Выбрать главу

– ¿Y qué os dijo Dubán? -insistió Fidelma.

– Me dijo que cuando él era joven, Gadra era un ermitaño que moraba en las montañas y se negaba a aceptar la nueva fe.

– ¿Todavía vive?

– Eso fue hace muchos años. Vivía arriba, en los bosques, en un pequeño valle, no sé dónde. Creo que Dubán puede saberlo.

Fidelma le dio las gracias al joven y regresó al hostal de huéspedes, para explicárselo a Eadulf.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Eadulf.

– ¿Ahora? No hay más que hacer que esperar hasta mañana.

Bien pasada la medianoche Fidelma se despertó al oír el sonido de un caballo que entraba en el rath. Oyó que Eadulf seguía bien dormido en su cubículo. Se levantó, se echó la capa por los hombros y se dirigió descalza a la ventana que daba a la parte delantera del hostal.

Un hombre desmontaba junto a las puertas. A la luz de las antorchas ardiendo, vio que era el caballerizo, Menma. Fidelma estaba a punto de volver a la cama, cuando una sombra apareció frente a la sala de asambleas. Avanzó hacia la luz de las antorchas y saludó al hombre pelirrojo.

Era el padre Gormán. Su cuerpo se movía y agitaba los brazos. Su voz era intensa, aunque no fuerte, y Fidelma no entendía sus palabras.

Con gran sorpresa, Fidelma vio que Menma parecía responder con la misma vehemencia.

El padre Gormán agitaba una mano en dirección al hostal de huéspedes. Obviamente, Eadulf y ella eran el tema de discusión. ¿Por qué? -se preguntó la joven.

Al cabo de un momento, Menma tiró de las riendas de su caballo y condujo a la bestia hacia las caballerizas.

El padre Gormán se quedó un rato con las manos en las caderas observando a Menma. Después se giró bruscamente y se dirigió hacia la capilla.

Fidelma, pensativa, volvió a la cama.

El sol brillaba con fuerza cuando Fidelma se reunió con Eadulf para tomar el desayuno que les había llevado Grella. Sentía los cálidos rayos de sol que entraban por la ventana del hostal de huéspedes. Eadulf acababa de comer, se reclinó y dejó a Fidelma desayunar en silencio. Cuando terminó se dirigió a ella con una pregunta retórica.

– ¿Creéis que Dubán ha regresado?

– Voy a ir a buscarlo ahora, a ver si nos puede decir algo más del ermitaño.

Le dio instrucciones a Eadulf de que fuera a ver si podía recabar más información de los habitantes del rath, mientras ella iba en busca del guerrero.

Fidelma salió del hostal y fue siguiendo el muro de piedra de la sala de asambleas.

El sonido de unas voces y unas risotadas estridentes la detuvieron. El timbre de la voz le era familiar.

Se detuvo al abrigo del muro y dirigió la mirada hacia el grupo de edificios de donde provenía el bullicio. Había un jinete, al parecer recién llegado, pues todavía llevaba encima el polvo del camino. Había desmontado y tenía las riendas sobre el brazo. Fidelma reconoció enseguida al hombre alto y robusto. Era Muadnat, el granjero, contra quien había dictado sentencia en Lios Mhór. Lo que la dejó sin respiración fue la figura que tenía abrazada y que le devolvía los besos uno a uno con la pasión de una jovencita. Era una mujer alta, de cabello rubio, envuelta en una capa de varios colores.

Cuando se separó del fuerte abrazo, Fidelma reconoció a la mujer: era Cranat, la viuda de Eber.

La monja se retiró instintivamente hacia las sombras del muro, para examinar al fornido granjero de cerca. Para ser alguien que acababa de perder siete cumals de tierra, Muadnat parecía contento de abrazar a la viuda del jefe. No hacía falta mucha experiencia para ver que entre ambos existía una gran intimidad. El granjero soltó otra risotada, Cranat le cerró los labios con un dedo y lanzó una mirada nerviosa a su alrededor, después le hizo una señal para que entrara en el edificio que tenían detrás. Muadnat se detuvo para atar su caballo a una verja.

