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Fidelma negó con la cabeza.

– No voy a ser yo la juez. Será Crón, vuestra tánaiste y heredera electa.

Scoth se mostró consternada, se detuvo a medio camino y se giró hacia Fidelma.

– Pero vos tenéis que ser el juez. No podéis abandonar a Archú -gimió.

– No he abandonado a nadie, Scoth. ¿He de suponer, por lo que decís, que Muadnat ha inventado esa acusación?

– No, no lo ha hecho.

Fue Archú quien contestó y Fidelma se giró y se encontró al joven detrás de ella.

La monja digirió lo que él acababa de admitir.

– Entonces siento veros en esta situación, Archú -replicó con tristeza.

– Pero podéis intervenir y rechazar la demanda -insistió Scoth, con voz desesperada.

– ¡Scoth! -espetó Archú con dureza-. Sor Fidelma ha hecho un juramento.

Estaban fuera del hostal de huéspedes y Fidelma les hizo un gesto para que la acompañaran dentro. Eadulf se dirigió hacia ellos y los saludó sorprendido. Fidelma informó a Eadulf y luego se dirigió a Archú.

– Contadme la verdad. ¿Decís que Muadnat no se ha inventado la acusación contra vos? ¿Es cierto lo que afirma?

Archú se sonrojó. Hizo un gesto de impotencia.

– Es demasiado astuto para inventar una acusación de este tipo.

Fidelma se quedó un rato silenciosa.

– ¿Entonces, os dais cuenta de lo que eso significa?

Archú se mostró triste.

– Significa que Muadnat, mi querido primo, reclamará lo que momentáneamente me ha pertenecido y volverá a quedarse con la granja de mi madre. Una vez más me quedaré sin tierra.

Capítulo X

El juicio se desarrolló según las formalidades. Crón llevaba una larga capa de varios colores, propia de su cargo, sobre un vestido de seda azul. Se abrochaba con una hebilla de oro ornamentado. A Fidelma le pareció divertido que llevara guantes de piel de gamo. En muchos clanes, era costumbre que los jefes llevaran capas de colores y guantes como prendas distintivas de su rango cuando juzgaban. Fidelma se dio cuenta de que Crón había sido cuidadosa al elegir su vestido, su arreglo y el perfume, cuyo olor a lavanda impregnaba el aire. Obviamente, Crón se tomaba su papel de jefa con seriedad.

Crón se sentó en su silla en la sala de asambleas. Al lado de la silla de madera tallada se había colocado otra para Fidelma. Dubán estaba delante de la plataforma, ligeramente a un lado, en calidad de jefe de la guardia, mientras que los que estaban involucrados en el litigio estaban sentados en bancos de madera dispuestos ante la tarima. Muadnat y el hombre de rostro enjuto que lo había acompañado en Lios Mhór estaban sentados a la derecha, mientras que Archú y Scoth estaban sentados a la izquierda con Eadulf. Los guerreros de la guardia de Dubán se habían situado en lugares estratégicos, al fondo de la sala. Al entrar, Fidelma vio que el padre Gormán estaba sentado hacia el fondo.

Tan pronto como Fidelma entró y tomó asiento junto a Crón, Muadnat reconoció a la religiosa. Enseguida se puso en pie y gritó.

– ¡Protesto!

Crón se acomodó y lo miró impasible.

– ¿Ya protestáis? ¿De qué?

Muadnat lanzó una mirada furiosa a Fidelma, levantó una mano y la señaló con un dedo.

– No va a ser esa mujer la que juzgue mi caso hoy.

Crón apretó ligeramente los labios.

– ¿Esa mujer? ¿A quién os referís?

Muadnat se mordió la lengua.

– Fidelma de Kildare -gruñó Muadnat.

– Sor Fidelma está aquí invitada por mí y es dálaigh de los tribunales de los cinco reinos, experta en leyes. ¿Tenéis algo que objetar, Muadnat?

Muadnat seguía rabioso.

– Mi objeción se basa en… en… en… -balbuceaba buscando las palabras correctas-. En la parcialidad. Ya ha fallado en favor del acusado. Fue la juez en la demanda que puso él sobre unas tierras que me pertenecían y se las dio a él. No quiero de ninguna manera que sea mi juez.

