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—¡Su socio! —Rob estaba más sorprendido de lo que dejó entrever—. Me halaga, por supuesto. Me halaga muchísimo. Pero no estoy seguro de querer estar lejos de la Tierra para siempre. Tengo proyectos allá.

—Entiendo —Regulo apagó la pantalla y la imagen del asteroide se desvaneció—. No es una decisión para tomar en caliente. Piénsalo, es lo único que te pido. Ya has visto la historia de la tecnología en la Tierra. ¿Te has fijado en que siempre ocurre lo mismo? Ha sido la maldición de la ciencia durante mil años. Los grandes hombres tienen ideas, los mediocres las llevan a cabo, y peores son los que se quedan con el control de su utilización. Mira las armas atómicas, por ejemplo, yendo en línea recta de Einstein a Denaga, desde un supergenio a casi un imbécil.

—Estoy de acuerdo. —Rob miró a Darius Regulo, con expresión dubitativa—. ¿Cree que eso puede cambiarse? Yo no lo creo.

—No allá —dijo Regulo, impaciente—. No podemos cambiar eso en la Tierra. Pero hay mucho que hacer en el Sistema, y la mayoría de esas cosas están fuera de la Tierra, en el Cinturón y más allá. Ahí está la acción. Ahí es donde hay una oportunidad para romper con la vieja manera de hacer las cosas. Si McAndrew no se equivoca, el Halo debe de estar lleno de núcleos de energía. Con energía suficiente disponible, se puede hacer casi cualquier cosa. Dentro de pocas generaciones más, los mejores ingenieros estarán trabajando más allá de Plutón. Podemos estar al principio de eso, si empezamos antes que ninguna otra persona en el Sistema.

Había un apasionamiento, casi un fervor religioso, en la voz áspera. Rob se sintió incómodo. Había una fuerza obsesiva en Regulo que sobrepasaba los propios límites de Rob.

—Vi el análisis de McAndrew —informó—. Es una obra impresionante. ¿Usted también predice una tendencia a alejarse de la Tierra?

—Caliban y yo —Regulo miró por instinto a la cámara dispuesta en la pared de enfrente a él—. No estoy de acuerdo con todos sus análisis, como sabes, pero no puedo discutir ese punto. Yo baso los míos en necesidades de la ingeniería. Dios sabe de dónde salen los suyos.

Rob había seguido la rápida mirada.

—¿Esa cámara le está transmitiendo todo a Caliban, hasta la esfera de agua?

—En todo momento. Le llegan datos desde toda Atlantis, de todo el Sistema. Discutimos sobre el tipo de lógica que utiliza, pero sea lo que fuere, no puede llegar a ninguna conclusión sin datos. Sycorax almacena los que vienen como corrientes paralelas y Caliban los absorbe cuando puede. Estará ocupado las próximas cuatro o cinco horas, absorbiendo los datos nuevos que llegaron en tu nave. —Regulo había mirado de pasada el reloj de la pared mientras hablaba, y volvió a mirarlo—. Será mejor que hablemos del Tallo. ¿Sabes cuánto hace que estamos hablando? Ése es tu problema, Merlin, hablas de las cosas que de verdad me interesan.

Comenzó a ponerse de pie, ahogó un gemido y se aferró al borde del escritorio. Se puso blanco de dolor. Rob rodeó el escritorio y lo tomó del brazo.

—¿Puedo ayudarle?

Regulo asintió.

—Llama a Morel —masculló—. Dile que iré dentro de un momento para que me ponga esas inyecciones de mierda.

Se enderezó despacio en la silla.

—A veces me pregunto si ese hombre me está curando o matando. Ayúdame a levantarme. Habrá que posponer la charla sobre el Tallo hasta que me encuentre mejor. —Tenía la frente perlada de sudor, pero mantenía la voz firme—. La sesión con Morel durará tres o cuatro horas. No me deja apresurarla. Si lo hago, hay que comenzar todo de nuevo, lo sé por experiencia, una dolorosa experiencia. Deberemos posponer la reunión hasta después del período de sueño.

Salió de detrás del escritorio, apartando la mano que le ofrecía Rob y se apoyó contra la pared.

