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– Entiendo. Pero sin duda, desde un punto de vista legal, Cranat podía desembarazarse de él. Si Cranat se hubiera divorciado de Eber por los motivos que decís, hubiera tenido derecho a llevarse todo lo que había aportado. Si no era nada, tenía derecho a exigir un noveno del incremento de las riquezas de su marido durante el matrimonio. Aunque no tuviera nada en el momento de casarse, seguro que un noveno de la riqueza generada por Eber durante veinte años de matrimonio le hubiera permitido vivir bien.

– Desde luego, se lo hubiera permitido -dijo el padre Gormán con cierta amargura-. Yo hubiera podido ayudarla. Pero ella prefirió quedarse.

Fidelma se lo quedó mirando pensativa.

– Sin duda sentís gran afecto por Cranat -observó Fidelma.

El padre Gormán se sonrojó repentinamente.

– No hay nada malo en querer corregir un mal doloroso.

– Nada en absoluto -afirmó Fidelma-. Pero este asunto no os hubiera granjeado el cariño de Eber. Sin embargo, me han dicho que creéis que Móen tiene que ser castigado pagando con su propia vida.

– ¿Acaso la palabra de Dios no es explícita? Si un hombre destruye el ojo de otro, tienen que destruir su ojo. Yo creo totalmente en el justo castigo como lo enseñan nuestra fe y Roma.

Fidelma sacudió la cabeza.

– El justo castigo es a menudo injusto.

El padre Gormán entornó los ojos.

– Eso huele a Pelagio.

– ¿Es malo citar las palabras de un sabio?

– Las iglesias de Irlanda están llenas de la herejía de Pelagio -espetó el sacerdote.

– ¿Pelagio era un hereje? -preguntó Fidelma con calma.

El padre Gormán casi se ahoga de la indignación.

– ¿Lo dudáis? ¿No conocéis la historia?

– Yo sé que el papa Zósimo lo declaró inocente de herejía a pesar de la insistencia de Agustín de Hipona, quien persuadió al emperador Honorio para que promulgara un decreto imperial condenándolo.

– Pero el papa Zosimus, finalmente, lo acabó declarando culpable de herejía.

– Después de recibir las presiones del emperador. Me cuesta creer que eso sea una decisión teológica. Resulta una ironía que fuera condenado por su tratado De libero arbitrio, «Sobre el libre albedrío».

– ¿Así que defendéis al hereje, como la mayoría de columbanos? -dijo el padre Gormán claramente ofensivo.

– No cerramos nuestra mente a la razón, como Roma ordena a sus seguidores -espetó Fidelma-. Después de todo, ¿qué significa realmente herejía? Es simplemente la palabra griega para la acción de escoger. La acción de escoger es propia de nuestra naturaleza, por lo tanto todos somos herejes.

– ¡Pelagio estaba lleno de costumbres irlandesas! Lo condenaron justamente por rechazar la doctrina de Agustín respecto a la caída del hombre y el pecado original.

– ¿Y Agustín no tenía que haber sido condenado por rechazar la doctrina de Pelagio respecto al libre albedrío? -respondió Fidelma acalorada.

– No sólo sois impertinente, sino que vuestra alma está en peligro -dijo el padre Gormán airado y con el rostro rojo.

Fidelma no se puso nerviosa.

– Consideremos los hechos -replicó con calma-. El pecado original fue cosa de Adán, y Dios castigó a Adán y a sus descendientes por ese pecado. ¿Es correcto?

– Es una maldición que se extendió a toda la humanidad hasta que el sacrificio de Cristo redimió al mundo -admitió el sacerdote a punto de estallar.

– Pero Adán desobedeció a Dios.

– Así es.

– Sin embargo, se enseña que Dios es omnipotente y que creó a Adán.

– Al hombre se le otorgó libre albedrío y Adán, desafiando a Dios, cayó en desgracia.

– Ahí es donde Pelagio hace la pregunta: antes de la caída de Adán, ¿podía él elegir entre el bien y el mal?

– Nos dicen que tenía órdenes de Dios para guiarse. Dios le había dicho lo que no tenía que hacer. Pero la mujer lo tentó.

