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– Como lo vais a juzgar vos, tal vez sea mejor que no os diga lo que pienso -respondió inmediatamente Fidelma-. Pero dejad que me siente junto a vos y que os asesore sólo en cuanto a la ley, y vos juzgaréis los hechos. Mis palabras sólo tendrán un sentido legal, nada más; os lo juro.

– Si es así, acepto.

Por primera vez en presencia de sor Fidelma, Crón esbozó lo que pareció ser una genuina sonrisa de amistad.

– ¿A qué hora se va a presentar Muadnat?

– A mediodía.

– Entonces voy a decírselo a Eadulf.

– Es un hombre interesante ese sajón vuestro -observó Crón con astucia.

– ¿Mío? -preguntó Fidelma arqueando las cejas sorprendida-. Eadulf no pertenece a ningún hombre ni ninguna mujer.

– Parece que sois buenos amigos -replicó Crón-. Seguro que el atractivo hermano no comparte las ideas que el padre Gormán enseña respecto a que los siervos de Dios, hombres y mujeres, han de permanecer célibes.

Fidelma notó que se sonrojaba. Se dio cuenta de que, aunque había discutido con Eadulf todos los aspectos de las enseñanzas de Roma, nunca habían tocado el concepto de celibato. Aunque Roma no tenía una regla firme respecto al celibato de los religiosos, era cierto que un grupo numeroso del clero creía que los miembros de las comunidades religiosas no debían cohabitar ni casarse. Era una idea tan ajena a los seres humanos que nunca sería aceptada.

Crón la observaba divertida y ella alzó un poco la barbilla.

– El hermano Eadulf y yo somos amigos, y sólo amigos, desde que nos conocimos en el concilio que se celebró en la abadía de Hilda, en Northumbria. Eso es todo.

Estaba claro que Crón se tomaba aquella seguridad con cierto escepticismo.

– Está bien -observó significativamente- tener un amigo así.

– Hablando de amigos -le respondió Fidelma astutamente-, he de ir en busca de Dubán.

– ¿Qué es eso que tenéis que hablar con él tan urgentemente? -preguntó la tánaiste.

– ¿Habéis oído hablar de Gadra?

Crón se mostró sorprendida.

– ¿Qué queréis saber de Gadra?

– ¿Así que lo conocéis? -insistió Fidelma, ansiosa.

– Por supuesto. No lo he vuelto a ver desde que era pequeña, sólo lo recuerdo. Vivió en la cabaña de Teafa durante unos años, pero volvió a marcharse. Es un ermitaño. En la actualidad los jóvenes creen que es simplemente un hombre del saco. Como es un ermitaño que desapareció en las colinas, algunas personas lo utilizan para asustar a los niños y que obedezcan.

– ¿Sabéis dónde se le puede encontrar?

Crón sacudió la cabeza en señal de negación.

– Dudo que esté todavía vivo. -Se encogió de hombros-. Pero si lo está, quien fuera en su busca habría de ser una persona valiente, porque se decía que se había negado a aceptar la fe y se había asociado con el mal.

– ¿Asociado con el mal?

Crón asintió con seriedad.

– Se aferraba a la fe de nuestros antepasados paganos y dicen que por eso se retiró a la inmensidad de las sombrías montañas.

Fidelma notó que algo se movía detrás de ella y al girarse vio que entraba el guerrero de mediana edad.

Dubán dirigió una mirada a Fidelma y luego rápidamente a Crón intentando fingir que le sorprendía encontrarlas juntas. Después levantó una mano y saludó a su tánaiste. Fidelma se percató de que cualquiera que pudiera actuar con tal duplicidad podría igualmente ser muy evasivo en otros asuntos.

– Se dice que no habéis tenido demasiada suerte en vuestra empresa, Dubán -saludó Crón, con una voz ligeramente quejumbrosa, como si no lo hubiera visto antes.

El guerrero hizo una mueca, una expresión que confirmaba la inutilidad de su búsqueda.

– Hemos registrado varias millas de la ladera de la colina, pero no hay señal de bandidos. Se han llevado dos vacas de la granja de Díoma. Seguimos las huellas hasta los límites de la Marisma Negra, pero las perdimos en el bosque.

