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– En verdad que no lo sé.

– Esta comunidad es pequeña, como decís. Seguro que hay alguien que sabe cómo lo hacía.

Dubán levantó un hombro y luego lo dejó caer mostrando su desconocimiento.

Entonces a Fidelma se le ocurrió algo y se maldijo por no haberlo pensado antes. Sintió un escalofrío.

– ¿Queréis decir que Móen no sabe lo que se supone que ha hecho ni por qué lo tienen encerrado?

Dubán se la quedó mirando unos segundos y después se rió entre dientes.

– Por supuesto que debe darse cuenta. Acababa de matar a Teafa y a Eber. ¿Por qué otro motivo iba a pensar que se lo llevaban y lo engrilletaban?

– Si es cierto que había matado a Teafa y a Eber -admitió Fidelma-. ¿Pero y si no lo había hecho? No sabría por qué lo detuvieron. Si no se puede contactar con él, ¿cómo va a saber lo que se supone que ha hecho? ¿Ha hecho algún esfuerzo para comunicarse con vos?

Dubán seguía sonriendo, no se la tomaba en serio.

– Supongo que lo ha intentado, a su manera, como un animal.

– ¿Y cómo es esa manera?

– Se empeña en agarrar nuestras manos y hacer gestos con las suyas como para llamar la atención. Pero seguro que sabe que sólo Teafa puede entenderlo.

– Exactamente -dijo Fidelma implacable-. ¿No se os ha ocurrido que quizá Móen crea que Teafa todavía está viva e intenta que alguien vaya a buscarla para poder comunicarse con ella?

Dubán sacudió la cabeza.

– Él mató a Teafa, aunque vos no lo afirméis, hermana.

– Dubán, sois un hombre tozudo.

– Y vos parecéis ser igual de tozuda.

– ¿Por qué no vamos a ver si podemos comunicarnos con esa criatura? -sugirió Eadulf.

– Una buena sugerencia, Eadulf -admitió Fidelma, girándose para alejarse de la cabaña de Teafa.

Móen seguía engrilletado en las caballerizas pero había alguna diferencia. Se había limpiado uno de los pesebres de las cuadras. Habían colocado un jergón de paja en un rincón y al lado había una jarra de agua y una silla con orinal. Sentado con las piernas cruzadas sobre el jergón, aunque todavía atado por un tobillo, estaba Móen.

Fidelma vio enseguida que sus instrucciones se habían llevado a cabo. Lo habían lavado, le habían cortado el cabello y la barba y estaba peinado. Tan sólo sus ojos blancos y la cabeza inclinada lo diferenciaban de cualquier otro joven. De hecho, reflexionó Fidelma con tristeza, el joven era bastante agraciado.

Cuando entraron, sus fosas nasales temblaron ligeramente. Giró la cabeza en dirección a ellos; parecía casi imposible que no pudiera verlos.

– Ahora -preguntó Dubán con cinismo- ¿cómo vais a intentar comunicaros con él, hermana?

Fidelma no le hizo caso.

Hizo señal a Eadulf de que se quedara atrás y ella se dirigió hacia el joven y se detuvo delante de él.

Él retrocedió nervioso y una vez más levantó la mano para protegerse la cabeza.

Fidelma se giró y frunció el ceño dirigiéndose a Dubán.

– Esto me indica bien cómo han tratado a esta criatura.

Dubán se sonrojó.

– ¡Yo no! -replicó-. Pero recordad que esta criatura ha matado ¡dos veces!

– Eso no es una excusa para golpearlo. ¿Golpearíais a un animal así?

Se giró hacia Móen y tendió su mano para coger la que él sostenía encima de su cabeza y suavemente la separó.

El efecto fue inmediato. Una expresión de avidez empezó a formarse en el rostro de la criatura. Sus fosas nasales se hincharon y pareció que olisqueaba a sor Fidelma.

Fidelma se sentó con cuidado al lado de Móen.

Dubán avanzó con la mano en su espada.

– No puedo permitir esto… -protestó.

Eadulf se adelantó y detuvo a Dubán. Lo agarró con una fuerza que sorprendió al guerrero.

– Esperad -le ordenó Eadulf con suavidad.

