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—Fascinante —murmuró su disgustado compañero—. ¿Y durante cuánto tiempo? Yo una vez me quedé atascado en un funicular durante siete horas, y créame, me parecieron siete días. ¿Y si la energía no volviera? ¿Qué se supone que haría uno, entonces, bajarse deslizándose por el cable?

Mientras el hombre hablaba, vieron en una de las pantallas que Rob Merlin se había puesto de pie, se había desperezado casi con lujuria y, de espaldas ya al panel de control, le hacía una seña con el pulgar levantado a alguien que no aparecía en la pantalla, bostezó sin inhibiciones y comenzó a caminar hacia la puerta del Centro de Control.

—Se acabó —dijo Howard Anson—. Terminó la función. Conozco esa expresión. Cuando uno termina un trabajo importante, peligroso, siente algo que no tiene punto de comparación en todo el Sistema. Es la sensación más impresionante del mundo, y al mismo tiempo uno se siente tan débil y tan cansado que no puede ni pensar. Eso le sucede a Rob ahora. ¿Ven ese bostezo de felicidad? Es uno de los signos que no fallan. Vamos, Senta. Tratemos de rescatar a Rob y hacer que coma algo. Necesita bajar del éxtasis gradualmente.

Cuando salieron del centro de observación y pasaron rápido por la entrada del Centro de Control, Rob seguía de pie allí, con la mirada perdida, junto al comunicador. Anson miró con curiosidad al operador.

—Del Cinturón —fue la breve respuesta—. Está en camino desde hace casi un cuarto de hora, de modo que no esperarán respuesta desde aquí. Ahora se pone en marcha el vídeo.

La pantalla se había encendido, revelando el rostro arruinado de Darius Regulo. Como Rob, tenía un aire de ensoñación.

—Maravilloso —exclamó. Nadie tuvo que preguntar de qué hablaba—. Más que bien, Rob, perfecto, todo perfecto. Felicitaciones. Te he observado mientras lo hacías, pero lo controlabas tú solo. Ahora sal y disfrútalo. Saboréalo, Rob, no se experimenta una sensación como ésta muchas veces en la vida.

Rob miraba el reloj, con las cejas levantadas.

—Habrá enviado este mensaje inmediatamente después del Contacto, cuando el Tallo todavía estaba estabilizándose. Ha tenido mucha más confianza que yo.

La cara de Corrie había suplantado a la de Regulo en la pantalla. Su expresión sombría de doce horas antes había desaparecido, al menos por el momento, y ahora se la veía orgullosa y entusiasmada.

—Lo has conseguido, Rob. Ojalá estuviera ahí para celebrarlo contigo, en lugar de estar aquí en Atlantis. Si puedes contenerte y esperar, te reservo una fiesta para dentro de uno o dos meses, y haremos algo especial.

—No me cabe duda —murmuró Howard Anson. Rob lo miró enojado, pero no pudo aparentar el suficiente enfado, porque no podía negar que estaba pensando en algo muy parecido a lo que daba a entender Anson.

—Un momento, Rob —continuó Corrie—. El ogro quiere decirte algo.

Regulo volvió a aparecer en la pantalla, esta vez con una mirada astuta y sabia en los ojos.

—Quería señalarte algo, Rob, que quizá se te ha pasado por alto con toda la conmoción ahí abajo. Dentro de veinte años, el mundo se preguntará cómo podía la Tierra seguir adelante sin el Tallo, y tú aparecerás en todos los libros de historia, junto con Ferdinand de Lesseps y Elisha Otis. Será mejor que comiences a prestarle más atención a tu imagen pública.

—¿Junto a quién? —preguntó Rob.

—Se refiere al constructor del Canal de Suez y al inventor del ascensor —aclaró Anson en voz baja, mientras Regulo continuaba.

