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Una joven tímida les llevó las bandejas con comida hasta el hostal de huéspedes. Tenía el cabello castaño y unos dieciséis años, su piel era muy pálida y parecía tener miedo de ellos. Fidelma hizo todo lo que pudo para tranquilizarla y mostrarse amigable.

– ¿Cómo os llamáis?

– Mi nombre es Grella, hermana. Trabajo para Dignait en las cocinas.

Fidelma sonrió amistosamente.

– ¿Estáis contenta con vuestro trabajo, Grella?

La joven frunció ligeramente el ceño.

– Es lo que hago -dijo simplemente-. Crecí en las cocinas del jefe. No tengo padres -añadió, como si eso lo explicara todo.

– Entiendo. Debéis de estar triste por la muerte de vuestro jefe, entonces, habiendo crecido en su casa.

La joven negó enérgicamente con la cabeza y Fidelma se sorprendió.

– No… no, pero sentí la muerte de Teafa. Era una mujer amable.

– ¿Pero Eber no era amable?

– Teafa era amable conmigo -replicó la joven con ansiedad; al parecer no quería hablar mal del jefe muerto-. Teafa era amable con todo el mundo.

– ¿Y Móen? ¿Os gusta Móen?

Grella volvió a mostrarse aturdida.

– Yo me sentía incómoda cuando él andaba por aquí. Teafa era la única que podía decirle qué hacer.

– ¿Decirle? -preguntó Fidelma, aferrándose enseguida a la frase-. ¿Cómo se lo decía?

– Tenía una manera de comunicarse con él.

– ¿Sabéis cómo? -interrumpió ansioso Eadulf.

La joven negó con la cabeza.

– No tengo ni idea. Dicen que se entendían dándose golpecitos con los dedos.

Fidelma estaba intrigada.

– ¿Lo visteis alguna vez? ¿Teafa os explicó alguna vez cómo lo hacía?

– Les vi hacerlo muchas veces, pero no lo entendía. Quizá sólo fuera el contacto familiar con una mano lo que lo calmaba.

Fidelma se sintió decepcionada.

Grella inclinó la cabeza pensativa, como intentando recordar. Después sonrió.

– Lo recuerdo; dijo que Gadra le había enseñado ese arte.

– ¿Gadra? ¿Quién es Gadra? -preguntó Fidelma nuevamente esperanzada.

Grella se estremeció y se santiguó.

– Gadra es el hombre del saco. Dicen que roba las almas de los niños malos. Ahora me tengo que ir o si no Dignait vendrá a buscarme. Puedo tener problemas.

Cuando se hubo marchado comieron, la mayor parte en meditativo silencio. Después, Eadulf se atrevió a sacar un tema al que llevaba rato dándole vueltas.

– ¿Es inteligente -preguntó- desatar la ira de todos a propósito?

Fidelma levantó la mirada del plato.

– Me parece notar un tono de crítica, Eadulf de Seaxmund's Ham -observó con solemnidad, aunque en sus ojos se percibía un brillo malicioso.

Eadulf hizo una mueca disculpándose.

– Perdonadme, pero yo creo que algunas veces con un poco de tacto y de discreción se consigue lo mismo que…

– ¿Creéis que soy excesivamente grosera? -interrumpió Fidelma muy seria, como una alumna que pide consejo a su maestro.

Eadulf se sintió incómodo. No confiaba en Fidelma cuando estaba de ese humor y sacudió la cabeza en señal de negación.

– Mi madre me dijo una vez que no se podía descoser un bordado con un hacha.

Fidelma se lo quedó mirando realmente sorprendida.

– Nunca habíais mencionado a vuestra madre, Eadulf.

– Ya no vive. Pero era una mujer sabia.

– Reconozco su sabiduría. Sin embargo, a veces, cuando se encuentra una gruesa puerta de arrogancia que se cierra ante uno, hay que tomar el hacha y hacerla astillas hasta poder hablar con la persona que hay dentro. A menudo, la gente arrogante confunde la cortesía con la debilidad e incluso con la adulación.

– ¿Realmente os habéis abierto paso a golpes de hacha hacia la verdad?

Fidelma inclinó la cabeza.