Fidelma esperó a que desaparecieran y, con la cabeza inclinada y pensativa, continuó su camino hacia la entrada de la sala de asambleas. Las puertas estaban abiertas. Sin saber por qué, dudó instintivamente y no hizo nada que revelara su presencia. Entonces entró. Quizás inconscientemente, había percibido el sonido de voces y un tono ansioso de conversación. La primera voz era la de Dubán.

– Creo que deberíais ser más respetuosa con ella -decía con seriedad-. Al menos no provoquéis su enemistad.

– ¿Por qué no? Ya no debería estar aquí. Creo que se está excediendo en sus obligaciones.

Fidelma frunció el ceño al darse cuenta de que la segunda voz era la de Crón. Las voces provenían de una habitación contigua que tenía la puerta entreabierta. Fidelma se acercó con cautela.

– Ya sé que es la hermana de Colgú. ¿Pero creéis que la enviaría aquí sólo por eso? Es una mujer inteligente. Casi nada escapa a esos ojos verdes y curiosos.

– ¡Ah! ¿Os habéis fijado en el color de sus ojos? -El comentario era arisco. Fidelma abrió bien los ojos al percibir un tono celoso en la voz de la tánaiste.

Dubán respondió con una risita.

– Me he dado cuenta de que es alguien a quien no se puede tomar el pelo. Cuanto menos se la provoque, mejor.

Fidelma parpadeó satisfecha al oír aquellas palabras.

– Seguro que no se cree realmente que Móen es inocente -dijo Crón suavizando el tono.

– Creo que lo sospecha. El padre Gormán cree que está decidida a probarlo. Estaba bastante preocupado cuando lo vi la pasada noche, después de haber hablado con ella.

– Yo creía que este asunto se resolvería fácilmente. Si al menos a mi madre la dejaran tranquila…

– No hay nunca nada fácil, querida. Si ella cree que Móen es inocente, buscará por otro lado quién podría haberlo asesinado. Haríais bien en amigaros con ella.

Pasó un ángel.

– Podría descubrir cuánto odiaba a mi padre. ¿Eso es lo que queréis decir?

– Podría descubrir cuánto lo odiaba todo el mundo -replicó Dubán-. De todos modos, tenéis que tratar con ese idiota de Muadnat. Ha elegido este momento para venir al rath a crear problemas. ¿No podéis decirle que se marche? ¿Que regrese la semana que viene cuando todo esto haya acabado?

– ¿Cómo queréis que haga eso, querido? No es lo bastante sensible para entender por qué. Puede traernos problemas. No, tengo que hacer frente al asunto. Explicadle a Muadnat lo que he decidido y decidle que esté aquí, en la sala de asambleas, a mediodía.

– Entonces, por favor, tratad a la hermana con más gracia.

– Ahora, id -respondió Crón con firmeza-. Hay mucho que hacer.

Fidelma volvió sobre sus pasos de puntillas hacia la puerta. Se giró en el umbral, cogió la aldaba y golpeó la puerta de madera antes de entrar en la sala, como si lo hiciera por primera vez. Crón fue hacia ella desde la habitación lateral. Estaba sola. Saludó a Fidelma educadamente, aunque con ojos vigilantes.

– Estoy buscando a Dubán -anunció Fidelma.

– ¿Qué os hace pensar que está aquí? -preguntó la tánaiste a la defensiva.

– Éste es un lugar tan bueno como cualquier otro para buscar al jefe de vuestra guardia -contestó Fidelma inocentemente.

Crón se dio cuenta de su error y esbozó una sonrisa.

– En este momento no está aquí. Estuvo hasta tarde fuera por la noche y probablemente todavía no se ha despertado -mintió la joven con facilidad-. Si lo veo, le diré que preguntáis por él. Ahora, si me excusáis, he de prepararme para un asunto importante.

Fidelma no iba a dejar que la despidiera con tanta facilidad.

– ¿Preparar?

– Hoy tengo que presidir un juicio -replicó Crón-. Casos menores de los que puedo ocuparme, aunque mi madre no apruebe mis conocimientos legales.

Ciertamente un jefe podía hacer de juez en casos insignificantes, si no se tenía un brehon a mano que le asesorara.