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Los dos hombres miraron los vagones, con sus pasajeros y su carga, subiendo y bajando por el Tallo. Era de noche y los vagones desaparecían de la vista en pocos minutos cuando subían hacia el crepúsculo púrpura, y volvían a dejarse ver cuando emergían de la sombra de la Tierra. Rob esperó, dejando que el otro marcara el ritmo de la conversación.

—Es una pregunta sencilla —prosiguió Anson por fin—. Me he dado cuenta de que has hablado mucho con la gente, pero siempre has eludido un tema. ¿Qué hacía Joseph Morel con los Duendes, en definitiva? Ya sabemos que no tenía interés en saber qué tipo de estructura social crearían. Habrá tenido una buena razón para sus experimentos. ¿Cuál era?

—En cierto modo, desearía no haberlo averiguado nunca. Ya sabes lo que ganó Senta con saberlo: un lavado de cerebro y la adicción a la taliza. Suponíamos que llevaba doce años siendo adicta, pero ahora estoy convencido de que ha sido más del doble de ese tiempo. Ellos la convirtieron en adicta inmediatamente después del lavado de cerebro. —La cara de Rob tenía huellas de cansancio y pena; se hacía más patente lo que acababa de vivir—. Y tienes razón, a Morel sólo le interesaban los Duendes en el aspecto biológico y médico. Eso había sido toda su vida. ¿Recuerdas la primera vez que Senta me habló del Cancer crudelis y del Cancer pertinax? Nos contó que Morel había hallado un tratamiento para el crudelis, pero no para el pertinax. Sus remedios eran eficaces en los animales, pero en los humanos tenían efectos secundarios mortales que los convertían en inútiles. Las diferencias entre animales y seres humanos son mínimas, desde el punto de vista químico, pero son cruciales. Ahora pongámonos en el pellejo de Morel. Regulo le dio la seguridad que necesitaba para todos sus experimentos. Si Regulo moría, esa seguridad desaparecería. Había que hallar un remedio para el Cancer pertinax, una cura eficaz en los seres humanos, antes de que fuera demasiado tarde. Regulo empeoraba más y más; yo mismo llegué a advertir cambios en él, a pesar de lo breve de nuestra relación.

—¿Pero no me dijiste que los tratamientos de Morel ayudaban a Regulo?

—Cierto. Sin ellos habría muerto hace años. Morel se estaba acercando, pero todavía no había descubierto la solución. Aunque sí otra cosa: la manera de inducir progeria en seres humanos. En Atlantis pudo producir una raza de Duendes, pequeños, de breve vida, y controlados completamente por él.

Se hizo un largo silencio. Anson estaba asqueado y no tenía ganas de hablar.

—¿Criaba a los Duendes para estudiar la enfermedad? —preguntó por fin.

—Peor que eso —la cara de Rob había perdido el color—. ¿Recuerdas que los llamaba Expes? Eran animales experimentales. Morel podía inducir la enfermedad en un Duende. Cuando vi el laboratorio, algunos estaban sanos, el grupo de control, y los otros sufrían de Cancer pertinax. ¿Cuál es el animal ideal en un laboratorio si se quiere encontrar un tratamiento que dé los mismos efectos secundarios que provocaría en un ser humano?

Anson no dijo nada.

—El mejor animal de laboratorio es otro ser humano —dijo Rob, respondiendo su propia pregunta—. Por eso Morel criaba a los Duendes, ésa era la única razón de su existencia. Podía tener una generación completa en apenas dos años. Y Regulo lo sabía.

Anson miraba por la ventana, reacio a mirar a Rob a los ojos.

—Tenías razón, Rob —exclamó—. En realidad, habría preferido no saberlo jamás. Ahora entiendo por qué parecías quince años más viejo cuando llegaste a la Tierra. ¿Estás seguro de que Regulo lo sabía?

Rob asintió.

—Seguro. Ojalá pudiera sentir por Regulo lo que sentía por Morel. Sabes, yo quería a Regulo. En cierto sentido, fue lo más cercano a un padre que he tenido en mi vida. No sé si tuvo algo que ver con la muerte de mi padre y mi madre, y creo que prefiero no enterarme nunca. Pero estoy seguro de que Regulo sabía lo que Morel hacía con los Duendes. Su enfermedad lo había hecho cruzar un límite. ¿Recuerdas que Senta nos habló de sus «ganas de vivir»? Regulo no quería morir. Había llegado a un punto en el que era capaz de cualquier cosa para seguir viviendo, de cualquier cosa.

