Выбрать главу

Rob movió la cabeza con tristeza mientras los otros desaparecían de la vista.

—Ya lo había visto entre la gente de la construcción. Tiene razón, lo que acabamos de ver no es lo peor. Tendrías que ver a alguien que sufre síntomas de abstinencia y no puede conseguir una dosis. ¿Tienes idea de qué era eso de lo que hablaba? Tengo la impresión de que uno de los hombres, Howard Anson, sabía qué le ocurría a Senta.

Corrie se encogió de hombros. Sus pálidos ojos estaban atemorizados, pero se controlaba muy bien.

—Yo nunca lo había visto, sólo había oído hablar del efecto de la droga. Pero ya sabes cómo funciona la taliza. Estaba reviviendo algo de su pasado. Habrá conocido a alguien con tu nombre, hace mucho tiempo. Al pronunciarlo ella, ha sido el detonante para la regresión. —Miró por el corredor, como si quisiera seguir al otro grupo, pero no lo hizo—. Será mejor que vayamos al restaurante. Ya es tarde.

—Pero ha nombrado a Gregor Merlin —señaló Rob—. Ése era mi padre. Y ha añadido que se lo había dicho Joseph. Ya sé que es un nombre corriente, pero cuando nos encontramos con Joseph Morel en la estación, me comentó que había conocido a mi padre. Me preocupa un poco tanta coincidencia.

A la entrada del restaurante indio —escogido por Corrie— los había recibido una figura vestida de blanco que los acompañó en silencio hasta la mesa. Como todo en Camino Abajo, la intimidad se conseguía con sólo apretar un botón. Los inhibidores de sonido y vista entraron en funcionamiento, protegiendo las palabras y actos de Rob y Corrie de las mesas vecinas. Alrededor de la mitad de los clientes usaban los inhibidores, los otros habían ido allí a hacerse ver. Encontrarse con celebridades era uno de los atractivos de Camino Abajo. Corrie activó los inhibidores y quedaron los dos en una habitación silenciosa de paredes blancas. Los discretos camareros humanos parecían acercarse a través de las paredes sólidas cuando venían a ofrecer sus discretas sugerencias y recomendaciones a los dos comensales. El restaurante tenía capacidad para unas cuatrocientas personas, y había al menos seis veces esa cantidad de personas atendiendo a las necesidades de los clientes en cuanto a comida, vino y estimulantes.

Cuando ocuparon sus asientos, Corrie inclinó la cabeza hacia el extenso menú escrito a mano. Todo en Camino Abajo se realizaba con las manos, ni siquiera en la cocina se usaban robots. Rob no veía los ojos de Corrie, pero el tono de ella pareció artificialmente indiferente cuando habló.

—No es una coincidencia, Rob. Senta dijo que conoce a Regulo muy bien, y eso es cierto. Muy bien. Durante mucho tiempo, hace varios años, fueron amantes, hasta que se hizo obvio que él no podría vivir mucho más en la Tierra. No sé por qué Senta no lo siguió, pero él cree que ella no soportaba la idea de dejar todo lo de la Tierra. Necesita a sus amigos, que le dan seguridad. Conoció a Joseph Morel en la época en que vivió con Regulo, y si él trató a tu padre, no es de extrañar que Senta también lo haya conocido.

—No te cae nada bien, ¿verdad? —dijo Rob. Quería hacer reaccionar a Corrie y sacarla de su humor remoto y rígido. Tuvo un éxito sorprendente. Ella levantó la cabeza y lo miró un largo rato con esos ojos intensos y preocupados, tan inesperados como siempre en ese rostro oscuro.

—Al contrario, Rob —la voz sonó ronca—. Me habría ido con ella ahora, pero sé que ella no querría. Por ella no voy a los lugares donde puedo encontrarla. Antes creía que no me quería cerca para que sus amiguitos no supieran lo vieja que es. Ahora creo que tal vez sea que no quiere que vea lo que le está haciendo la taliza, que no quiere apenarme. No te la he presentado con su nombre completo. Es Senta Plessey, mi madre.

Corrie volvió a mirar el menú.

—No nos hemos visto mucho en los últimos diez años —prosiguió en voz baja—. Más culpa mía que de ella, supongo, yo elegí vivir fuera de la Tierra. En realidad no sé por qué no he intentado verla más, aun cuando nuestras vidas sean tan diferentes. —Otra vez volvió a levantar los ojos con una mirada suplicante—. Si no te molesta, Rob, quiero cambiar de tema. Y no quiero hablar de trabajo, tampoco. A menos que debas hablar de Darius Regulo esta noche, preferiría que lo dejemos para mañana. Nada de Tallos-de-habichuela, nada de Atlantis, nada de taliza. Quiero un poco de tranquilidad.

