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Crítán sonrió.

– En realidad no lo vi -confesó, golpeándose el lado de la nariz- pero como si así fuera.

– ¿Qué se supone que significa esto? -espetó Fidelma- Sólo puede decirse que algo es cierto si se ha sido testigo.

Crítán volvía a mostrarse arrogante, ahora que ella le prestaba atención.

– Yo vi a Móen entrar en las habitaciones de Eber.

Fidelma dejó que sus ojos demostraran sorpresa. Ni Menma ni Dubán habían hecho referencia a eso, a que Crítán estaba cerca de las habitaciones de Eber antes de que se descubriera el cuerpo.

– Tendréis que explicaros un poco más -dijo Fidelma tensa-. ¿Cuándo visteis a Móen entrar en las habitaciones de Eber?

– Fue la mañana en que Menma los descubrió. Una media hora antes de que fuera a relevar a Dubán de su guardia.

Fidelma lanzó una mirada interrogante a Dubán. El guerrero estaba claramente sorprendido. Al parecer era la primera vez que oía esa historia.

– ¿Qué estabais haciendo fuera tan pronto? -preguntó Fidelma con calma.

Pareció que el joven dudaba y ella continuó hablando.

– Tenéis que hablar si queréis que se os considere un testigo fiable.

– Si lo habéis de saber -Crítán se puso rojo y continuó hablando en tono defensivo-, había pasado la noche en cierto lugar…

– ¿Cierto lugar?

De repente Dubán se puso a reír a carcajadas.

– Me apuesto algo a que se refiere al burdel de Clídna. Está a unas millas de aquí, por el río.

El rostro mortificado de Crítán confirmaba ese hecho.

– Regresaba al rath antes del amanecer y acababa de llegar a la entrada de la sala de asambleas. Vi a Dubán espatarrado en un banco dentro, estaba profundamente dormido. -Dubán se sonrojó, pero no dijo nada-. Entonces vi a esa criatura escabullándose en las sombras. Él no sabía que yo estaba allí, por supuesto.

– ¿Móen estaba solo?

Crítán hizo una mueca.

– Sí. Es bien sabido que era capaz de moverse libremente, ciego, sordo y mudo como era. Parecía tener un extraño instinto para moverse de una casa a otra.

– Entiendo. ¿Así que estaba solo?

– Estaba solo -confirmó el joven.

– ¿Y lo visteis entrar en la casa de Eber?

– Así es.

– ¿Cómo?

Crítán parpadeó rápidamente.

– ¿Cómo? -repitió como si no hubiera entendido la pregunta.

– Habéis dicho que estabais en la entrada de la sala de asambleas. Para ver la puerta de Eber os teníais que haber movido unos veinte o treinta metros con luz; no digamos a oscuras.

– Oh. Cuando lo vi a hurtadillas me pregunté por qué estaría levantado. Así que esperé a que pasara junto a mí y luego lo seguí.

– ¿Y lo visteis entrar en las habitaciones de Eber? ¿Cómo entró?

– Por la puerta -respondió el joven con cierta ingenuidad.

– Quiero decir, si lo hizo con sigilo, o llamó a la puerta o hizo ademán de anunciar su presencia. ¿Cómo lo hizo?

– Oh, con sigilo, naturalmente. Todavía era oscuro.

– Y visteis a Móen entrar en la oscuridad. Tenéis buena vista. ¿Qué hicisteis entonces?

– Mi intención era regresar al alojamiento de los guerreros para lavarme antes de relevar a Dubán -dijo Crítán sonriendo burlonamente-. Seguí mi camino. No quería verme involucrado, así que no dije nada cuando Teafa…

De repente se calló. Su mirada reflejó incertidumbre.

– ¿Cuándo Teafa…? -le incitó Fidelma-. ¿Cuándo Teafa… qué?

– Ya me dirigía por detrás de las caballerizas hacia el hostal de los guerreros, que está justo al lado del molino. La cabaña de Teafa está cerca. Cuando pasaba por allá, ella salió con una lámpara en la mano; buscaba a Móen. Primero pensé que buscaba leña, porque se agachó para recoger una vara que había junto a su puerta. Entonces me vio y me preguntó si había visto a Moén.

Fidelma lo miraba pensativa.

– ¿Le dijisteis dónde lo encontraría?

