Выбрать главу

– Yo me separaría un poco, hermana, ya que olisquea a la gente aunque no pueda verla u oírla -le advirtió Dubán.

Era demasiado tarde, ya que una mano fría y sucia se adelantó y le tocó el pie a Fidelma. Fidelma se echó hacia atrás con temor.

Móen se detuvo bruscamente.

Dubán se dirigió hacia él, sosteniendo en una mano la lámpara y levantando la otra como si fuera a golpear al desgraciado.

Fidelma vio aquella acción y tendió su mano.

– No le peguéis -le ordenó-. No podéis pegar a alguien que no puede ver el golpe.

Móen estaba sentado con la cara girada, había levantado las manos y las sacudía con curiosos movimientos delante de él.

Fidelma sacudió la cabeza con tristeza.

– No le hagáis caso, hermana -murmuró Dubán-, ya que está maldecido por Dios.

– ¿No podéis al menos hacer que lo laven? -exigió Fidelma.

Dubán se mostró sorprendido.

– ¿Para qué?

– Es un ser humano.

El guerrero hizo una mueca sarcástica.

– Nadie lo diría.

– Según la ley, Dubán, ya habéis cometido una ofensa burlándoos de alguien que tiene una minusvalía.

El guerrero abrió la boca para protestar pero Fidelma continuó con gravedad.

– Quiero verlo limpio la próxima vez que lo visite. Puede seguir encerrado, pero hay que darle comida y agua y limpiarlo. No quiero ver a una criatura de Dios sufrir de esta manera. No importa de qué se le acuse.

Dio la vuelta sobre sus talones y salió de la cuadra. Eadulf se quedó dudando un momento; se sintió inquieto al ver las amargas emociones que surcaban el rostro del guerrero de mediana edad mientras observaba por detrás a Fidelma.

Ella se quedó fuera respirando hondo, como si hiciera un esfuerzo por controlar su ira. No había señal del otro guerrero, Crítán. Dudaron un momento antes de ponerse a caminar lentamente en dirección a las habitaciones de Eber.

– No se puede culpar a Dubán -dijo Eadulf intentando ser conciliador-. Y recordad, esa pobre criatura, como lo llamáis, mató a Eber, su jefe.

Casi hizo una mueca de dolor cuando los ojos verdes de Fidelma lo fulminaron repentinamente con ira.

– La culpabilidad de Móen ha de probarse primero. Es un ser humano y tiene los mismos derechos que cualquiera ante la ley. Mientras tanto no hay excusa para tratarlo como si fuera menos que un animal.

– Cierto -admitió Eadulf-. No debería ser tratado de esta manera, pero…

– Tiene derecho a una defensa antes de ser declarado culpable o no.

Eadulf alzó un hombro y lo dejó caer.

– Sordo, mudo y ciego, Fidelma. ¿Cómo puede uno comunicarse con ese ser para poder defenderlo?

– Si hay una defensa, yo la encontraré. Pero no será condenado sin un juicio justo. Por mi juramento como abogada de las leyes de los cinco reinos, así lo garantizo.

Un silencio terrible se hizo entre ambos y luego Eadulf siguió preguntando.

– ¿Es verdad que hay una ley que impone un castigo a alguien que se burla de un minusválido?

– Yo no hago las leyes -replicó Fidelma secamente, todavía enfadada-. Se pueden imponer fuertes multas a cualquiera que se burla de la minusvalía de una persona, desde un epiléptico a un cojo.

– Me cuesta creerlo, Fidelma; aunque haya estudiado en esta vuestra tierra, todavía soy prisionero de mi propia cultura. En nuestra sociedad reconocemos que el hombre es una criatura cruel y que a menudo Dios lo predestina a una vida corta y dura. Es el sagrado orden de las cosas, la violencia de la naturaleza, el hombre tiene un camino violento.

Fidelma se lo quedó mirando sorprendida.

– Habéis visto la alternativa en nuestra sociedad, Eadulf. ¿No creeréis que la manera sajona es la única?

– Cualquier camino es sólo transitorio. La vida está sujeta a cambios repentinos. A cada lado hay pestilencia, hambruna, opresión, violencia, proveniente de enemigos personales o políticos. Nos resignamos al reparto de la inescrutable voluntad del Padre en los cielos, donde está nuestra seguridad.

