Выбрать главу

– Voy a hablar ahora con Menma -anunció Fidelma.

– Yo puedo ahorraros eso -dijo Crón con frialdad- ya que conozco todos los detalles de este asunto; Menma y Dubán me lo explicaron.

Fidelma esbozó una sonrisa.

– Ésa no es la forma de trabajar de un dálaigh. Es importante que yo recabe la información de primera mano.

– Lo que importa es que dictéis el castigo que Móen debe sufrir. Y que lo hagáis pronto.

– ¿Así que no albergáis ninguna duda de que Móen lo hizo?

– Si Menma dice que encontró a Móen haciéndolo, entonces es que así fue.

– Eso no lo pongo en duda -dijo Fidelma levantándose, y tras ella Eadulf. Fidelma se dirigió hacia la puerta.

– ¿Qué vais a hacer con Móen? -inquirió Crón perpleja, ya que no estaba habituada a que la gente se levantara en su presencia y se marchara antes de que ella hubiera dado la orden.

– ¿Hacer? -Fidelma se detuvo y miró un momento a la tánaiste-. Nada, por ahora. En primer lugar, hemos de hablar con todos los testigos y luego tener una vista legal, en la que se permitirá a Móen defenderse.

Crón los sorprendió al soltar una risotada. Parecía ligeramente histérica.

Fidelma esperó pacientemente a que remitiera y luego siguió preguntando.

– ¿Quizá podáis decirnos dónde podemos encontrar a ese hombre, Menma?

– A esta hora, lo encontraréis en las cuadras, justo detrás del hostal de huéspedes -respondió Crón entre risas.

Cuando estaban a punto de abandonar la sala de reuniones, Crón consiguió controlarse y les pidió que esperaran un momento. Se puso seria.

– Sería muy sensato juzgar este asunto lo antes posible. Mi padre era una persona querida entre su gente. Bueno y generoso. Muchos entre mi gente consideran que las antiguas leyes de compensación no son adecuadas para castigar este crimen y que las palabras de la nueva fe, el credo del justo castigo, son más apropiadas. Ojo por ojo, diente por diente, fuego por fuego. Si no os ocupáis de Móen con rapidez, puede que haya manos dispuestas a exigir que se haga justicia.

– ¿Justicia? -inquirió Fidelma con voz glacial, mientras se giraba de frente a la joven tánaiste-. ¿Os referís a la venganza del populacho? Bueno, como jefa electa de este clan… suponiendo que vuestro derbfhine os confirme en el cargo… podéis dar a conocer mis palabras: si alguien toca a Móen antes de que sea juzgado de acuerdo con la ley, será también juzgado. Prometo que no me importa el rango que tenga ese alguien.

Crón trago saliva al encontrarse con el frío ataque de ira de la religiosa.

Fidelma respondió a la mirada hostil azul glacial de la joven con la misma frialdad.

– Una cosa más que quisiera saber -añadió-. ¿Quién ha predicado un credo de justo castigo en nombre de la fe?

La tánaiste alzó la barbilla.

– Ya os he dicho que aquí sólo hay una persona que se ocupa de las necesidades de la fe.

– ¿El padre Gormán? -sugirió Eadulf.

– El padre Gormán -confirmó Crón.

– Este padre Gormán parece que no conoce la filosofía de las leyes de los cinco reinos -observó Fidelma con calma-. ¿Y dónde podemos encontrar al buen abogado de la fe? ¿En su iglesia?

– El padre Gormán está visitando algunas granjas alejadas. Mañana estará de regreso aquí.

– Estoy impaciente por conocerlo -contestó Fidelma irónicamente mientras salía de la sala.

Resultó que Menma era un hombre fornido, feo y con una densa barba pelirroja. Lo encontraron sentado sobre el tronco de un árbol, frente a las caballerizas, afilando una guadaña con una piedra. Se detuvo y levantó la mirada cuando Fidelma y Eadulf se aproximaron. Tenía una expresión astuta. Se puso lentamente de pie.

Eadulf oyó que Fidelma respiraba hondo y la miró sorprendido. La joven examinaba con curiosidad los rasgos de zorro astuto de Menma. Se detuvieron delante de él. Eadulf percibió un olor rancio y desagradable. Miró con asco la mata de pelo sucio y la barba del hombre y cambió ligeramente de posición, ya que parecía que la brisa soplaba la peste hacia él.