Una vez en su habitación en el hotel en la superficie que alojaba a los clientes de Camino Abajo que preferían pasar la noche arriba, Rob tuvo dificultades para conciliar el sueño. Apenas Corrie lo mencionó, él percibió el fuerte parecido entre las dos mujeres. Había una evidente similitud de rasgos, y el cuerpo de Corrie era la versión más delgada y más joven del cuerpo de Senta. Era obvio de dónde había heredado Corrie ese rostro perfecto y la gracia de movimientos. Fueron los ojos los que lo habían despistado. ¿Dónde había encontrado Corrie esos asombrosos ojos azules en lugar de los ojos castaños oscuros de Senta?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el timbre de la puerta. Miró el reloj. Eran más de las tres de la mañana, hora local, pero eso no significaba nada. Los clientes de Camino Abajo provenían de todo el Sistema. Probablemente fuera Corrie. Habían estado juntos casi hasta la una y media, y la cena había durado casi cuatro horas. A ella le había costado bastante tiempo recuperarse del perturbador encuentro con Senta Plessey, pero la atmósfera tranquila y una cocina increíble habían contribuido a conseguirlo. Rob había realizado un gran esfuerzo para no hablar de los antecedentes y del imperio de Darius Regulo. Su problema principal había sido Camino Abajo. Algo en el lugar lo había puesto nervioso, se imaginaba que oía como crujidos provenientes del techo y de las paredes de la gran caverna, como si las profundidades de la tierra se resintieran por la cavidad innatural en sus entrañas. Insistió en volver a la superficie apenas terminaron la comida.

Como el timbre de la puerta volvió a sonar, se levantó, se envolvió en una bata y fue a abrir. Quería, e incluso estaba casi seguro, que fuese Corrie. Ella había rechazado su ofrecimiento de compañía cuando por fin llegaron a la superficie, pero lo había rechazado con una sonrisa y una mirada interesada.

Era el acompañante de Senta, Howard Anson. Rob lo miró sorprendido. Anson seguía vestido con su traje de etiqueta. Rob volvió a notar lo bien que le sentaba la ropa a la esbeltez de Anson, y la perfección del corte que hablaba con discreción de dinero.

—Sé que es tarde —Anson habló sin rodeos—. En cualquier otra ocasión habría esperado hasta la mañana. Pero no sabía dónde encontrarlo, y mañana salgo para una reunión de negocios en Varsovia.

—Adelante. No me había dormido todavía —Rob cerró la puerta y le indicó una silla al otro—. Me extraña que sea un hombre de negocios —dijo, sonriendo—. Al parecer se quiere hacer pasar por un convincente parásito social.

Anson rió. Como la voz, la risa también era de tenor y agradable.

—Ésa es parte de la explicación de mi éxito, ser un obrero e imitar a un zángano. Pero soy como usted, una abeja trabajadora. Tengo un Servicio de Informaciones. La mitad de mi clientela y casi todo el negocio sale del uno por ciento más adinerado del Sistema.

—¿Es usted el dueño del Servicio Anson de Informaciones?

El otro asintió.

—Me maravilla —continuó Rob—. Es el mejor. Yo he usado sus servicios más de una vez. ¿Cómo decidió vivir de eso? No tengo ni idea de lo que tiene que estudiar una persona para poder especializarse en la venta de información.

—No podía hacer otra cosa —dijo Anson, encogiéndose de hombros—. Cuando tenía veinte años me hallé en una situación extraña. No me interesaba ningún tema en particular, pero tenía una memoria increíble que me permitía recordar casi cualquier cosa. Hace cien años habría trabajado en la televisión, haciendo trucos de memoria, como repetir cifras de quinientos dígitos después de oírlas sólo una vez. Puedo hacerlo, no me pregunte cómo funciona, pero funciona. O diciéndole a los telespectadores quién salió tercero en la carrera de los cinco mil metros en las Olimpiadas de 1928. Me llevó un par de años darme cuenta de que era un dinosaurio. A la gente le impresionaba lo que yo sabía, pero todo podía corroborarlo en dos segundos por medio de un terminal conectado a los bancos centrales de datos. Nací demasiado tarde. Entonces decidí que había aún un lugar donde podía hacer algo único. Toda la información está en los ficheros, pero los índices siguen siendo un caos, están retrasados veinte o treinta años con respecto a la información. Así que me aprendí el sistema de índices. Puedo agregar nuevos catálogos a mi lista mental, al instante, de modo que sé cómo obtener información que está ahí, aunque esté mal indexada.