– ¿Se ahogó?
– El líquido que tenía en los pulmones es exclusivamente post-mortem.
– ¿Dónde murió? -preguntó David.
– Creo que sería mejor preguntar cuándo murió -replicó Noel.
– De acuerdo, ¿cuándo?
– Permítame intervenir -dijo Campbell-. El capitán abandonó el Peonía tan deprisa que olvidó el libro de bitácora. Hemos descubierto que el barco zarpó del puerto de Tianjin el tres de enero. Hemos enviado un fax a las autoridades de Tianjin y ellos nos han enviado copias del conocimiento de embarque. Estoy seguro de que no le sorprenderá que los inmigrantes no se hallaran en la lista de manifiesto. Lo que sí es una sorpresa es que un barco de ese tipo saliera de Tianjin. Habitualmente, salen de Fujian, Zhejiang o Guangdong Province.
– ¿Dónde cae Tianjin?
– Yo tampoco lo sabía. Está en el norte, cerca de Pekin. Es la tercera ciudad más importante de China.
– ¿Y qué pone en el manifiesto?
– En teoría, el cargamento del Peonía consistía en encajes, alfombras estilo Aubusson, aparatos electrónicos y cerámica del interior del país.
– Entonces, ¿por qué hicieron salir un barco de inmigrantes de Tianjin?
– No lo sabemos. Lo único que sabemos es que probablemente la víctima llevaba muerta desde el tres de enero -dijo Campbell.
– Volvemos a mi pregunta anterior. Si no murió ahogado, ¿Qué lo mató?
– Usted me dijo que me quedara con el cadáver, y yo lo he hecho -replicó Noel-. Le aseguro, Stark, que me debe un gran favor. El patólogo ha cortado a ese tipo de cabo a rabo. No sé ni lo que he visto. No quiero saberlo. Bueno, el caso es que el patólogo se ha pasado todo el rato hablando, contando. El hígado de ese tipo estaba hecho papilla. Los riñones… -El recuerdo le hizo dar un respingo-. Los intestinos estaban infestados de llagas. Las membranas mucosas, me refiero al interior de la boca y a la garganta, estaban cubiertas de quemaduras. Fuera lo que fuera, lo mató algo que entró en su cuerpo por la boca v los pulmones y luego destruyó sistemáticamente todos sus órganos.
David y Jack se miraron, esperando a que Noel tomara un sorbo de café.
– El patólogo ha hecho un examen toxicológico, pero, admitámoslo, Long Beach no tiene el mejor equipamiento del mundo. Un patólogo de ciudad no va a resolver este enigma. Se trata de algo peculiar.
– ¿Qué quiere decir?
¿Cómo lo ha dicho el patólogo? «Tenemos aquí una criatura tóxica orgánica.»
– Entonces, sea lo que sea, ese veneno… ¿procedía de un animal? -Un animal, un insecto, una serpiente, una araña; el patólogo no estaba seguro. He hecho que sacara muestras de tejido. Las he enviado al laboratorio del FBI de Washington con todo lo demás,
– ¿Qué es «todo lo demás»?
– Impresiones dentales, el contenido de su cartera, los guantes. Desgraciadamente, cuando un cadáver ha estado sumergido en el agua, se pierden fibras que podríamos relacionar con una posible escena del crimen. -Noel explicó cómo actuaría el FBI en tal situación. Con el tiempo, el forense de Long Beach podría llegar a identificar la composición del veneno y seguir ignorando su procedencia. Haría que el experto tomara las impresiones dentales y las huellas dactilares de los guantes, pero no tenía recursos para realizar la correspondiente identificación.
– En cuanto a la cartera -continuó Noel-, ha estado en el agua mucho tiempo, pero es asombroso lo que nuestros chicos de Washington pueden hacer. Quizá puedan hallar restos de tinta, o algún sello oficial.
– Buen trabajo -dijo David-. ¿Cuánto tardará todo eso?
– ¿Quién sabe? Días, semanas, meses…
– Me preocupa su identidad -dijo David, pensativo-. Si no era uno de los inmigrantes, ¿quién era? ¿Un tripulante? ¿El miembro de una banda?
– El veneno no es el modus operandi típico del crimen organizado asiático -dijo Jack-. Si la víctima era uno de ellos, pongamos que un traidor, lo normal sería encontrarlo con los brazos y las piernas amputados.
