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Dubán reclinó la cabeza y soltó una gran risotada.

– ¿En verdad, hermana, es ésta la lógica de un brehon? Si encuentro una oveja degollada y un lobo sentado a su lado con sangre en el hocico, ¿no es lógico que culpe al lobo?

– Es razonable -admitió Fidelma-. Pero no es una prueba de que el lobo lo hiciera.

Dubán sacudió la cabeza con incredulidad.

– ¿Afirmáis que…?

– Intento descubrir la verdad -espetó Fidelma-. Es mi único propósito.

– Bien, si es la verdad lo que queréis, entonces es bien sabido en el rath que Móen era capaz de moverse sin dificultad por ciertas zonas.

– ¿Cómo lo conseguía? -preguntó Eadulf intrigado.

– Supongo que tenía una especie de memoria. Al parecer también olisqueaba su camino.

– ¿Olisquear? -preguntó Eadulf con tono de incredulidad.

– Visteis la manera que tuvo de usar su olfato en el establo para identificar que allí había extraños. Ha desarrollado su sentido del olfato como un animal. Si estaba en ciertas zonas del rath era capaz de moverse bien. Todos lo saben.

– ¿Ah, entonces no sorprende a nadie que fuera capaz de encontrar el camino hasta aquí?

– A nadie.

Eadulf miró a Fidelma y se encogió de hombros.

– Bueno, parece que no queda ningún misterio entonces.

Fidelma no contestó. No estaba convencida.

– ¿Dónde está el cuchillo con el que Móen mató a Eber?

– Todavía lo tengo yo.

– ¿Se ha identificado el cuchillo?

– ¿Identificado?

Dubán parecía confundido.

Fidelma se mostró paciente.

– ¿Se ha descubierto al propietario del cuchillo?

Dubán se encogió de hombros.

– Creo que es uno de los cuchillos de caza de Eber -dijo señalando una de las paredes donde estaba colgada una colección de espadas y cuchillos y un escudo. Una vaina estaba vacía-. Vi que uno de los cuchillos faltaba y supuse que era el que cogió Móen.

Fidelma se acercó a examinar el lugar que le indicaba Dubán. Se giró y atravesó la habitación hasta la puerta principal. Entonces se quedó de espaldas a la puerta y después se dirigió hacia donde estaba el cuchillo. Era una ruta complicada e indirecta, con obstáculos. Finalmente llegó al armario donde estaban los cuchillos, después se giró y se abrió paso entre una mesa y un banco hasta la puerta del dormitorio.

Se detuvo y se quedó observando pensativa un momento.

– Dentro de un rato examinaré esa arma.

Dubán inclinó la cabeza.

– Bien. Y ahora vayamos a ver dónde fue descubierta Teafa y cómo.

Capítulo VII

Dubán los acompañó hasta la salida de las habitaciones de Eber y los condujo por un camino detrás de las caballerizas. El sendero serpenteaba y giraba tras unas casas situadas junto a un horno para secar cereales. Atravesaron un patio con un pozo y se dirigieron hacia una cabañita de mimbre.

– Teafa tenía una cabaña propia -explicó mientras iban caminando-, separada de las del resto de la familia del jefe.

– ¿Decís que no se casó nunca? -preguntó Eadulf.

– Eso dije -respondió Dubán-. ¿Por qué lo preguntáis?

Eadulf sonrió con complicidad.

– Desde luego resulta inusual que la hermana soltera de un jefe viva fuera del círculo de viviendas de la familia.

– De hecho vivía en el interior del rath del jefe -explicó Dubán, desde luego sin saber a qué se refería Eadulf.

En la tierra de Eadulf, las mujeres eran consideradas una propiedad del jefe de la familia hasta que se casaban, y sólo entonces les estaba permitido vivir fuera de los confines del hogar familiar. Eadulf se dio cuenta de repente de que esto no era válido en los cinco reinos.

– Lo que quiere decir el hermano Eadulf -intervino Fidelma- es que la cabaña de Teafa es pobre y está situada en los alrededores del rath; lo normal es que viviera con más lujo en el interior de las habitaciones del jefe.