– He conseguido acercarme a la verdad más que si hubiera dejado que las puertas permanecieran cerradas. Sin embargo he de admitir que la verdad completa todavía está muy lejos.

– ¿Entonces cómo hemos de alcanzarla?

– Cuando acabemos de comer iré en busca de Dubán. Tal vez podamos averiguar si ese hombre del saco, Gadra, realmente existe. Si es así y puede enseñarme la manera de comunicarme con Móen, estaremos más cerca de la verdad. Si podemos descubrir lo que sabe Móen…

Eadulf se mostró escéptico.

– Eso es sólo un cuento de niños. ¡Un hombre del saco que roba las almas de los niños, vaya!

– Suele haber una verdad detrás de cada cuento, Eadulf.

– Suponéis mucho, Fidelma.

– ¿Seguro?

– Suponéis que ese hombre existe. Suponéis que esa chica, Grella, explicó bien que ese ser, Gadra, enseñó a Teafa la forma de comunicarse con Móen. Incluso suponéis que hay una manera de comunicarse con esa criatura. Además suponéis que esa desgraciada criatura tiene mente. También suponéis que os dirá algo que aclarará el asunto y, para finalizar, suponéis que es inocente.

Sor Fidelma se reclinó, colocó las palmas de las manos sobre la mesa a ambos lados de su plato y se quedó un momento mirando a Eadulf antes de responder.

– Mis suposiciones se basan en que confío en su inocencia. No puedo explicarlo, ni tengo pruebas para demostrarlo. Es un sentimiento, la creencia de que lo que a mis sentidos les parece falso es, sin duda, falso, según la lógica de que lo que se presenta como verdad, pero se siente falso, es falso.

Eadulf apretó los labios.

– ¿No es cierto que la mayor decepción es la autodecepción?

– ¿Creéis acaso que me estoy decepcionando a mí misma?

– Trato de sugerir que lo que parece de una manera, bien puede ser de esa manera.

Fidelma sonrió entre dientes, levantó una mano y la puso sobre el brazo de Eadulf.

– Eadulf, sois la voz de la conciencia; cuando soy demasiado entusiasta, refrenáis mis excesos. Sin embargo, iremos en busca de Gadra, el hombre del saco, si existe.

Eadulf dejó ir un suspiro.

– No tenía ninguna duda de que así iba a ser -dijo resignado, al tiempo que ella se levantaba para ir en busca de Dubán.

Crítán, de guardia en las caballerizas, les informó de que Dubán no estaba en el rath de Araglin. El joven jactancioso no se mostró muy comunicativo; tuvieron que preguntarle varias veces antes de que se explicara.

– Ha tenido que marcharse con algunos guerreros hacia las altas pasturas.

– ¿Sucede algo? -preguntó Fidelma-. ¿Por qué se han ido a esta hora, si está cayendo la noche?

Crítán se mostró arisco.

– No pasa nada. No tenéis nada que temer, mientras haya hombres que vigilen este rath, hermana.

Fidelma reprimió una respuesta airada.

– A pesar de eso, ¿qué es lo que ha hecho que partiera Dubán? -insistió.

– Ha llegado el aviso de un ataque al ganado de una de las granjas aisladas del otro lado de las montañas.

– ¿Un ataque? -se mostró interesada-. ¿Se sabe de quién?

– Eso es lo que han ido a descubrir. Probablemente de los mismos que hicieron una incursión en este valle hace unas semanas. Yo tenía que haber ido con Dubán, pero me han ordenado que me quede aquí vigilando a esa criatura, Móen. No me parece bien.

A Fidelma le pareció que el joven parecía más un niño malhumorado que un adulto.

– Para ser guerrero -dijo Fidelma con cuidado- no estáis obligado a un deber a menos que los hayáis aceptado libremente como obligación.

Crítán se mostró molesto.

– No entiendo qué significa.

– Exactamente eso. Decidme, Crítán -cambió de tema rápidamente-. Decidme, ¿el nombre de Gadra os suena?

El joven hizo una mueca de malhumor.

– Dicen que es un hombre del saco que roba las almas de los niños. La gente de aquí usa ese nombre para asustar a sus hijos.

– ¿Existe realmente?

– Yo he oído a Dubán hablar de él. Yo no creo en el hombre del saco, así que una vez le pregunté por él.