Crón se mostró muy preocupada.

– No recuerdo la última vez que unos bandidos asaltaron nuestro valle con impunidad. Hay que dar con ellos. Nuestro honor está en juego.

– Así se hará -murmuró Dubán-. Tan pronto como reúna un nuevo grupo de guerreros…

– Ahora es inútil. De todas maneras, hemos de tener en cuenta la vista legal. Sor Fidelma ha sugerido sentarse conmigo y yo he aceptado. También le he dicho a la hermana que podéis ayudarla con cierta información respecto al viejo Gadra.

Crón abandonó la sala de asambleas y dejó a Dubán con una expresión incierta en su rostro.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó al cabo de un momento-. ¿Respecto a Gadra, es eso?

– Me han dicho que conocisteis a Gadra.

– Gadra, el Ermitaño -admitió Dubán-, Sí, así es, pero eso fue hace veinte años. Está muerto.

Fidelma se sintió decepcionada.

– ¿Estáis seguro?

Dubán se rascó la barbilla reflexionando.

– Seguro, no. Pero no le he visto desde que dejé Araglin, cuando era joven. Debe de estar muerto.

Fidelma siguió insistiendo.

– Crón dijo que lo había visto cuando era una niña; que vino a quedarse con Teafa en el rath. Si todavía estuviera vivo, ¿sabéis dónde se le podría encontrar?

Dubán señaló hacia arriba con una sacudida de su cabeza.

– Arriba en las montañas, hacia el sur. Vivía en un pequeño valle.

– ¿Nos llevaríais a Eadulf y a mí hasta allí?

Dubán se mostró confuso.

– Después de todo este tiempo. Seguramente está muerto -repitió.

– Pero no lo sabéis seguro.

– No, pero seguro que será un viaje en balde. Es casi un día de ida y otro de vuelta.

– ¿Nos llevaréis?

– Tengo obligaciones…

– Crón no puso ninguna objeción. -A Fidelma no le parecía que distorsionara la verdad-. ¿O es que sois vos quien no quiere ir?

– ¿Pero por qué queréis ver al viejo Gadra? Aunque todavía esté vivo, será un hombre ya viejo. ¿Qué puede saber él que os sea de ayuda en la investigación?

– Eso es más asunto mío que vuestro, Dubán -replicó Fidelma con firmeza.

Dubán se mostraba renuente.

– ¿Cuándo queréis partir? -preguntó finalmente.

– Si el tribunal llega pronto a una conclusión, podríamos emprender la marcha esta misma tarde.

Dubán, pensativo, se dio un tirón a la barba.

– El viaje significa al menos pasar una noche de acampada, aunque encontremos a Gadra -repitió el guerrero.

– Yo estoy acostumbrada a viajar -advirtió Fidelma.

Dubán extendió los brazos resignado.

– Entonces, después de que el tribunal llegue a una conclusión. Si Gadra está vivo hemos de respetar su derecho a ser un ermitaño. Solamente os acompañaré a vos y al hermano sajón. A nadie más.

– De acuerdo -confirmó Fidelma mientras salía de la sala.

Fuera, se dio de cara con la enamorada de Archú, Scoth. El rostro de la joven se iluminó al reconocer a Fidelma y le cogió ambas manos a la religiosa.

– ¡Oh, hermana! Rezaba por que no os hubierais ido de aquí. Estamos muy necesitados de vuestra ayuda.

Fidelma se compadeció.

– Eso he oído. ¿Está aquí Archú para responder a la nueva acusación?

– Ha ido a buscar alojamiento para nosotros -dijo Scoth tensa y triste.

Fidelma cogió suavemente a la chica por el brazo y la condujo hasta el hostal de huéspedes.

La joven sonrió angustiada.

– Muadnat es como un cuervo carroñero esperando el momento oportuno para abalanzarse sobre nosotros. Pensamos que nuestra única esperanza era que todavía estuvierais en el rath.

– Bueno, aquí estoy.

– ¡Gracias a Dios! Si Muadnat hubiera sido un hombre más prudente lo hubiera averiguado. Pero codicia tanto esas tierras que vino corriendo al rath, sin saber que se iba a encontrar de nuevo con vos.