– Ah, sí, la mujer -replicó Fidelma con suave énfasis. El hermano Eadulf se agitó incómodo. Deseaba que Fidelma no retara a las Parcas con sus argumentos. Le lanzó una mirada, pero ella estaba inclinada hacia delante, disfrutando con el enfrentamiento intelectual-. Dios omnipotente creó a Adán y a Eva. ¿Era suficiente la voluntad de Dios para guiarlos?

– El hombre tenía libre albedrío.

– Así que la voluntad de Adán, la voluntad de la mujer -de nuevo con énfasis- era más poderosa que la de Dios.

El padre Gormán estaba indignado.

– No, por supuesto que no. Dios es omnipotente… Pero había permitido al hombre ser libre.

– Entonces el pensamiento lógico es que Dios, al ser omnipotente, y por lo tanto capaz de evitar el pecado, no lo hizo. Al ser omnipotente, sabía lo que iba a hacer Adán. Según esto, ¡Dios era un cómplice encubridor!

– ¡Eso es una blasfemia! -soltó el padre Gormán.

– Aún hay más, Gormán -continuó Fidelma despiadadamente-, ya que si hemos de ser lógicos, se puede sostener que Dios consintió que Adán pecara.

– ¡Sacrilegio! -gritó el sacerdote horrorizado.

– Venga, sed lógico -dijo Fidelma imperturbable ante esa reacción-. Dios omnisciente había creado a Adán. Si era omnisciente sabía que Adán iba a pecar. Y si la raza humana estaba maldita por el pecado de Adán, Dios sabía que iban a ser malditos. Luego creó a la gente para que sufriera.

– Vos y vuestra mente finita, no podéis entender el gran misterio del universo -espetó el padre Gormán.

– No seremos capaces de entenderlo, si decidimos ocultar el camino hacia ese universo creando mitos. Ahí es donde estoy de acuerdo con las enseñanzas de Pelagio, un hombre de nuestro pueblo, y por ello Roma siempre ha atacado nuestras iglesias, no sólo las de aquí sino las de los bretones y los galos que comparten nuestras filosofías. Somos personas que cuestionamos todas las cosas y sólo mediante nuestras preguntas podemos aspirar a llegar a la Gran Verdad y hemos de quedarnos junto a esa Verdad aunque eso nos enfrente al mundo.

Se levantó bruscamente.

– Os agradezco vuestro tiempo, padre Gormán.

Una vez fuera intercambió una mirada con Eadulf.

– Así que una puntita de niebla se va despejando -dijo con satisfacción.

Eadulf hizo una mueca. Estaba asombrado.

– ¿Respecto a Pelagio? -aventuró.

Fidelma rió entre dientes.

– Respecto al padre Gormán -respondió Fidelma.

– ¿Sospecháis que el padre Gormán está involucrado?

– Yo sospecho todo de todos. Pero sí, tenéis razón. Está claro que Gormán quería, o quiere apasionadamente a Cranat.

– ¿A su edad? -preguntó Eadulf indignado.

Fidelma se giró sorprendida hacia su compañero.

– Se puede sentir amor a cualquier edad, Eadulf de Seaxmund's Ham.

– ¿Pero una mujer de su edad y un sacerdote…?

– No hay ninguna ley que prohíba a los sacerdotes casarse, ni siquiera Roma lo prohíbe, aunque he de admitir que Roma lo desaprueba.

– ¿Queréis decir que el padre Gormán pudiera haber tenido una razón para desear la muerte de Eber?

Fidelma no se inmutó.

– Oh, tenía una buena razón. ¿Pero tenía lo medios para satisfacer su deseo o tenía que encargárselo a alguien?

Capítulo IX

Aquella noche se bañaron y comieron solos. Crón no los había invitado a cenar en la sala de asambleas, como hubiera mandado el protocolo. Eadulf no se mostró particularmente sorprendido por eso. Cuando consideró los acontecimientos del día, constató que si Fidelma había hecho algún amigo en el rath de Araglin sólo era aquella pobre criatura, Móen. Desde luego, no había caído bien a ninguno de los otros. Resultaba evidente que Crón y su madre, Cranat, no querían contar con su compañía.