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Fidelma se quedó unos momentos esperando a que Cranat los saludara, al menos levantando la mirada.

Finalmente, fue Crón, la tánaiste, quien rompió el silencio al hablar, sin levantarse de la silla.

– Madre, ésta es Fidelma, la abogada que está aquí para juzgar a Móen.

Entonces Cranat levantó la cabeza y Fidelma se encontró con los mismos ojos azules y fríos de la hija.

– Mi madre -continuó Crón-, Cranat de los Déisi.

Fidelma no se inmutó: en la presentación, la razón del porte de Cranat quedaba explicada. Según la leyenda, durante el reinado de Cormac mac Airt, la rama de los Déisi fue desterrada de sus ancestrales tierras alrededor de Tara. Algunos habían huido a la tierra de los bretones y otros se habían establecido en el reino de Muman, donde se habían dividido en dos ramas: los Déisi del norte y los del sur. Que Crón hubiera presentado a su madre como «de los Déisi» significaba que Cranat era hija de un príncipe. Pero eso no era excusa para negarse a dar la bienvenida o a saludar a Fidelma. Fidelma se sonrojó irritada. Había consentido ese insulto a su rango y posición una vez. No podía hacerlo una segunda vez, si quería mantener el control sobre la investigación.

En lugar de sentarse, subió despacio a la tarima y se situó al mismo nivel que Crón y Cranat.

– Eadulf, colocad una silla para mí aquí -ordenó con frialdad.

La mirada de sorpresa de Cranat y Crón indicó que no estaban habituadas a que nadie desafiara su autoridad.

Eadulf, intentando ocultar su sonrisa, ya que sabía cuánto le gustaba a Fidelma dejar claras las normas de protocolo cuando no se cumplían, se apresuró a coger una silla y a colocarla donde le había indicado Fidelma. Sabía que a la abogada le importaban poco las formalidades. Sólo cuando la gente hacía uso del protocolo para demostrar con malos modos su autoridad, se valía de su posición para ponerlos en su sitio.

– ¡Hermana, qué hacéis!

Fue la primera frase que pronunció Cranat, expresada en tono escandalizado.

Fidelma había tomado asiento y contemplaba a la viuda del jefe.

– ¿Qué decíais, Cranat de Araglin? -preguntó haciendo el justo énfasis en el título.

Cranat tragó saliva, incapaz de replicar.

– Mi madre es… -empezó Crón, pero se detuvo cuando Fidelma se giró para mirarla-. Ah… -de repente se dio cuenta de la formalidad. Se giró enseguida hacia su madre-. He olvidado deciros que sor Fidelma no sólo es abogada sino que es hermana de Colgú de Cashel.

Antes de que Cranat pudiera digerir esta información, Fidelma se inclinó hacia delante. Se puso a hablar con afabilidad pero con voz firme.

– Mi parentesco aparte, y sin tener en cuenta que mi hermano es el rey -hizo una pausa, con la cual destrozaba la pretendida realeza de Cranat-, tengo estudios hasta el nivel de anruth y me está permitido sentarme en presencia del Rey Supremo de los cinco reinos y hablar con él al mismo nivel.

La boca de Cranat no era más que una delgada y apretada línea. Clavó sus ojos glaciales en otro lugar de la sala.

– Ahora -Fidelma se reclinó y sonrió ampliamente. Su voz denotaba cierta irritación-. Ahora, dejemos a un lado los tediosos asuntos protocolarios, que hay cosas más importantes.

Una vez más, Fidelma reprendía a Cranat y Crón por sus pretensiones y ellas lo sabían. Permanecían sentadas en silencio, ya que no había respuesta adecuada.

– Tengo que haceros algunas preguntas, Cranat.

La mujer, rígida en su asiento, resopló. No se dignó a mirar directamente a Fidelma.

– Entonces estoy segura de que las haréis -replicó sin gracia.

– Me han dicho que fuisteis vos la que pidió un brehon a mi hermano en Cashel. Me han dicho que decidisteis pedir ayuda a Cashel sin el conocimiento y la aprobación de vuestra hija, que es tánaiste. ¿Por qué?

