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– ¿Ésta es la lámpara que estaba encendida cuando entró Menma?

– Sí -le confirmó Dubán inmediatamente-. No se ha tocado la habitación desde… la tragedia. La lámpara todavía estaba encendida cuando entré aquí con Menma. Móen estaba arrodillado justo ahí -señaló con su mano-, justo al lado de la cama.

– ¿Hizo algún intento de marcharse?

– Oh, no.

– ¿Así que no intentó huir antes de que llegarais?

– ¿Huir? ¿Sordo, mudo y ciego como es? -respondió Dubán con una risotada.

– Sin embargo, sordo, mudo y ciego como es, me decís que fue capaz de entrar aquí y de matar a Eber -musitó Fidelma examinando la habitación. Antes de que pudiera contestar le dio una orden.

– Decidnos lo que sucedió desde vuestro punto de vista.

– Yo estaba de guardia aquella noche.

– Este rath está aislado. Seguro que no hay necesidad de hacer guardia, pues tenéis la protección natural que os proporcionan las montañas que rodean el valle.

Dubán asintió con sequedad.

– Sin embargo hace algunas semanas ha habido cuatreros en el valle, hermana. Eber me dijo que montara una guardia.

– Ah, sí, por supuesto. ¿Y estabais de guardia la noche en que asesinaron a Eber?

Dubán se mostró triste.

– A decir verdad, cuando se acercaba el amanecer, me había quedado dormido en el asiento, a la entrada de la sala de asambleas. Menma tuvo que despertarme. Me dijo que había encontrado a Eber muerto y que Móen era el asesino. Vine aquí con él sin demora y vi el cuerpo de Eber echado sobre la cama, tal como había explicado Menma. Había sangre por todas partes, podéis ver que se ha secado. Móen estaba agachado como he indicado. Todavía tenía el cuchillo manchado de sangre en la mano, y sus ropas también estaban ensangrentadas.

– ¿Qué hacía?

– Se balanceaba hacia delante y hacia atrás gimiendo.

– ¿Y vos fuisteis capaz de observar claramente todo eso porque la lámpara estaba encendida? -lo animó a continuar Fidelma.

– Le dije a Menma que continuara con sus obligaciones y fuera en busca de Crítán. Pero él ya venía a relevarme de la guardia. Nos llevamos a Móen a las caballerizas, lo engrilletamos y fui a informar a Crón.

– Ah, sí, Crón. ¿Por qué no informasteis primero a la esposa de Eber? ¿No hubiera sido lo correcto?

– Crón es tánaiste, la heredera electa. Con Eber muerto, era la jefa electa de Araglin. Lo correcto era que se la informara primero.

Fidelma estuvo de acuerdo con la interpretación de Dubán del protocolo.

– ¿Y después?

– Cuando empezamos a ponerle los grilletes a Móen, se puso a forcejear y gritar. Así se lo dije a Crón y ella me mandó a buscar a Teafa. Me dirigí a sus habitaciones.

– ¿Y la encontrasteis muerta?

– Así es.

– Me han dicho que Teafa era la única persona del rath de Araglin que podía calmar a Móen, si «calmar» es la palabra adecuada.

– Así era. Lo había cuidado desde pequeño.

– ¿Y era la hermana de Eber?

– Sí.

– ¿Así que Móen no era hijo suyo? -A Fidelma le preocupaba la relación que había entre ellos.

Dubán se mostró firme.

– Nadie sabe de dónde vino el niño. Pero no era de Teafa, porque la hubieran visto embarazada las semanas anteriores al nacimiento y no lo estaba. Esta comunidad es pequeña. Era huérfano.

– Precisamente porque es una comunidad pequeña, tendría que saberse quién lo parió.

– Pues no es así. No era hijo de nadie del valle. Eso es cierto.

– ¿Podéis decirme algo más? ¿Cómo y por qué adoptó Teafa al niño? ¿Quién lo encontró?

Dubán se pasó un dedo por la nariz.

– Lo único que sé es que Teafa salió a cazar sola y regresó al cabo de unos días con el niño. Sencillamente fue a las montañas y regresó con el recién nacido.

– ¿Le explicó a alguien cómo lo había encontrado?

