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– Entiendo. Continuad. La puerta estaba entreabierta.

– La estancia estaba a oscuras. Grité pero nadie respondió. Así que empujé la puerta para abrirla y me quedé un momento en el umbral. Entonces empezaba a amanecer, era ese momento a media luz. Desde allí vi un montón de ropa, o eso me pareció, sobre el suelo. Al mirar más de cerca me di cuenta de que era un cuerpo. El cuerpo de Teafa.

– Mostradme dónde.

Dubán señaló un lugar ante el hogar con las cenizas frías y grises. Fidelma había percibido inmediatamente el fuerte olor a madera quemada cuando había entrado en la cabaña.

– Eché una mirada alrededor, encontré una vela y la encendí. De hecho, la misma vela que hemos usado ahora. El cuerpo era el de Teafa. Tenía toda la ropa manchada de sangre. La habían acuchillado salvajemente en el pecho, alrededor del corazón, varias veces.

Fidelma se agachó hasta el suelo; había unas manchas oscuras de sangre. Al mismo tiempo observó una pequeña zona quemada en el suelo y se dio cuenta de que era eso, y no los restos de la chimenea, lo que olía a chamuscado. Al lado había una mancha. No era una mancha de sangre. Puso un dedo en la zona todavía húmeda y olisqueó. Era aceite.

– ¿Aquí había algo tirado? -preguntó Fidelma.

– Una lámpara de aceite rota -recordó Dubán después de pensarlo un rato-. Lo han limpiado, creo.

– ¿Os dio la impresión de que Teafa sostenía algo cuando la golpearon?

– No lo pensé mucho. Pero ahora que lo mencionáis, realmente parece que sostenía la lámpara en su mano y la soltó cuando la derribaron. Debió de caer en el suelo y originar un pequeño fuego que, gracias a Dios, no se extendió y se extinguió pronto por sí solo.

Fidelma contempló pensativa el trozo quemado.

– Podía haber quemado toda la cabaña si no se hubiera apagado. Y todavía hay aceite por quemar aquí. -Fidelma mostró el dedo con la punta manchada de aceite-. ¿Con qué debió de apagarse?

– Bueno, ya estaba extinguido cuando yo llegué aquí -dijo Dubán encogiéndose de hombros.

Fidelma estaba a punto de levantarse cuando vio un trozo de varilla sin quemar en el hogar. No tenía nada de extraordinario, salvo por unos trazos. Medía unas tres pulgadas de largo y era de avellano. Lo sacó de las cenizas y lo examinó detenidamente.

– ¿Qué es? -inquirió Eadulf.

– Una vara de ogham que casi se consume totalmente con el fuego.

Algo había evitado que aquel trocito de avellano no ardiera, tal vez la manera como había caído. Quedaban algunas letras que no tenían ningún sentido. Entre los extremos quemados pudo distinguir «… er quiere…». Eso era todo. ¿Por qué iba a querer destruir Teafa aquella varilla en particular? Pensativa, Fidelma se metió el trozo de avellano en el marsupio y se levantó.

Echó una última mirada por la cabaña. Al igual que las habitaciones de Eber, estaba en orden. No había nada desordenado. Estaba claro que el robo no era un motivo.

– Dubán, comentasteis que la esposa de Eber no se llevaba muy bien con Teafa. ¿Teafa tenía una buena relación con su hermano?

– ¿Con Eber? -dijo Dubán evasivo-. Era su hermana y todos vivimos en esta pequeña comunidad.

– ¿No había animosidad, ni roces, como afirmáis que había con la esposa de Eber, Cranat?

Dubán extendió las manos como si hubiera decidido ceder a una gran fuerza.

– Había… no puedo explicarlo muy bien… una distancia entre hermano y hermana. Yo tengo una hermana a la que quiero. Y aunque está casada y tiene hijos, suelo ir a comer con su familia y me llevo a los niños de caza. Teafa no tuvo nunca una relación afectuosa con Eber. Bien pudiera ser que fuera a causa de la adopción de Móen, pero no puedo hablar con seguridad.

– Creo que es tiempo de que hablemos con esta dama, Cranat -murmuró Fidelma.

