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El tercer miembro de la tripulación estaba en el otro extremo de la nave, mirando por la ventanilla la irregular masa de roca que se acercaba más y más al Alberich. Se restregaba la nuca y pensaba.

—No lo sé, Alexis. Hay un amplio margen de volátiles, podemos llegar con facilidad. Pero, ¿podremos hacerlo con la rapidez necesaria? —Sacudió la cabeza—. El grupo Probit ofrece una comisión del diez por ciento por los próximos cien millones de toneladas de níquel o hierro que lleguen a la órbita de la Tierra.

Galley asintió.

—Luchan contra el tiempo.

—Como siempre —dijo Lubin—. Y nosotros también. Temo que Pincus y su equipo se nos adelanten. He estado escuchando sus emisiones de radio y comenzarán a trasladar a su elegido dentro de uno o dos días. Aunque nosotros tomemos una decisión en este preciso instante, no tendremos energía para ese asteroide hasta casi dentro de una semana, y no ahorraremos tiempo en la órbita de transferencia. En todo caso, están mejor situados que nosotros para ello.

—Entonces lo tenemos difícil —Alexis Galley miró la pantalla sin verla—. Si llegamos los segundos perdemos la mitad de la ganancia. Tal vez debamos seguir buscando otro con una mejor composición.

—No nos arriesguemos —Regulo había estado escuchando la conversación con suma atención. Alexis Galley era siempre demasiado conservador, y Regulo necesitaba esa comisión mucho más que Galley o que Nita Lubin—. Hemos tardado semanas en encontrar uno tan bueno como éste. ¿Y si intentamos una hiperbólica?

Los otros dos permanecieron en silencio.

—Tiene que haber mucha reacción de masa para una hiperbólica —continuó—. Tú misma dijiste que había muchos volátiles, Nita, y ganaríamos al menos cuatro semanas en tiempo total de tránsito.

Galley miró el delgado rostro de Regulo y sus ojos pálidos y brillantes.

—Creo que ya sabes mi opinión sobre las transferencias hiperbólicas —recordó—. ¿Tengo que repetirla? Consumes algunos de los volátiles y pierdes masa de reacción en la órbita solar. Si no tienes suerte, cuando pases del perihelio necesitarás ayuda para bajar a la órbita terrestre. Y los Remolcadores que te ayuden a bajar te costarán el doble de lo que hayas ganado. No obstante —continuó, encogiéndose de hombros—, no me gusta cerrarme a las ideas, sólo porque me hago viejo. ¿A cuánto deberíamos acercarnos?

—A tres millones de kilómetros, en el perihelio.

—¿Desde el centro del Sol o desde la superficie?

—Desde el centro.

—Caramba. Sólo estaríamos a un cuarto de millón de la superficie. Demasiado cerca.

—Pero no estaremos mucho tiempo —interrumpió Nita Lubin. Se aproximó y se detuvo junto a la pantalla—. Creo que debemos hacerlo. Ya hemos hablado del tema y siempre encontramos razones para no hacerlo. Intentémoslo. No tenemos por qué permanecer junto al asteroide. Podemos separar el Alberich apenas lleguemos a Mercurio, introducirnos en una órbita a mayor distancia del perihelio y volver a conectarnos con él más tarde.

—Entonces llegaríamos demasiado tarde para encontrarla —protestó Galley—. Si volamos en una órbita mayor, tardaremos más.

—No si llevamos al Alberich en un vuelo propulsado. Alexis, estás buscando razones para evitar hacerlo —Nita Lubin parecía haber tomado una decisión. Se volvió al miembro más joven de la tripulación—. ¿Cuánto tardarás en hallar una ruta apropiada para el Alberich? Necesitamos algunas opciones.

Regulo no dijo una palabra. Metió la mano en el bolsillo, sacó una hoja de ordenador y se la alargó.

—¿Qué es esto? —Nita Lubin miró la hoja, sonrió y se la mostró a Galley—. Órbitas para el Alberich. Ambicioso ¿eh? Bien, eso no tiene nada de malo, para eso estamos todos aquí. ¿Qué te parece, Alexis? Tendríamos un perihelio de doce millones de kilómetros para la nave. No está mal. Supongo que será mejor comprobarlo por mí misma. Vosotros podríais dedicaros a ponerle los impulsores al asteroide. En principio, tendremos mucho tiempo para eso, si es que podemos hacer la transferencia en cuatro semanas, como sugiere esto.