Móen estiraba su mano y con las yemas de los dedos tocaba curioso el rostro de Fidelma. Ésta estaba sentada sin decir nada y dejaba que Móen recorriera sus rasgos con las manos. Después levantó su crucifijo y se lo colocó en la mano. Él sonrió repentinamente ansioso y empezó a asentir con la cabeza.

– Entiende -les explicó-. Entiende que soy religiosa.

Dubán resopló con burla.

– Todo animal entiende la amabilidad.

Móen se había adelantado y había cogido a Fidelma por las manos. Ella frunció el ceño.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó Eadulf.

– Parece que me da golpecitos en la mano, o que dibuja algunos símbolos… -murmuró Fidelma, frunciendo el ceño-. Es extraño, creo que deben significar algo. ¿Pero qué?

Con un rápido suspiro de exasperación, Fidelma cogió las manos de Móen y dibujó algunas palabras en caracteres latinos.

– Soy Fidelma -pronunció mientras dibujaba los caracteres.

Móen fruncía el ceño al sentir su tacto.

Soltó un gruñido, sacudió la cabeza, volvió a agarrarle la mano y continuó con sus curiosos golpecitos y palmaditas.

– Es obvio que esto tiene algún significado -dijo Fidelma con frustración-. Ésta debe de ser la manera que tenía Teafa de comunicarse con él. ¿Pero qué significa?

– A lo mejor es algún código que sólo conocían Teafa y Móen -aventuró Eadulf.

– Es posible.

Fidelma detuvo el rápido movimiento de los dedos de Móen sobre su mano.

Pareció que Móen comprendía que ella no conseguía entender ese medio de comunicación y dejó caer las manos en su regazo y su rostro hizo una mueca de tristeza. Dejó ir un suspiro largo y profundo, casi de desesperación.

Fidelma sintió que de repente le invadía la tristeza, tendió su mano y le tocó la mejilla. Estaba húmeda. Se dio cuenta de que unas lágrimas le resbalaban por los lados de la nariz.

– Ojalá pudiera decirte cuánto siento tu decepción, Móen -dijo en voz baja-. Ojalá pudiéramos hablar para que pudiera saber lo que ha sucedido aquí.

Fidelma le agarró la mano y la apretó.

Pareció que Móen inclinaba la cabeza como si aceptara la comunicación de aquella emoción.

Fidelma se levantó con cuidado y se dirigió hacia Eadulf y Dubán.

El guerrero observaba pensativo y asombrado la figura sentada y tranquila de aquel desgraciado.

– Bueno, he visto a Teafa calmarlo, pero a nadie más.

Fidelma salió del pesebre y Eadulf y Dubán la siguieron.

– Quizás es porque nadie lo ha tratado como a un ser humano -observó la joven, reprimiendo la rabia que le daba saber que un ser capaz de sentir era tratado tan mal.

En la puerta de las caballerizas encontraron al guerrero Crítán. El joven bravucón de cabello rubio y sucio les sonrió irónicamente.

– Ahora lo podríais presentar en el palacio de Cashel, ¿no os parece? -dijo, señalando a Móen.

Fidelma miró mal al joven. No se dignó contestar.

Cuando abandonó las caballerizas el joven volvió a decir algo con gran burla.

– Bueno, al menos esa criatura estará limpia y guapa cuando la cuelguen.

Fidelma dio un giro furiosa.

– ¿Colgar? ¿Quién dijo, aunque fuera culpable, que lo iban a castigar con la horca?

– El padre Gormán, por supuesto -respondió el joven con descaro-. Él dice que una vida se paga con otra vida.

Fidelma lo miró ceñuda.

– Sin duda, como dijo Plauto en La Asinaria -lupus est homo homini!

Crítán retorció el rostro.

– No sé latín ni griego.

– ¿Aceptando vuestra creencia en la filosofía de la mera venganza, estáis seguro de que es Móen el que ha de pagar con su vida?

Por un momento pareció que Crítán no entendía del todo lo que ella quería decir y entonces esbozó una sonrisa.

– Yo sé que Móen es el asesino, no hay duda.

– ¿No hay duda? ¿Cómo podéis estar tan seguro?

– Porque lo vi.

Fidelma parpadeó, sintiendo como si algo la hubiera golpeado inesperadamente. Eadulf se inclinó hacia delante con rapidez.

– ¿Queréis decir que realmente lo visteis matar a Eber? -inquirió.