– ¿Qué me decís de la relación entre Teafa y la hija de Eber, Crón? -interrumpió Eadulf.

– Eran educadas y no discutían entre ellas. Eso es todo.

– Por cierto, ¿cómo solían tratar a Móen en la comunidad? -insistió Fidelma.

– La mayoría de la gente lo trataba con tolerancia; con lástima. Lo conocían desde que Teafa lo había traído. Teafa era una dama muy respetada. Eber tenía tiempo para el muchacho. Pero no era así con Cranat, que se negaba a que el chico se le acercara. También el padre Gormán le prohibía la entrada en la capilla. Crón se mostraba indiferente con él.

– En una comunidad sajona, lo hubieran matado al nacer. -Eadulf fue incapaz de guardarse el comentario que le vino a los labios.

Fidelma frunció el ceño.

– Una buena actitud cristiana, sin duda.

Eadulf se sonrojó y a Fidelma le supo mal tener una lengua tan afilada, ya que sabía que Eadulf no compartía esas actitudes.

– La gente que tiene minusvalías físicas no puede ser elegida para un cargo, no puede ser rey o jefe, pero son miembros de la comunidad -explicó Fidelma con paciencia a Eadulf-. Pueden disfrutar de todos los demás derechos, lo único que cambia es la responsabilidad legal de la persona, dependiendo de su minusvalía. Por ejemplo, un epiléptico tiene responsabilidad legal si está en su sano juicio. Pero no es así con un sordomudo; el demandante ha de actuar contra su tutor legal.

– ¿Así que Móen no estaba en situación de inferioridad? -quiso saber Eadulf.

– En absoluto -contestó Fidelma-. Ya os he dicho que si así fuera, Teafa hubiera podido llevar esa acción a los tribunales, pues se castiga con una buena multa a cualquiera que se burle de la minusvalía de una persona, ya sea un epiléptico, un leproso, un cojo, un ciego o un sordomudo.

– Al parecer acabo de recibir una buena lección sobre las leyes de los cinco reinos -dijo Eadulf con paciencia.

– Ésas no son las reglas que el padre Gormán quería que siguiéramos -observó Dubán impasible.

Fidelma se giró hacia él con interés.

– ¿Podríais explicar eso?

– El padre Gormán predica las reglas de Roma en su iglesia. Lo que él llama los Penitenciales.

Fidelma sabía que muchas de las nuevas ideas procedentes de Roma llegaban a los cinco reinos y algunos clérigos prorromanos incluso intentaban que esas nuevas filosofías pasaran a formar parte de las leyes de los cinco reinos. Un nuevo sistema legal eclesiástico y romano brotaba junto a las leyes civiles y criminales indígenas.

Recordó el comentario del abad Cathal de Lios Mhór. El padre Gormán era un gran defensor de las costumbres romanas e incluso había hecho construir otra capilla en Ard Mór con dinero de los partidarios de la tendencia prorromana. El conflicto entre los clérigos de las iglesias de los cinco reinos se estaba agudizando. El Concilio de Witebia, en el reino de Oswy, donde había conocido a Eadulf hacía dos años, sólo había servido para marcar más las diferencias. Oswy había pedido al concilio que debatiera las diferencias entre las ideas de la Iglesia de Roma y las de la Iglesia de los cinco reinos. A pesar de las discusiones, Oswy había decidido a favor de Roma y eso suponía un apoyo a esos clérigos que querían que la autoridad de Roma se estableciera allí. Era bien sabido que Ultán, el arzobispo de Ard Macha, primado de los cinco reinos, estaba a favor de Roma. Pero de todas maneras no todos aceptaban la autoridad de Ultán. Había facciones y camarillas que defendían una u otra interpretación de la nueva fe.

– ¿Y queréis decir que el padre Gormán no aprobaba que Teafa cuidara de Móen?

– Sí.

– Habéis dicho que creíais que Teafa era capaz de comunicarse con Móen. ¿Alguien más podía comunicarse con él?

Dubán sacudió la cabeza en señal de negación.

– Nadie más, por lo que yo sé, parecía tener contacto con él. Sólo Teafa.

– ¿Y cómo conseguía Teafa comunicarse con él?