Fidelma sacudió la cabeza.

– Después tendremos tiempo para discutir tales filosofías, Eadulf. Nuestras leyes y la manera de conducir nuestras vidas son seguramente un argumento contra la miseria de la vida, que en vuestra tierra aceptáis. Pero antes de debatir ese tema, hay que resolver un asunto. Y es difícil, Eadulf, y necesito vuestra ayuda. Cuando haya reunido las pruebas, y si la culpa es de ese desgraciado, entonces tendré que decidir si tiene responsabilidad legal. Una persona minusválida es sujeto legal y hay que actuar contra los tutores legales. Así que hemos de descubrir quién es el tutor legal de esta criatura, Móen. Ah -hizo una pausa y se rascó la cabeza-, he de intentar recordar las palabras del texto Do Brethaib Gaire…

– ¿Qué es eso? -preguntó Eadulf.

– Es un tratado sobre las obligaciones de la familia de cuidar de los miembros minusválidos. La primera parte trata del cuidado de los sordos, ciegos y mudos.

A Eadulf siempre le sorprendían las leyes irlandesas de compensación a la víctima y su familia, incluso por homicidio. En su país, la pena de muerte se aplicaba incluso a los ladrones y a los que los ocultaban y ayudaban. Los criminales, traidores, brujas, esclavos fugados, forajidos y los que los protegían podían ser colgados, decapitados, lapidados, quemados o ahogados, siendo las penas menores las mutilaciones; se cortaban manos, pies, nariz, orejas, labio superior o lengua, incluso se sacaban los ojos, se castraba y arrancaba la cabellera; también se marcaba a hierro y se azotaba. Eadulf sabía que los obispos sajones preferían imponer el castigo de la mutilación antes que el de la muerte, ya que daba tiempo al pecador para arrepentirse. Pero estos irlandeses, con su rechazo al concepto de dar satisfacción mediante la venganza, que hablaban de compensar a la víctima poniendo al malhechor a hacer un trabajo útil…, bueno, era humano, pero él a menudo se preguntaba si era una justicia adecuada.

Una voz hizo que se detuvieran cuando bordeaban el edificio de granito de la sala de asambleas.

Era Dubán, que se apresuraba tras ellos. Todavía había una cierta hostilidad en sus ojos, pero sus rasgos parecían más controlados.

– He dado órdenes a Crítán para que lleve a cabo vuestras instrucciones, hermana. Móen estará presentable para no herir vuestra… -intentó encontrar la palabra exacta-. Vuestra sensibilidad.

– No tengo ninguna duda de que así lo haréis, Dubán -respondió Fidelma con calma.

El guerrero frunció el ceño, intentando descubrir el significado que ocultaba su voz. Por mucho que le molestaran las críticas de Fidelma, parecía que le habían dicho que siguiera sus instrucciones.

– Crón me ha encargado que me ocupe de vos durante vuestra estancia en el rath de Araglin y que ejecute cualquier otra orden que me deis.

– Entiendo. Bueno, nos dirigimos a las habitaciones de Eber para examinar el lugar donde Menma encontró del cuerpo y al desgraciado Móen.

– Entonces os haré de guía -se ofreció Dubán, avanzando para conducirlos al edificio que Menma les había señalado.

Era una construcción de un solo piso, como muchos de los edificios de madera del rath.

La puerta daba a una estancia fácilmente reconocible como sala de recepción, donde el jefe podía comer y departir en privado cuando no utilizaba la sala de asambleas. Esta habitación estaba conectada con la sala a través de una puerta oculta detrás de una tapicería que Dubán señaló. Había un caldero en el hogar, una mesa y unas sillas. Las armas del jefe muerto colgaban de la pared con trofeos de caza. Alfombras y tapices daban calidez a la estancia. Una pared con paneles de madera y una puerta la separaban del dormitorio. La decoración era sencilla, un gran colchón de paja en el suelo alfombrado. Fidelma vio las manchas de sangre, pero no comentó nada. Había una mesa al lado, donde reposaba una lámpara de aceite.