—Pero, ¿por qué Morel hacía todo eso? Él no tenía la enfermedad de Regulo, no ganaba nada con esos experimentos.

—No conociste a Morel. Si había algo por lo que estaba dispuesto a dar la vida era por Caliban. Ése era el experimento importante para él. No creo que jamás haya pensado en los Duendes como otra cosa que útiles animales para experimentar. Quizá creyera que Regulo no iba a aceptar la idea, pero una vez puesta en práctica, debían guardar el secreto.

—De modo que no fue sugerencia de Regulo, él carecía de los conocimientos médicos —Anson se restregaba pensativo el puente de la nariz—. Pero supongo que aceptar algo así es casi tan grave como sugerirlo. ¿No estás de acuerdo?

—No necesariamente —Rob miró a Anson con fijeza—. Esa pregunta no es de tu estilo, Howard. ¿Adónde quieres llegar?

—He oído todo lo que has explicado sobre Atlantis. Parte de la historia no me parece racional. Quiero que admitas otra posibilidad, Rob —Anson, traicionando una emoción que Rob Merlin no había visto antes, tamborileaba nervioso con los dedos sobre el marco de la ventana—. ¿No es posible que Corrie también conociera esos experimentos? Ha vivido mucho tiempo en Atlantis y estaba muy cerca de todo lo que sucedía allí.

—Te escucho, Howard. No tienes por qué ser tan cauto —Rob suspiró—. Yo pensé lo mismo, hace mucho. Apenas regresé del laboratorio, después de que Caliban mató a Morel, encontré a Corrie con Regulo. Me habían dejado solo durante cuatro horas, y no pude evitar pensar en lo que había estado haciendo Morel durante tanto tiempo. La única respuesta que tenía sentido era una que no me gustaba nada: Morel estaba discutiendo con Regulo qué hacer conmigo. Corrie pudo haber estado allí durante la conversación.

—No lo creo, Rob. Estás insinuando que Corrie y Regulo estuvieron de acuerdo en que Morel debía matarte.

—No he dicho eso, y no creo que sea la verdad. Ésa fue una decisión de Morel, en contra de las órdenes de Regulo. Regresaría al estudio y le diría a Regulo que yo lo había atacado. Alegaría defensa propia. Creo muchas cosas de Darius Regulo, pero no puedo creer que quisiera matarme.

Anson no dijo nada, pero su expresión hacía innecesarias las palabras.

—Lo sé —soltó Rob—. Caramba, Howard, necesito alguna ilusión. Si estoy equivocado, jamás lo sabremos. Regulo ha muerto. No podremos preguntarle nada. ¿Has averiguado si Corrie es de verdad hija de Regulo?

—Eso es lo que me hizo sospechar. Lo es, sin duda. Pero te dijo que no. ¿Por qué? —Anson comenzó a caminar por la habitación, alisando con las manos arrugas imaginarias en las solapas—. ¿Por qué no quería admitir que Regulo era su padre?

—Puedo darte dos razones. Tú eliges. No quería que la asociaran con Regulo porque le molestaba mucho que la gente pudiera pensar que se acogía al privilegio de ser su hija para alcanzar el éxito en Empresas Regulo. O deseaba apartarse de él porque sabía lo que Regulo había hecho y no podía soportar la idea. Hay una tercera posibilidad, pero ésta me gusta menos aún.

—Quería que tú pensaras que ella no tenía ningún lazo fuerte que la atara a Regulo, nada más. Porque conocía los experimentos, y quería que tuvieran éxito, tanto como él.

Rob asintió. Se apoyaba en las almohadas, con los ojos cerrados.

—Ésa es la posibilidad que temo, Howard. ¿Recuerdas otra cosa que descubrimos sobre el Cancer pertinax? Que tiene una fuerte tendencia a ser hereditario.

Howard Anson se puso rígido.

—¿Piensas que Corrie puede…?