Alexis Galley se levantó despacio de la consola y contempló durante un largo rato a los otros dos.

—Continúa sin gustarme, pero seguiré adelante. Tú has puesto casi todo el dinero, Nita, y es justo que intentemos proteger tu inversión. Pero recuerda esto: ninguno de vosotros ha trabajado nunca cerca del Sol. Yo sí. Allí el cronometraje es más rígido, no hay tanto margen de error como aquí. Si no te importa, Nita, cuando tú termines, yo también revisaré esos cálculos.

Salió de la cabina y se dirigió a donde estaban las provisiones de impulsores. Nita Lubin lo siguió con la mirada, pensativa.

—¿Sabes? Lo hace por mí, Darius. Me pregunto si no será una locura. Alexis tiene más experiencia que nosotros dos juntos.

Regulo la miró con la cabeza inclinada hacia un lado.

—¿Qué quieres decir? Pensé que estaba decidido. Escucha, no sé tú, pero yo no quiero que nos gane el grupo de Pincus, y lo hará si elegimos la transferencia de siempre en una órbita elíptica. Perderemos, no hay duda.

Había empalidecido, y le resplandecían los ojos. Nita Lubin lo miró con interés.

—Eres ambicioso, Darius, no me había dado cuenta de hasta qué punto. Bien, sigo diciendo que no es una mala idea. Yo estoy aquí para hacer dinero, y Alexis también. Ve con él y ayúdalo, yo revisaré tus cálculos.

—Están bien —dijo Regulo. Se volvió rápidamente y salió de la cabina, sin darle tiempo a Nita Lubin de agregar nada.

Las primeras etapas de la transferencia de órbita seguían el modelo clásico que Alexis Galley había iniciado hacía más de veinte años. Primero se trazaba la forma del asteroide y se fotografiaba desde múltiples ángulos. Luego venía el detalle de la distribución de masa, calculado a partir del análisis de los datos sísmicos. Eso determinaba la colocación de poderosas cargas explosivas en agujeros practicados a profundidad en la roca. No se obtenía más que una distribución aproximada de las densidades internas. Con todo, ésa era la mejor fuente de información sobre las cantidades de amoníaco, dióxido sólido de carbón, agua y hielo de metano dentro del asteroide, la fuente de la masa de reacción que impulsaría al fragmento a la órbita de la Tierra.

Galley y Regulo estaban frente al ordenador, trabajando juntos en la colocación de los impulsores. A medida que los volátiles se consumían y se expelían en vuelo, el centro de la masa y la fuerza de la inercia de lo que quedaba del asteroide cambiaba. El ritmo de impulso debía mantenerse exacto, de lo contrario todo el planetoide comenzaría a girar bajo el par de torsión aplicado.

—¿Ves por qué me opongo a tu maldito vuelo hiperbólico? —gruñó Galley—. Cuando se envía cualquier cosa tan cerca del Sol, la velocidad de ebullición enloquece. Se pierde buena parte de los volátiles en pocas horas si vas demasiado cerca. Eso desbaratará el cálculo de centro de masa. Lo que no sucede en una transferencia elíptica, pero ahora debemos tenerlo en cuenta.

—Podemos preverlo —contestó Regulo. Su voz denotaba confianza—. Es cuestión de más cálculos. Averiguaré el flujo solar como función de nuestro tiempo en órbita, y eso nos dará el dato de ebullición que necesitamos.

—Ah, no digo que no podamos hacerlo —arguyó Alexis Galley, sacudiendo la cabeza—. Pero supone más trabajo y perderemos un día más.

—Escucha, no te estoy pidiendo que lo hagas tú —espetó Regulo. Estaba irritado—. Nada me gustaría más que encargarme yo mismo del cálculo.

El hombre de más edad lo miró con calma.

—Escucha, Darius, tranquilízate. No digo que no hagas tu parte del trabajo, incluso más. Pero no me entusiasma este plan. Sólo he volado en una hiperbólica en toda mi vida y fue en una nave médica de emergencia, con impulso ilimitado. No tratábamos de arrastrar mil millones de toneladas de roca. Es arriesgado y no vamos a meternos en ello sin pensarlo muy bien. Si vas a ajustar los cálculos, será mejor que vuelva al asteroide y revise otra vez la posición de los impulsores.