Rob quedó pensativo cuando ella salió del departamento y se acomodó en su litera. No había duda alguna, Corrie estaba preocupada por algo, y ese algo tenía que ver con Camino Abajo. Tal vez creyera que no merecía tanta fama. La verdad era que, eso podía decirse de casi todas las atracciones, él le enseñaría algo que haría las cosas diferentes. Cerró los ojos.
El sueño se negaba a venir. Tenía la cabeza demasiado llena de ideas. La noche anterior, amarrado a la ladera desnuda de una montaña; ahora, en caída libre en una órbita sincrónica, y con un día muy movido entre las dos noches. Cuando comenzó a caer en la inconsciencia vio ante él el rostro arrugado y gris de Darius Regulo, con los cabellos blancos y los penetrantes ojos azules. ¿Cómo era? El sapo, horrible y venenoso, lleva sin embargo una joya en la cabeza. Pero el horrible Regulo parecía cualquier cosa menos venenoso. Amable, astuto, muy experimentado, y un demonio en ingeniería. De alguna manera, este hecho era más importante que los demás.
—¿Qué tal? ¿Cómo has dormido?
Corrie había aparecido desde la nada, segundos después del aterrizaje.
—No muy bien. —Rob la miró admirado. Se había puesto un traje de dos piezas, con una blusa color crema pálido que resaltaba su figura y sus delicados brazos y hombros—. Ningún problema mientras estábamos bajo aceleración —dijo—. Al contrario de lo que te pasó a ti. A dos ges perfecto, pero apenas hemos llegado a cero g he empezado a despertarme a cada rato y a agarrarme de las paredes. No te olvides de que he pasado la última semana en la ladera de una montaña. En esas circunstancias una caída libre habría sido fatal.
Se restregó los ojos, se incorporó y miró por la ventanilla. Frunció el ceño.
—Eso no parece el Puerto Espacial Belize.
—Porque no lo es. —Corrie se encogió de hombros—. Los tripulantes me han notificado que no se les permite aterrizar hasta dentro de veinticuatro horas. Les dije que lo intentaran en Panamá, en lugar de hacernos esperar un día entero. Deberemos seguir viaje por aire. Pedí que nos tuvieran un avión listo a nuestra llegada. Si salimos ya, podremos estar en Camino Abajo dentro de un par de horas.
—Bien. —Rob se soltó de las correas y se puso de pie. Era extrañamente tranquilizador estar otra vez en un ambiente de un g—. Me alegra comprobar que el dinero de Regulo no puede comprarlo todo, aunque al parecer puede comprar muchas cosas.
—No cambiamos los horarios de los puertos espaciales, si te refieres a eso, la FUE los tiene bajo su control. —Corrie abrió la puerta corrediza y miró la noche tropical. El sol se pondría en pocos momentos, y el aire estaba lleno de aromas secos y profundos—. Algún día espero que Regulo consiga permiso para construir su aeropuerto espacial privado, aunque no le serviría de mucho, él no puede venir a la Tierra.
Rob recordó sus últimos pensamientos antes de dormirse.
—Creo que puedes aclararme algo —dijo—, mientras volamos hacia Yucatán. Cuando entramos en la oficina de Regulo no se veía muy bien porque el nivel de luz era muy bajo. Yo supuse que él no quería que la gente le viese la cara. Pero después de hablar con él un rato me di cuenta de que no era por eso. No parece el tipo de persona que se preocupa por su aspecto. ¿Me equivoco?
—¿Regulo? ¿Creíste que era vanidoso? —Corrie estalló en una carcajada mientras Rob la miraba, algo irritado—. Perdóname —dijo—. Pero la idea es ridícula cuando conoces a Regulo. No le importa un bledo su aspecto personal, en lo más mínimo. ¿No sabes cómo comenzó a hacer dinero?
—Tengo una idea. —A Rob le intrigó el aparente cambio de tema—. Comenzó enviando materiales a la órbita de la Tierra desde el Cinturón de Asteroides, ¿no? ¿Y eso qué tiene que ver con su preferencia por la oscuridad?
