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No era toda la verdad, pero a Crón ya le servía.

La jefa examinó a Eadulf con acritud e inclinó la cabeza para darle la bienvenida, simplemente por cuestión de educación, y luego se volvió de nuevo hacia Fidelma. No hizo ningún ademán de invitarlos a sentarse, ni de hacerlo ella misma.

– Bueno, este asunto es simple. Yo, como tánaiste, hubiera podido ocuparme de él. A mi padre lo apuñalaron. El asesino, Móen, fue descubierto cuando todavía estaba sobre su cuerpo con el cuchillo en la mano; las manos de Móen y sus ropas estaban bañadas en la sangre de mi padre.

– Me han dicho que encontraron a alguien más muerto.

– Sí. Mi tía, Teafa. La encontraron después. También la habían apuñalado. Móen vivía en su casa y ella lo había educado.

– Entiendo. Bueno, me gustaría conocer los hechos principales. Pero, en primer lugar, quizá podríais ordenar que alguien nos muestre el hostal de los huéspedes para que podamos lavarnos después del viaje. Algo de comida también nos iría bien, ya que es mediodía. Cuando nos hayamos lavado y hayamos comido empezaremos a hacer preguntas a los que están involucrados en este asunto.

Crón se sonrojó al recibir órdenes de un huésped, ya que una acción así podía considerarse un insulto si provenía de alguien de menor rango que Fidelma. Los ojos azules mostraban un brillo acerado. Por un momento Eadulf estuvo seguro de que la joven tánaiste iba a negarse. Después se encogió de hombros y se giró hacia una mesita sobre la que había una campanita de plata. La cogió y la sacudió con fuerza.

Pasó un rato, en incómodo silencio, y una anciana, ligeramente encorvada y con cabello canoso, que habría sido rubio, apareció por una puerta lateral. Su aspecto era siniestro, tenía la piel amarillenta, sin duda curtida por la vida pasada al aire libre. Sus ojos, pálidos y suspicaces, lanzaban miradas aquí y allá como los de un gato nervioso. A pesar de su edad, daba la impresión de ser fuerte, de ser una mujer acostumbrada a la dura vida de una granja. Sus manos grandes mostraban las callosidades de años de duro trabajo. Se dirigió con paso ansioso hacia Crón y balanceó su cabeza.

– Dignait, haced el favor de ocuparos de las necesidades de nuestros… huéspedes. Sor Fidelma ha venido a investigar el asesinato de mi padre. Necesitan alojamiento, agua para lavarse y comida.

La mujer, Dignait, echó una mirada a Fidelma y a Eadulf. Fidelma tuvo la impresión de que tenía ojos temerosos y de asombro. Luego pareció como si los párpados los ocultaran.

– ¿Si deseáis acompañarme…? -les invitó Dignait con sequedad.

Crón se giró y dejó ir un suspiro.

– Cuando estéis listos -dijo por encima de su hombro, mientras empezaba a dirigirse hacia la colgadura que había detrás de la silla de su cargo- os explicaré los detalles de lo que sucedió.

Dignait los condujo fuera del salón a través de una puertecita lateral y atravesaron un patio hasta el hostal de los huéspedes. Era un sencillo edificio de madera de un solo piso situado en la parte posterior de la sala de asambleas, consistente en una única habitación grande, dividida en varios cubículos para dormir por unos biombos de pino pulido. Detrás de cada biombo había un jergón de paja. Un tronco de madera tallada hacía de almohada, una sábana de lino y unas alfombras de lana eran la ropa de cama. Dignait se aseguró de que les pareciera cómodo. Ante los cubículos, se extendía una zona abierta, donde había varios bancos con una mesa para que los huéspedes pudieran comer, y que solía usarse como salón. Había un hogar, pero el fuego no estaba encendido. Cuando Dignait se dio cuenta, Fidelma dijo que el tiempo era clemente y no necesitaban un fuego.