– Ella tampoco lo quiere -replicó Crón con calma-. La jueza de este caso soy yo. Yo tomaré la decisión, pero sor Fidelma me asesorará legalmente. Ahora, proceded, Muadnat, con vuestro caso, si es que tenéis alguno para exponer.

Sor Fidelma se inclinó hacia Crón y le susurró algo al oído. Crón asintió con gravedad y a continuación se dirigió a Muadnat.

– He tenido en cuenta vuestro insulto verbal a un brehon. Esto se considera algo muy serio y la ofensa requiere el pago del precio de honor de vuestra víctima.

Muadnat abrió la boca consternado.

Crón se detuvo para que pensara bien lo que le estaba diciendo y luego continuó.

– Como, al parecer, tan sólo habéis hablado por ignorancia, sor Fidelma está dispuesta a renunciar a ese dinero. Sin embargo, no puede pasar por alto el insulto, ya que si así lo hiciera, y de acuerdo con la ley, la convertiría en culpable de tolerar el insulto y por lo tanto haría que se rebaje el precio de su honor. De manera que ha de obtener alguna compensación. Nos ocuparemos luego de este asunto, después de que yo -se detuvo para añadir énfasis a sus palabras- haya escuchado las acusaciones que queréis presentar.

El hombre dudó, balanceándose un poco como si lo hubieran golpeado y después, al parecer aceptando el fallo de Crón y sobreponiéndose, miró arisco delante de él.

– Muy bien. Los hechos son simples y tengo un testigo, mi capataz y sobrino, Agdae, que está sentado aquí a mi lado.

Se giró y señaló a su compañero.

– Explicadnos esos hechos -le invitó Crón.

Se notó un movimiento detrás de la tarima y de repente entró Cranat. Iba vestida con la misma opulencia de siempre. Frunció el ceño preocupada cuando vio a Fidelma sentada en el que, por derecho, debía ser su lugar en la sala. Se detuvo a medio camino, pero antes de que pudiera decir nada, Crón se dirigió a ella.

– Madre, no me habíais dicho que queríais asistir a este juicio -sin duda Crón estaba molesta por la interrupción de la vista.

Cranat lanzó una mirada en dirección a Muadnat. ¿Le lanzó el fornido granjero una mirada de advertencia y sacudió ligeramente la cabeza? Fidelma no estaba segura.

Cranat abrió la boca en señal inequívoca de desaprobación.

– Me sentaré a observar, hija.

Se dirigió a un rincón tranquilo, donde había un banco vacío, y se sentó con la cabeza bien alta. Obviamente estaba disgustada y perpleja. Al sentarse habló en voz alta.

– No tenía que pedir permiso cuando Eber estaba vivo.

– Sor Fidelma, dálaigh, está aquí para asesorarme legalmente. -Crón sentía que tenía que dar una explicación a su madre antes de volver a dirigirse a Muadnat.

– Proceded. Me ibais a explicar los hechos, Muadnat.

– Bien fácil. Mi tierra linda con la que ahora es de Archú.

Fidelma estaba sentada impávida, observando detenidamente a Muadnat con ojos escrutadores. El granjero parecía bien confiado cuando empezó a explicar su acusación.

– Hace dos noches, los cerdos de Archú pisotearon y atravesaron el cercado que rodea nuestras tierras. Lo hicieron de noche, causando daños en mis cosechas. Uno de los puercos se peleó con uno de los míos y le hizo daño. Además, los cerdos defecaron en mi corral. ¿No es así, Agdae?

El hombre enjuto asintió casi con desánimo.

Muadnat continuó.

– Todo granjero de estas tierras conoce la ley. Yo exijo la máxima compensación.

Se sentó bruscamente.

Crón miró a Agdae.

– ¿Podéis testificar libremente a favor de lo que ha dicho Muadnat, con quien estáis emparentado y para quien trabajáis?

Agdae se puso en pie, miró a Muadnat y asintió rápidamente.

– Así es, tánaiste de los Araglin. Es exactamente como mi tío lo expone.

Volvió a sentarse con la misma rapidez.

Crón se dirigió a Archú y le hizo una señal para que se levantara.