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Quisiera destacar también la referencia repetida a las ideas de ese genio del siglo XXI, el gran McAndrew, cuyas ideas han sido utilizadas incluso por el mismo Clarke. En cualquier caso, sirva la referencia para anunciar aquí la próxima publicación en castellano de LAS CRÓNICAS DE McANDREW de próxima aparición en nuestra colección.

Hay que hacer también algunas precisiones en cuanto a la terminología. En el original inglés se utiliza la nueva palabra «beanstalk» como la adecuada para identificar los «cables» del ascensor espacial. En realidad se trata de un término compuesto de bean (habichuela) y stalk (tallo) y por ello la traducción literal (que es la que utilizamos en este libro) es precisamente Tallo-de-habichuela. El origen del término (posiblemente inventado por Sheffield) se encuentra, con toda seguridad, en el famoso cuento tradicional inglés Jack, the Giant Killer («Jack y las habichuelas» en la traducción habitual castellana) en el cual el joven protagonista trepa por el tallo de unas habichuelas mágicas hasta el país donde encontrará al gigante. Con estos precedentes, el nombre beanstalk parece muy adecuado e ingenioso aunque su traducción literal al castellano resulte un tanto larga y extraña. Por eso, hemos acabado abreviándolo a Tallo en la mayoría de los casos.

Otro aspecto de la traducción es la incomodidad que puede producir cierto vocabulario de la física. Por ejemplo, en castellano el producto de la masa por la velocidad (mv) se conoce como «cantidad de movimiento» mucho más largo y farragoso que el «momentum» que se usa en inglés. Aunque algunos traductores utilicen «momento», no es una solución correcta ya que en castellano el término momento se reserva para cuerpos en rotación y así se habla de «momento cinético o angular» cuando la «cantidad de movimiento» viene multiplicada por la distancia al eje de rotación. El engorro del uso de «cantidad de movimiento» (término evidentemente demasiado largo para su uso literario) se ha justificado por el rigor debido a los conceptos de la física, lo que es claramente obligado en novelas como esta de Sheffield.

También ocurre algo parecido con algunos términos de ingeniería. El hilar metales (como hace la Araña) es una operación que los ingenieros llaman «extrusión» y cuya forma verbal no está demasiado clara, aunque muchos utilicen «extrusionar» que suena evidentemente mal (aunque tal vez mejor que «extrudir»,). En esta traducción hemos querido respetar ese habla de los ingenieros pese a que no esté claro que pueda ser del todo correcta en castellano.

Siempre he pensado que éste es un mundo curioso donde una persona que no sepa quién fue Kafka puede ser fácilmente considerada como inculta e ignorante por las mismas personas que desconocen quién fue o qué hizo Lord Rutherford o que no sabrían expresar claramente el primer principio de la termodinámica. Ése es un fenómeno sobre el que ya nos alertó Charles P. Snow en su famoso libro LAS DOS CULTURAS Y LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA (1959) sin que los treinta años transcurridos desde entonces hayan servido de nada. Reconozco que el vocabulario de las ciencias y la tecnología a veces puede ser incómodo pero debería ser respetado y conocido.

Precisamente son algunos brillantes especialistas en el campo de la ciencia y la técnica quienes no ahorran esfuerzos por salvar el abismo entre las dos culturas, la literaria y la científico-técnica. Curiosamente, algunos de los resultados más exitosos se encuentran precisamente en la obra de algunos autores de ciencia ficción de sólida formación científica como Gregory Benford, David Brin, Vernor Vinge y también Charles Sheffield.

Si para muestra vale un botón, en LA TELARAÑA ENTRE LOS MUNDOS se hace referencia a Ourobouros (capítulo 10), la serpiente emblemática del antiguo Egipto y Grecia que se representa siempre con la cola en la boca, ya que se devora continuamente a sí misma y también renace a partir de sí misma. Generalmente se la presenta rodeando con su cuerpo toda la Tierra. Es un símbolo de la unidad de las cosas que nunca desaparecen sino que cambian perpetuamente en un eterno ciclo de destrucción y recreación. Su asociación metafórica con el Tallo-de-habichuela da una mayor perspectiva a la obra de Sheffield. Así ocurre también con la referencia al Tallo como el puente entre Midgard y Asgard (capítulo 15), entre la casa de los hombres en la tierra (Midgard) y la morada de los dioses en el cielo (Asgard) de que nos habla la mitología escandinava. En dicha mitología el puente entre los dos mundos es precisamente el arco iris que, en esta novela de Sheffield, resulta sustituido por la aportación tal vez más eficiente (aunque menos poética) del propio Tallo.

Estoy plenamente convencido de que Charles Sheffield, junto con Gregory Benford, David Brin, Ventor Vinge y algunos más de los nuevos autores, está llamado a configurar la ciencia ficción de finales de siglo de la misma forma en que los autores clásicos como Asimov, Clarke y Heinlein, ayudados por la labor editora de Campbell, definieron el género en los años cuarenta y cincuenta. Precisamente las obras de Sheffield aúnan de forma maravillosa una capacidad de distracción y entretenimiento inteligente con reflexiones adecuadas e interesantes sobre el futuro y las posibilidades que éste nos depara. Y ése ha sido siempre el objetivo esencial de la mejor ciencia ficción.

MIQUEL BARCELÓ

SOBRE EL AUTOR

Charles Sheffield nació en Inglaterra en 1935, se educó en el St. John’s College de Cambridge, estudió Ciencias Matemáticas y obtuvo el doctorado con una tesis sobre Física Teórica (relatividad general y gravitación). Ha obtenido la ciudadanía americana, vive en Maryland, está casado y tiene cuatro hijos.

Ha sido presidente de la American Astronautical Society, es miembro de la British Interplanetary Society y trabaja como científico en jefe de la Earth Satellite Corporation. Es un especialista mundial en tecnología espacial y ha sido consultado repetidas veces por varios comités del Congreso de los Estados Unidos de América. Su famoso estudio EARTH WATCH trata de la observación de la Tierra por satélites y ha sido traducido a varias lenguas. Ha escrito una cincuentena de artículos y comunicaciones científicas y más de dos docenas de artículos de divulgación científica.

Su primera publicación en el campo de la ciencia ficción fue el relato What Song the Sirens Sang aparecido en Analog en 1977. Ha sido también presidente de la Science Fiction Writers of America entre 1984 y 1986. Durante varios años ha escrito una columna periódica en Thrust, uno de los más interesantes fanzines estadounidenses. Se le ha calificado como «uno de los talentos más imaginativos y apasionantes que ha aparecido en la ciencia ficción en los últimos años» (Publishers Weekly), y se le ha bautizado también como «El Asimov o Clarke del futuro» (Noumenon).