La sala de baño y el excusado se encontraban detrás de una segunda puerta, en el extremo de la casa de huéspedes. La puerta estaba señalada con una crucecita de hierro. Fidelma supuso que eso debía ser cosa del padre Gormán, ya que algunos religiosos llamaban al excusado fialtech, o «casa del diablo», concepto procedente de Roma. Creían que el diablo moraba en el interior del excusado y se convirtió en una costumbre hacer la señal de la cruz antes de entrar en él.

Cuando Fidelma señaló las necesidades de sus caballos, Dignait le aseguró que le pediría a Menma, el caballerizo, que los lavara y les diera de comer.

Fidelma expresó su satisfacción respecto al acomodo, pero le pidió a Dignait que se quedara un momento, lo que ésta hizo con cierta renuencia.

– Debéis llevar aquí muchos años de servicio -dijo Fidelma para iniciar la conversación.

La expresión de la anciana se hizo más suspicaz aún. Seguía ocultando los ojos, pero no se negó a responder.

– Hace veinte años que sirvo a la familia del jefe de Araglin -respondió secamente-. Vine de criada de la madre de Crón.

– ¿Y conocéis a Móen? ¿Al que acusan del asesinato de Eber?

A Fidelma le pareció por un momento que volvía a percibir un cierto temor.

– Todos en el rath de Araglin conocen a Móen -comentó-. ¿Quién no iba a conocerlo? Aquí tan sólo viven una docena de familias, y la mayoría están relacionadas entre sí.

– ¿Y Móen tenía parentesco con alguien?

La anciana sirvienta se estremeció perceptiblemente e hizo una genuflexión.

– ¡Él no! Era huérfano. ¡Sabe Dios de qué vientre salió o la semilla de quién lo creó! Teafa, que su alma descanse en paz, lo encontró cuando era un bebé. Ese fue un día desafortunado para ella.

– ¿Se sabe por qué Móen habría matado a Teafa, o a Eber, el jefe?

– Sin duda sólo Dios lo sabe, hermana. Ahora perdonadme…

De repente se giró hacia la puerta.

– Tengo cosas que hacer. Mientras os laváis, yo le daré las órdenes a Menma respecto a vuestros caballos y me ocuparé de que os traigan de comer.

Fidelma se quedó mirando la puerta cerrada unos segundos después de que la mujer saliera apresurada.

Eadulf la miró inquisitivo.

– ¿Qué os preocupa, Fidelma?

Fidelma se acomodó en un asiento, reflexionando.

– Tal vez nada. Tengo toda la impresión de que esta mujer, Dignait, tiene miedo de algo.

Capítulo V

Cuando se hubieron limpiado el polvo del viaje de la mañana y hubieron comido, regresaron a la sala de asambleas y encontraron a Crón, que había sido avisada de su regreso y los esperaba. Se había sentado en la silla de su cargo; se habían dispuesto unos asientos frente a ella debajo de la tarima.

Crón se levantó con desgana cuando sor Fidelma y Eadulf entraron. Era una muestra renuente de respeto, debido a que Fidelma era la hermana del rey de Cashel.

– ¿Ya os habéis repuesto? -preguntó Crón mientras los acompañaba a los sitios dispuestos para ellos.

– Sí -contestó Fidelma, mientras se sentaba. Se sintió algo molesta ya que no le gustaba que la colocaran en una posición en que tenía que levantar la vista hacia donde estaba sentada Crón. El rango de Fidelma de dálaigh, y el grado de anruth, le permitían hablar con los reyes desde su mismo nivel, más aún si se trataba de jefes locales; e incluso en presencia del Rey Supremo de Tara, podía sentarse a su mismo nivel si era invitada a conversar. Fidelma sólo era muy celosa con la observancia de tales costumbres si los otros menospreciaban su posición social. Sin embargo, no era el momento adecuado para hacer valer sus derechos sin causar hostilidad y quería recabar información sobre los hechos. Así que se resignó y aceptó la situación.

Eadulf siguió su ejemplo y se sentó en la silla junto a ella, levantando la mirada con interés hacia la joven tánaiste.

– Ahora podemos escuchar los hechos, tal como los conocéis, referentes a la muerte de vuestro padre, Eber -dijo Fidelma reclinándose en la silla.