– Por supuesto. Dijo que lo había encontrado abandonado en los bosques. Anunció que lo iba a adoptar. Yo me fui de Araglin poco después de este hecho y estuve fuera luchando en las guerras de los reyes de Cashel hasta hace tres años. Me han dicho que cuando el niño fue creciendo, se conocieron sus debilidades. Pero Teafa se negó a dejarlo. Teafa no se casó nunca, ni tuvo ningún hijo. Era una persona afectuosa y quizá necesitaba un niño adoptado. Parecía que Teafa y el niño conseguían comunicarse de una manera curiosa. No estoy seguro de cómo.

– ¿Cuánto tiempo estuvisteis fuera de Araglin?

– Casi diecisiete años pasaron hasta que regresé para servir a Eber. Eso fue, como os he dicho, hace tres años.

– Entiendo. ¿Hay alguien aquí en el rath que sepa más cosas de Móen?

Dubán se encogió de hombros.

– Supongo que el padre Gormán podría saber algo más que pudiera revelarse ahora que Teafa está muerta. Pero el padre Gormán no estará de vuelta hasta dentro de un día o dos.

– ¿Y la viuda de Eber?

– ¿Cranat? -Dubán hizo una mueca desagradable-. No estoy seguro. Se casó con Eber más o menos un año después de que Teafa trajera a Móen a vivir con nosotros. Cuando regresé observé que Cranat y Teafa no tenían el trato deseable entre una hermana y una cuñada.

Eadulf se inclinó ansioso.

– ¿Queréis decir que a Cranat no le gustaba Teafa?

Dubán parecía afligido.

– Sé que vosotros los sajones os enorgullecéis de hablar con claridad. Yo creo que ya he sido franco al dar mi opinión.

– Bastante franco -admitió Fidelma rápidamente-. ¿Decís que Cranat y Teafa no se llevaban bien?

– Bien, no -admitió Dubán.

– ¿Sabéis cuánto tiempo hace que se da esta situación?

– Me han dicho que se enemistaron cuando Crón tenía unos trece años. Se discutieron y apenas se hablaban. Hace dos o tres semanas fui testigo de una discusión acalorada entre ellas.

– ¿A qué se debía?

– No soy yo quien ha de comentarlo.

Estaba claro que Dubán tenía la sensación de estar cayendo en el chismorreo. Fidelma se aferró inmediatamente a esa incomodidad.

– Pero después de todo lo que habéis dicho, creo que deberíais explicaros.

– No conozco realmente lo sucedido, salvo que Teafa estaba enfadada, le gritaba a Cranat y ésta lloraba.

– Debisteis oír algo. Debisteis formaros alguna idea del motivo de la pelea…

– Yo no. Recuerdo que se mencionó a Móen y también a Eber. Teafa gritaba algo de divorcio.

– ¿Exigía que Cranat se divorciara de su hermano?

– Quizá. No lo sé. Cranat corrió a la capilla en busca del consuelo del padre Gormán.

Fidelma no hizo ningún otro comentario, pero se quedó mirando alrededor por la habitación, examinándola detenidamente y después regresó a la puerta y registró la habitación de visitas.

– Para ser sordo, mudo y ciego, este Móen parece tener el don de moverse con facilidad por el rath.

Eadulf fue a reunirse con ella con el ceño fruncido.

– ¿Qué queréis decir, Fidelma? -preguntó.

– Observad estas habitaciones, Eadulf. En primer lugar, Móen tenía que pasar por aquí. Luego tenía que entrar, encontrar el camino hasta el dormitorio de Eber y entrar, sacar el cuchillo, encontrar el objetivo y matar a Eber antes de que el jefe percibiera su presencia. Eso no sólo requiere sigilo sino un talento que yo no le supongo a alguien como Móen.

Dubán oyó esto sin querer y mostró su desaprobación.

– ¿Estáis negando los hechos? -inquirió.

Fidelma lo miró.

– Simplemente estoy intentando averiguarlos.

– Bueno, los hechos son simples. Móen fue hallado en flagrante delito.

– En realidad no -corrigió Fidelma-, Fue encontrado junto al cuerpo de Eber. En realidad no vieron cómo lo mataba.