Menma dio un tirón de su barba roja cuando Fidelma llegó ante él.

– ¿Sabéis que soy abogada de los tribunales y que el rey de Cashel me ha encomendado investigar el asesinato de Eber?

Menma asintió lentamente con la cabeza.

– Ya me lo han dicho, hermana. La noticia de vuestra llegada ha corrido con rapidez.

– ¿Me han dicho que vos descubristeis el cuerpo de Eber?

El hombre parpadeó.

– Así es -dijo después de reflexionar un momento.

– ¿Y cuál es vuestro trabajo en el rath de Araglin?

– Soy el caballerizo del jefe.

– ¿Hace mucho tiempo que servís al jefe?

– Crón será el cuarto jefe de Araglin a quien serviré.

– ¿Cuatro? Eso son sin duda muchos años de servicio.

– Yo era un muchachito en las cuadras de Eoghan, cuya vida se recuerda con la cruz que señala las tierras del clan en el camino que baja de las altas montañas.

– La hemos visto -afirmó Eadulf.

– Luego vino el hijo de Eoghan, Erc, que murió combatiendo contra los Uí Fidgente -continuó Menma como si no lo hubiera oído-. Y ahora Eber ha pasado a mejor vida. Así que ahora sirvo a su hija Crón.

Fidelma esperó un momento, pero el hombre no continuó. La joven contuvo un suspiro.

– Decidme en qué circunstancias encontrasteis a Eber.

Por primera vez los ojos azul claro de Menma mostraron una expresión de ligero asombro.

– ¿Las circunstancias, señora?

Fidelma se preguntó si el hombre era lento.

– Sí -dijo ella con paciencia-. Decidme cuándo y cómo descubristeis el cuerpo de Eber.

– ¿Cuándo? -Los músculos del ancho rostro del hombre se arrugaron-. Fue la noche en que mataron a Eber.

El hermano Eadulf se giró para ocultar su risa.

Fidelma gruñó para sus adentros, al darse cuenta del tipo de persona con la que estaba tratando. Menma era lento. No era tonto, sino simplemente una persona cuyos pensamientos se movían lenta y pesadamente. ¿O lo hacía a propósito?

– ¿Y cuándo fue eso, Menma? -preguntó Fidelma como engatusándolo.

– Oh, eso fue hace ya seis noches.

– ¿Y la hora? ¿A qué hora encontrasteis el cuerpo de Eber?

– Fue antes del amanecer.

– ¿Y qué estabais haciendo a esa hora en las habitaciones del jefe?

Menma levantó su mano enorme y nudosa y se pasó los dedos por el cabello.

– Mi trabajo es llevar los caballos a pastar y supervisar el ordeño de las vacas. También es trabajo mío cortar la carne para la mesa del jefe. Yo me levanté y me dirigía a las caballerizas. Cuando caminaba junto a las habitaciones de Eber…

Fidelma se inclinó hacia delante con rapidez.

– ¿He de suponer que para hacer el camino desde vuestra cabaña a las cuadras tenéis que pasar por las estancias de Eber?

Menma se la quedó mirando sorprendido, como si no llegara a entender que ella tuviera necesidad de hacer esa pregunta.

– Todo el mundo lo sabe.

Fidelma esbozó una sonrisa.

– Habéis de tener paciencia conmigo, Menma, ya que soy extraña en el lugar y no sé esas cosas. ¿Podéis señalarme la habitación de Eber desde aquí?

– Desde aquí no, pero sí desde allí.

Menma levantó la guadaña e indicó la situación con la hoja.

– Mostradme.

Muy a desgana, Menma los condujo desde las caballerizas, rodeando por detrás la casa de huéspedes y siguiendo la pared de granito de la sala de asambleas, hasta un camino bien marcado entre los edificios. Al parecer las habitaciones de Eber estaban frente a la sala de asambleas, hacia el hostal de los huéspedes. Volvió a señalarlas con la hoja de su guadaña. Era un conjunto de edificios de madera construidos alrededor de la sala de asambleas, entre el muro de ésta y la capilla de piedra. Menma señaló una de ellas.