Dubán hizo una mueca de indiferencia.

– Era lo que ella quería. Recuerdo que tomó esa decisión justo después de adoptar a Móen.

La cabaña de Teafa parecía una construcción pequeña, pero una vez en el interior, Fidelma comprobó que estaba dividida en tres habitaciones. Una estancia principal, utilizada para cocinar, comer y como sala de estar, que solía llamarse tech immácallamae o «lugar de conversación», un lugar de reunión para la familia y sus amigos. Dos puertas daban acceso a los dormitorios. Era obvio cuál era la habitación de Móen, ya que no tenía ventana y la luz proveniente de la puerta abierta dejaba ver un simple colchón sobre el suelo, sin otro mobiliario.

Fidelma estaba a punto de retirarse cuando algo le llamó la atención detrás de la puerta del dormitorio de Móen.

– ¿Hay una vela o una lámpara ahí dentro? -preguntó Fidelma.

Dubán cogió un pedernal y una yesca de una mesita y enseguida encendió una vela.

Fidelma cogió la vela, entró en la habitación de Móen y se fijó en la zona de detrás de la puerta. A simple vista parecía que había un montón de leña para el hogar apilada allí, varias gavillas atadas con tiras de cuero.

– Venid aquí, Eadulf -ordenó Fidelma-. ¿Qué os parece esto?

Eadulf se acercó. Dubán lo siguió, oteando por encima de su hombro y vio los haces de ramas.

– Un lugar extraño para guardar leña para el fuego -observó Dubán.

Eadulf se había agachado y había cogido un haz. Las varas tenían todas la misma longitud, unas dieciocho pulgadas. Eran en su mayoría de avellano y algunas eran de tejo. Eadulf las examinó de cerca y después desató un haz para inspeccionar bien las varillas. Finalmente se volvió hacia Fidelma. Sonrió con complicidad.

– No es frecuente ver ejemplares tan delicados fuera de las grandes bibliotecas.

Dubán estaba sorprendido.

– ¿Qué quiere decir, hermana?

Fidelma observó a Eadulf con la aprobación de un maestro hacia un alumno brillante.

– Quiere decir que estos trozos de leña, como los llamáis, son de hecho lo que se conoce como «varas de los poetas». Son libros antiguos. Mirad de cerca. Veréis que tienen unos cortes en el antiguo alfabeto ogham.

Dubán las examinó intrigado. Estaba claro que no tenía conocimiento de la antigua forma de escritura.

– ¿Entonces Teafa era una erudita? -preguntó Eadulf.

El guerrero sacudió la cabeza asombrado.

– No creo que se las diera de serlo, pero era versada en artes y poesía. Si así era, probablemente conocía el antiguo alfabeto, así que no me sorprende que tuviera estos libros aquí.

– Incluso así -reflexionó Fidelma- no he visto una colección tan buena fuera de la biblioteca de una abadía.

Eadulf volvió a atar el haz y lo colocó con los otros mientras Fidelma regresaba a la estancia principal. Se dirigió al segundo dormitorio. La habitación de Teafa contenía adornos y mobiliario más elaborados. Había un aire de pasada opulencia propia de la hija y hermana de un jefe. La vela resultaba entonces innecesaria, Fidelma la apagó de un soplido. Se volvió hacia Dubán.

– Así que una vez habíais informado de la muerte de Eber a Crón y os había dicho que fuerais a buscar a Teafa para calmarlo, vinisteis directamente aquí.

– Así es. Llegué hasta la puerta y vi que estaba algo abierta.

– ¿Abierta?

– Estaba entreabierta, lo suficiente para darme cuenta de que pasaba algo.

– ¿Por qué? El hecho de que la puerta estuviera entreabierta no es señal de que pasara algo malo.

– Teafa era muy meticulosa respecto a cerrar las puertas.

– ¿Para tener a Móen dentro? -se aventuró a preguntar Eadulf.

– No exactamente. Móen tenía permiso para moverse por ahí, pero, para ser consciente de por dónde andaba, las puertas estaban siempre cerradas para que no saliera sin darse cuenta.