– No, no quería verme involucrado en la caza de la criatura. Le dije que no lo había visto y continué. Me lavé, me cambié de ropa y fui en busca de Dubán; cuando lo encontré me dijo lo que había sucedido. -Crítán sonrió triunfante al acabar su relato-. Así que ahí lo tenéis. Está claro que Móen mató a Eber y a Teafa.

Eadulf sacudió la cabeza pensativo.

– Parece del todo concluyente -admitió, mirando a Fidelma.

– Tan sólo dejad que me asegure de que lo he entendido bien -dijo Fidelma-. Visteis a Móen entrar en las habitaciones de Eber. Todo estaba a oscuras, era antes del amanecer. ¿Cómo pudisteis ver entrar a Móen?

– Sencillo. Mis ojos están acostumbrados a la oscuridad. Acababa de llegar cabalgando desde casa de Clídna.

– Después continuasteis y encontrasteis a Teafa junto a la puerta de su cabaña con una lámpara y buscando a Móen. Cuando fuisteis en busca de Dubán, tal vez media hora después, os esterasteis de que Menma había encontrado a Eber y a Móen. ¿Por qué no mencionasteis nada de lo que habíais visto?

– No había necesidad. Había otros testigos.

– ¿Cuándo os enterasteis de que también habían matado a Teafa?

Crítán estaba seguro.

– Después de que Dubán fuera a buscarla para que mediara con Móen.

– Gracias, Crítán, habéis sido de gran ayuda.

Fidelma empezó a caminar a paso ligero en dirección al hostal de huéspedes, Eadulf se apresuraba junto a ella,

– ¿Volveréis a necesitarme hoy, hermana? -gritó Dubán por detrás.

Fidelma se giró despistada.

– Todavía quiero ver el cuchillo de caza con el que se supone que Móen cometió los crímenes.

– Lo traeré enseguida -respondió el guerrero.

De regreso al hostal de los huéspedes, Eadulf esperó con paciencia a que Fidelma hiciera algún comentario, pero ella permaneció en silencio y él decidió abordarla.

– Yo creo que las pruebas son claras. Testigos oculares y el hecho de descubrir a Móen con el cuchillo. Parece que hay poco más que investigar. Móen, aunque sea una criatura digna de compasión, es culpable.

Fidelma levantó sus ojos verdes centelleantes y los clavó en los castaños de Eadulf.

– Todo lo contrario, Eadulf. Yo creo que las pruebas demuestran que Móen no cometió los crímenes de los que se le acusa.

Capítulo VIII

Después de que Dubán fuera enviado a solicitar un encuentro con Cranat, la viuda de Eber, Fidelma y Eadulf fueron informados de que ésta se reuniría con ellos al cabo de media hora en la sala de asambleas.

Crón ya estaba allí cuando ellos entraron, sentada en la silla de su cargo. Delante de ella, justo bajo la tarima, estaban los mismos asientos que antes. Fidelma se dio cuenta de que esta vez se había colocado una segunda silla junto a la de Crón. Ella y Eadulf apenas habían llegado a sus sitios cuando entró una mujer muy estirada, con expresión impávida. No les dirigió la mirada, ni hizo ademán alguno de saludarlos, avanzó hacia la silla vacía y se sentó junto a su hija.

Por ser una mujer cercana a la cincuentena, Cranat todavía era atractiva y conservaba una buena figura. Había algo aristocrático en su rostro ovalado, su piel blanca y delicada. Su cabello rubio no tenía canas y lo llevaba largo y suelto hasta más allá de los hombros. Tenía las manos bien formadas, con dedos largos y delgados. Fidelma observó que las uñas estaban bien cortadas, redondas y pintadas de color carmín. Llevaba los párpados pintados de negro con zumo de baya, y una pizca de ruam, el zumo de los frutos del saúco resaltaba sus mejillas con un color rojizo. Fidelma también percibió que a Cranat no le importaba pasarse con el perfume; un fuerte olor a rosas impregnaba el aire a su alrededor. Cranat se sentó con ademán regio.

Llevaba un vestido de seda roja ribeteado con oro y unos brazaletes de plata y bronce blanco adornaban sus brazos; una gargantilla de oro le rodeaba el cuello. Era evidente que poseía riquezas y su porte mostraba que también tenía una posición, no era solamente la mujer del jefe de Araglin.