido procedía de las altas instancias del gobierno.

David recordó haber oído la misma frase en China. Todo lo que el presidente de Estados Unidos y los funcionarios chinos habían dicho en las últimas semanas había sido un cebo para cazar al embajador, al viceministro Liu y a los generales (culpables todos ellos de distintos delitos) y para impedir que Guang renegara de su promesa. La gente que formaba parte de las «más altas instancias del gobierno» tanto en Estados Unidos como en China habían jugado con las vidas de David y de Hulan con total indiferencia y con la seguridad de que jamás serían descubiertos.

– No éramos más que instrumentos -dijo David amargamente. -Usted quería la verdad, pues ya la tiene.

– ¿Y Hulan?

Campbell intentó asentir, pero David renovó la presión de la escayola.

– Recuerda que tuvo que pasar por una prueba de seguridad para entrar en la fiscalía? -preguntó Campbell-. Conocíamos su relación con una comunista.

David soltó al agente con repugnancia y se alejó unos pasos.

– ¿Cuánto hace que lo sabían? -preguntó, airado.

– ¿Qué importa ya?

– Me importa a mí. ¿ Cuánto hace que usted personalmente sabía lo mío con Hulan?

– Supongo que desde que empezamos a trabajar juntos. El FBI me dio un expediente. Parecía usted un buen tipo, pero nunca se sabe.

– Han estado jugando con nuestras vidas -dijo David, angustiado.

– Fue por una buena causa, Stark. Hemos elegido el lado bueno por una vez. Y usted forma parte de él.

Hubo un tiempo en que un argumento como aquél hubiera convencido a David, pero ya no. Echó una última mirada al hombre que antes llamaba amigo, se dio la vuelta y siguió corriendo solo.

Hulan se hallaba junto a la ventana de la cocina, esperando a que hirviera el agua y contemplando el patio más interior de la vieja mansión familiar. La primavera acababa de empezar y por fin la temperatura empezaba a subir. En el jardín, el emparrado de glicinas que un antepasado había plantado allí hacía más de cien años empezaba también a florecer. Las relucientes hojas verdes del azufaifo se abrían poco a poco.

Se oyó el silbido de la tetera. Hulan echó el agua caliente en la tetera de servir. Mientras reposaba, echó cacahuetes, semillas de melón y unas ciruelas saladas en sendos platillos. Una vez preparada la bandeja, Hulan salió al jardín. Se detuvo un momento bajo la columnata y disfrutó de la escena que tenía ante los ojos. Sentados bajo las ramas retorcidas del azufaifo se hallaban su madre y el tío Zai. El hombre que había permanecido junto a la familia de Hulan en los buenos tiempos y también en los malos, estaba sentado frente a Jinli en un taburete de porcelana. Su cabeza ladeada mientras hablaba con Jinli implicaba una gran intimidad. Hulan se acercó a ellos e, inconscientemente, el tío Zai apartó la mano de Jinli. Hulan dejó la bandeja sobre una baja mesa de piedra y sirvió el té. Los tres permanecieron sentados en agradable silencio, disfrutando del calor del sol.

Tras la marcha de David, Hulan había trasladado a su madre y a la enfermera al hutong, donde las dos se habían instalado en uno de los bungalows que daban al jardín. Jinli no parecía darse cuenta de la ausencia de su marido, y mucho menos de su muerte. De hecho, había experimentado momentos de lucidez cada vez mayores, en los que a veces llegaba a conversar con Hulan durante cinco minutos seguidos. Hablaba sobre todo de sus recuerdos infantiles, del tiempo en que se escondía de su nodriza tras el taller de las tejedoras, de las gardenias que a su madre le gustaba dejar flotando en cuencos de agua que colocaba por toda la casa, de cómo sus tíos practicaban sus juegos malabares v sus volatines allí mismo, en aquel patio, hasta que su madre los echaba.

En aquellos momentos, la voz de Jinli, aunque baja y desacostumbrada a hablar, era tan hermosa como Hulan la recordaba.

Ahora ella podía hacer mucho por su madre. Hulan tenía su propio dinero, claro está, pero además su padre había dejado una fortuna digna de un patriarca de una de las Cien Familias. No eran tierras, ni edificios, ni acciones, sino dinero en metálico. El hecho de que parte de ese dinero procediera de las maquinaciones de su padre perturbaba a Hulan, pero el Ministerio de Seguridad Pública siguió el consejo del viceministro Zai y se negó a confiscarlo. Hulan disponía, por tanto, de dinero suficiente para los cuidados de su madre, para restaurar los edificios del complejo, y aún ahorrar algo para…