Habían bajado del Remolcador y pasaban por Emigración. Rob vio más pruebas del largo brazo de la influencia de Regulo. Las interminables formalidades usuales con Aduana y Admisión terminaron en segundos, sin más que una fugaz mirada a su documento de identidad y una rápida entrada en la terminal de datos. El sol descendía rápidamente en pleno crepúsculo, cuando salieron hacia el avión que los esperaba y se subieron a él.
—Tiene mucho que ver —dijo Corrie por fin mientras revisaba los controles y fijaba el rumbo—. Explica muchas cosas sobre Regulo. Te enterarás tarde o temprano, de modo que será mejor que lo sepas de entrada. Ya hay demasiados rumores sobre Darius Regulo. Lo que has dicho es cierto. Él y un par de socios capitalistas instalaron un negocio de transporte, hace más de cincuenta años. Se empezaba a explotar el Cinturón y había cuatro o cinco grupos que realizaban el transporte de materiales en el Sistema Interno. Supongo que era muy competitivo e implacable. El equipo de Regulo fue uno de los primeros en tener problemas serios…
Los asteroides grandes recibían mucha publicidad, pero eran los pequeños los valiosos. Los «Tres Grandes» del Cinturón Interior, Ceres, Pallas y Vesta, ya estaban listos para albergar colonias permanentes. Un poco más lejos había un buen puñado de otros, de más de tres kilómetros de diámetro y todos buenos candidatos para una explotación a largo plazo: Hygeia, Eufrosine, Cibeles, Davida, Interamnia. La tripulación del Alberich conocía su existencia pero los despreciaba, como a todos los que tuvieran más de un kilómetro o dos. Una cosa era encontrar planetoides ricos en minerales; trasladarlos y explotarlos era una tarea más difícil.
Darius Regulo, como socio industrial del equipo, tenía a su cargo la larga y tediosa tarea de un primer análisis y evaluación. Hizo todo tipo de exámenes: espectroscópicos, de microonda activa y pasiva, térmica infrarroja y láser. Con los datos sobre tamaño y elementos orbitales tenía todo lo necesario para una primera recomendación. Nita Lubin y Alexis Galley estudiaron su informe, le añadieron el conocimiento enciclopédico de Galley sobre precios de metales FOB en la órbita de la Tierra, y tomaban la última decisión.
Galley, cabellos grises y cejas espesas, estaba sentado frente a la consola. Parecía un viejo bibliotecario, entrecerrando los ojos para ver lo que le decía el ordenador y mascullando entre dientes números y cifras. De vez en cuando miraba al techo, como si leyera allí números invisibles.
—Es del tamaño apropiado —admitió por fin—. No hay elementos malos, además. Ojalá tuviera un porcentaje de iridio más alto; eso y el porcentaje de volátiles son los factores determinantes. ¿Qué dicen las pruebas de plomo y cinc, Darius? No los encuentro.
—Son insignificantes. He decidido que podríamos considerarlos cero, a efectos de cálculo.
—¿Ah, sí? —Alexis Galley hizo un gesto de asombro—. Te agradecería que dejaras esa decisión en mis manos, hasta que tengas más años de experiencia. Ahora vamos a ver otra vez las cifras de masa.
Darius Regulo estaba de pie detrás de Galley, mirando por encima del hombro del otro, viéndolo trabajar. Si había alguien de veinticuatro años capaz de asimilar los resultados de veinte años de experiencia en minería espacial sólo mirando y escuchando, era él. Ya había aprendido que el valor verdadero de los metales no era más que una ínfima parte de la decisión final. Pesaba más la disponibilidad de volátiles utilizados para modificar la órbita, la posición del asteroide en el Sistema y los costos de extracción.
Galley asentía para sí mismo.
—Me seduce intentarlo —dijo—. Verdaderamente has hecho un buen trabajo, Darius. —Giró en su silla—. ¿Qué opinas, Nita? ¿Lo intentamos?