—Y dile a Cornelia que necesito verla, por favor. En cuanto termine con Morel. Estará en la zona de deportes. —Logró sonreír, aunque no había alegría en el gesto—. No lo creerás, pero en una época le ganaba en las carreras de natación. Aunque de eso hace ya tiempo.

Salió del estudio, mientras Rob tomaba el intercomunicador y pasaba los breves mensajes de Regulo. Ni Morel ni Corrie respondieron a la señal, y dejó ambos mensajes en repetición automática. Luego miró su reloj. Faltaban cinco horas para la comida, tres o cuatro antes de que Morel y Regulo regresaran de la clínica. Caliban estaría ocupado con los nuevos datos, era el mejor momento.

Moviéndose con rapidez, Rob salió del estudio y se dirigió al perímetro exterior de la esfera central. Corrie estaría en la zona de deportes, trabajando duro en sus ejercicios. No tomó esa dirección, sino que volvió hacia el otro lado de la esfera, hacia el lugar donde se hallaban la planta industrial y los servicios de mantenimiento.

Dos o tres viajes hacia el laboratorio cerrado de Morel habían convencido a Rob de que el sistema de seguridad era estricto. El laboratorio estaba cerrado todo el tiempo, y en algún lugar un monitor advertía a Morel cuando alguien se aproximaba a la puerta del sello rojo. Rob lo había intentado desde varios lugares, pero no había conseguido encontrar otra vía de acceso que llevara al interior del laboratorio. La lógica indicaba que esa vía no existía, pues de lo contrario las precauciones de seguridad de Morel no tendrían sentido.

A Rob se le había ocurrido una única posibilidad, una manera de satisfacer su creciente curiosidad y su convicción de que el laboratorio ocultaba un importante secreto. El laboratorio se hallaba en el segmento exterior de la esfera de habitaciones. Una de las paredes debía de formar una especie de mampara divisoria que separaba la zona de habitaciones de la esfera de agua. La primera suposición de Rob fue la naturaclass="underline" la mampara no sería más que una pared. Luego observó que Caliban a menudo se ubicaba cerca de la zona de habitaciones que albergaba al laboratorio; es más, fue observar al calamar lo que llevó por primera vez a Rob a la zona del laboratorio. Parecía difícil creer que Caliban fuera allí a menos que hubiera algo más que una pared en blanco dando hacia la esfera de agua. Habría una pantalla o una ventana en la pared del laboratorio. No se podía saber eso desde las habitaciones interiores.

Después de investigar durante un tiempo, Rob había descartado la posibilidad de ver algo interesante desde fuera de Atlantis, o desde los conductos principales de acceso que llevaban a la esfera central. La visibilidad, incluso en las claras aguas de Atlantis, era como máximo de ciento cincuenta metros. Para hacer una inspección debía hacerla desde la esfera de agua.

Cuando su razonamiento lo llevó hasta ese punto, Rob se sintió inclinado a no seguir por ese camino. Debía de haber puntos de acceso a la esfera de agua desde la esfera interior, lo sabía. Se utilizaban cuando se iba a buscar comida para la mesa de Regulo. Eso no constituía ningún problema. Pero aunque hallara la manera de llegar a la esfera de agua, y además encontrar el equipo apropiado para bucear no sabía cómo evitar la principal dificultad. Regulo no reinaba en ese dominio, pertenecía a Caliban. Morel podía obligar al gran animal a la inactividad cuando alguien salía a la esfera de agua a recoger alimento, pero no lo haría por Rob.

Rob observó y esperó, más y más impaciente y curioso. Por fin obtuvo la información que le hacía falta. Cada vez que llegasen nuevos datos para Caliban provenientes de cualquier lugar fuera de Atlantis, aparecerían en las pantallas para que el animal los viera. En esos casos, el calamar no dejaría las pantallas hasta que finalizara la presentación de los datos. Al parecer, la curiosidad de Caliban por el mundo fuera de Atlantis no se saciaba con facilidad. Rob se preguntó hasta qué punto el inmenso animal comprendía que era un ejemplar único.