—Si lo único que querías era ser famoso, ya puedes retirarte mañana. —No parecía pensar que esto fuera probable—. Si quieres iniciar un proyecto grande, la cosa cambia. No te conformarás con esos proyectos de poca monta en la Tierra. Si sales dentro de dos o tres días, llegarás aquí justo a tiempo para trabajar con nosotros en Lutecia. Calculo que habrá de diez a quince toneladas de metal en él. Piensa en una buena utilidad para ese metal, y haremos algo del tamaño del Tallo alrededor del Halo.

Desapareció. Mientras Howard y Senta llevaban al exhausto Rob hacia la comida y el descanso, Anson se preguntaba si no era ya demasiado tarde. Después del mensaje de Regulo, Rob había comenzado a descender de su exaltación y comenzaba a viajar con la mente a los misterios de Atlantis.

Al llegar la noche, los últimos rastros de oscilación habían caído por debajo del nivel de detección de cualquiera de los monitores. La Tierra se había adaptado a la presencia de su puente más reciente. Cuando aparecieron las estrellas, Luis Merindo vio la hebra resplandeciente del Tallo, iluminado aún por el sol poniente, desapareciendo en el cielo de la noche.

Caminó hasta el perímetro del cerco vigilado y miró hacia arriba. Muy por encima de su cabeza, alcanzados todavía por la luz del sol hasta perderse por fin entre las sombras de la Tierra, los pacientes robots continuaban su tarea de instalar los vagones de carga y de pasajeros. No les llegaría la noche hasta dentro de cinco horas, hasta que la profunda oscuridad hubiera trepado por el Tallo hasta la altura sincrónica. Incluso entonces, el lastre seguiría a plena luz del Sol, hasta que éste también se ocultara por fin detrás de la Tierra durante una breve noche de media hora.

Merindo estaba solo, mirando hacia arriba. Ancho de espaldas, oscuro, fornido, había sido un topo toda su vida, moviendo tierra e instalando compuertas. Los cohetes que salían hacia un espacio frío y vacío no le habían atraído nunca; era un hombre que se sentía muy arraigado a la tierra. Pero ahora, el camino al espacio era parte de la Tierra misma, y había una carretera firme que esperaba a que la tomaran…

El delgado filamento del cable iluminado avanzaba hacia arriba por encima de él mientras las partes inferiores se ocultaban en las sombras. Atraía su visión hacia afuera, hacia arriba. No se dio cuenta en ese momento, pero cuando por fin perdió de vista al Tallo contra el fondo del campo de estrellas tropical y se volvió con todo su cansancio a cuestas para dirigirse al vehículo aéreo y al Control de Amarre, Merindo ya había tomado una decisión en algún nivel profundo de su mente.

Fue el primero de los miles de millones de personas que sintieron el hechizo de esa ruta brillante, y la seguiría.

16

«COMIENZO A TENER PENSAMIENTOS SANGRIENTOS»

Así era como debía verse un sistema binario en eclipse. El disco brillante de la estrella más pequeña, de un blanco marchito, que se movía sin pausa hasta ocultarse detrás del resplandor más suave de su gigante compañero amarillo anaranjado.

Sólo que ahora la estrella más pequeña era el Sol. Era difícil de creer que el Sol, tan pequeño y luminoso, fuera en realidad miles de veces más grande que la esfera más cercana que brillaba hasta llenar un quinto del cielo. Rob miró a su alrededor en busca de algún punto de referencia que le permitiera calibrar el tamaño y la distancia, pero no había otro disco en el cielo, nada más que las luces fijas del fondo estelar y el resplandor difuso de las nebulosas.

—Me preguntaba por qué tardabas tanto —dijo una voz conocida a sus espaldas—. ¿Qué te parece?

Rob se volvió al oír la voz cascada. Regulo, tenso y torpe, estaba de pie junto a la entrada de la sala. En los meses transcurridos desde la última vez que se vieran, su estado parecía haber empeorado. La piel áspera del rostro parecía más surcada por profundas arrugas, y el cabello blanco más escaso. Sólo los ojos, luminosos e inquisitivos, se veían encendidos e inalterados.

—Me imaginaba que te habías detenido aquí al llegar —prosiguió Regulo—. Como no aparecías por la oficina, he salido a buscarte.