El teléfono de David sonó. Le llamaba Lynn Patchett, una de las abogadas del Servicio de Inmigración.
Se encontraron en una pequeña sala de reuniones de Terminal Island. Lynn Patchett, que había aplazado su calendario de audiencias del día para los inmigrantes del Peonía, se paseaba de un lado a otro junto a una pared. Vestía un traje azul marino de corte clásico con blusa blanca abotonada hasta el cuello y calzado piano. Jack Campbell se paseaba junto a la pared adyacente. En la esquina donde deberían haberse encontrado en su nervioso paseo estaba sentada una taquígrafa de los juzgados, que aguardaba pacientemente a que hablara alguien para hacer su trabajo. Junto a David, Noel Gardner garabateaba dibujos geométricos en un bloc amarillo.
Mabel Leung, intérprete de los juzgados que hablaba mandarín, cantonés y otros dialectos chinos, había apartado un palmo su silla de la mesa y tejía industriosamente lo que parecía una manga. Hasta entonces a nadie le habían sido necesarias sus habilidades lingüísticas. Milton Bird, un abogado de oficio designado por el tribunal para los casos de inmigración, repasaba sus notas. Junto a él se sentaba Zhao con los brazos colgando a los costados. Llevaba un mono rojo con unos números negros pintados en la espalda y resplandecientes zapatillas de tenis blancas, el uniforme oficial de los que se hallaban retenidos en Terminal Island.
Era la última hora de la tarde y no habían hecho descanso alguno para comer. Mabel se había escabullido unos minutos para volver con coca-colas dietéticas y bolsas de patatas fritas obtenidas de una máquina expendedora. Aquel extraño almuerzo, combinado con el estrés, los había dejado a todos con los nervios de punta.
Por el momento, la reunión había sido todo un ejercicio de perseverancia. Zhao quería comprar su libertad; David quería información desesperadamente. Zhao recordó a David que le había prometido ayuda; David había luchado con la definición de «ayuda». Habían hablado sobre condiciones: identificación del cadáver a cambio de la libertad de Zhao. Si algún día el caso llegaba a juicio, David esperaba que Zhao testificase. El gobierno no daría dinero alguno a éste, pero Inmigración le concedería la tarjeta de residente. David veía claramente que el inmigrante estaba más asustado que cuando se hallaba a bordo del Peonía.
A medida que transcurría el día, David había releído el expediente de Zhao un par de veces. Según sus respuestas al interrogatorio de Inmigración, Zhao Lingyuan, que escribía primero el apellido, siguiendo la costumbre china, había sido estudiante en la Universidad de Pekin, lo que explicaba sus conocimientos de inglés. En 1967, durante la Revolución Cultural, había sido enviado al campo. Una decada más tarde, cuando otros estudiantes volvieron a casa, el se quedó. Después, cuando la economía de mercado empezó a penetrar en China, Zhao decidió ir a Estados Unidos para empezar de nuevo.
Campbell se detuvo de repente y espetó:
– Mire, Zhao, se acabó. ¿Sabe lo que quiere decir eso? ¡Pues que hable o no hay trato!
Al ver que Zhao permanecía impertérrito, Campbell emitió un gruñido de frustración, dio un puñetazo en la pared y reanudó su rítmico paseo. David abrió y cerró su bolígrafo.
– No sé cómo decir palabras -dijo Zhao de pronto con voz monocorde.
Mabel dejó su labor y conversó con él en chino durante cinco minutos. De vez en cuando, Mabel decía una palabra en inglés (dragón, engendrar, fénix, rata, topo) y Zhao la repetía. Cuando la conversación tocaba a su fin, los dos parecían haber alcanzado una especie de acuerdo. David los miró a ambos inquisitivamente. Mabel volvió a coger la labor sin decir palabra Zhao volvió a encorvarse en su asiento con los ojos fijos en la mesa desnuda que tenía ante él. Milton Bird sacó un pañuelo y se enjugó la frente. Noel estiró el cuello y luego flexionó los brazos.
– Tenemos un dicho en China. -La voz de Zhao transmitía resignación-. Los dragones engendrar dragones, los fénix engendrar fénix, y los topos engendrar topos, buenos para cavar agujeros.