– Mi hija es joven -dijo Cranat-. Carece de experiencia en leyes y política. Creo que este asunto ha de ser tratado correctamente, para que no quede ningún estigma en la familia de Araglin.

– ¿Por qué iba a suceder eso?

– La naturaleza de la criatura que cometió los crímenes, y el hecho de que fuera hijo adoptivo de Teafa, podrían dar motivo a la gente para hablar mal de la casa de Araglin.

A Fidelma le pareció que era una explicación razonable.

– Entonces regresemos a la mañana de hace seis noches cuando os enterasteis de la muerte de vuestro marido, Eber.

– Yo ya he explicado lo que sucedió -interrumpió Crón rápidamente.

Fidelma chasqueó la lengua molesta.

– Vos me habéis contado los acontecimientos tal como los veis. Ahora le estoy preguntando a vuestra madre.

– Hay poco que decir -dijo Cranat-. Me despertó mi hija.

– ¿A qué hora?

– Justo cuando salía el sol, creo.

– ¿Y qué sucedió?

– Me dijo que Eber había sido asesinado y que Móen había cometido el terrible crimen. Me vestí y me reuní con ella aquí, en la sala de asambleas. Cuando estaba aquí, entró Dubán para decir que Teafa también había sido encontrada muerta a cuchilladas.

– ¿Fuisteis a ver el cuerpo de Eber?

Cranat sacudió la cabeza en señal de negación.

– ¿No fuisteis a rendir vuestros últimos respetos a vuestro marido muerto? -preguntó Fidelma con un tono de sorpresa.

– Mi madre estaba disgustada -intervino Crón a la defensiva.

Fidelma seguía sosteniendo la mirada fría y azul de Cranat.

– ¿Estabais disgustada?

– Estaba disgustada -repitió Cranat.

Instintivamente, Fidelma sabía que Cranat se aferraba a la excusa fácil que le había proporcionado su hija.

– Decidme, ¿por qué no compartíais el dormitorio con vuestro marido?

Se oyó un jadeo de indignación procedente de Crón.

– ¿Cómo os atrevéis a preguntar semejante impertinencia…? -empezó a preguntar.

Fidelma giró la cabeza y miró a Crón entornando los ojos.

– Me atrevo -respondió impasible- porque soy abogada de los tribunales y no hay ninguna pregunta impertinente si con ella se busca la verdad. Yo creo, Crón de Araglin, que todavía tenéis mucho que aprender de la sabiduría y los deberes de un jefe. Vuestra madre actuó correctamente al pedir un brehon a Cashel.

Crón tragó saliva, estaba ruborizada. Antes de poder pensar una respuesta adecuada, Fidelma ya se había vuelto a girar hacia Cranat.

– ¿Bien, señora? -inquirió secamente.

La expresión glacial de Cranat la desafió por un momento, pero los ojos verdes y llameantes de Fidelma aceptaron el reto y no se intimidaron. Cranat dejó caer los hombros resignada.

– Hacía muchos años que no compartía el lecho con mi marido -respondió calmada.

– ¿Por qué?

Las manos de Cranat se movían agitadas en su regazo.

– Nos fuimos distanciando… de esta manera.

– ¿Y eso no os molestaba?

– No.

– Y, según parece, a Eber tampoco.

– No sé qué queréis decir.

– Conocéis las leyes del matrimonio tan bien como yo. Si había problemas sexuales entre ambos, cualquiera de las partes podía haber pedido el divorcio.

Cranat se sonrojó.

Crón lanzó una mirada hacia Eadulf, que estaba sentado impasible.

– ¿El sajón ha de quedarse a escuchar esto? -inquirió la dama.

Eadulf, algo turbado, empezó a levantarse.

Fidelma le hizo señal de que volviera a sentarse.

– Él está aquí para observar cómo funciona nuestro sistema legal. No hay nada de qué avergonzarse ante la ley.

– Teníamos un convenio amistoso -continuó Cranat, dándose cuenta de que su hija y ella se habían encontrado con alguien más voluntarioso que ellas-. No había necesidad de divorcio o de separación.