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Muadnat se puso rojo. Ya no era capaz de articular palabra. Una vez más tenía la sensación de que estaba perdiendo, y no tenía la capacidad intelectual para entender por qué.

– Nada, he de deducir de vuestro silencio -señaló Fidelma secamente-. En cuanto a que no se ha de tener en consideración el tiempo, el tiempo es precisamente un factor principal, ya que la ley es clara. Cuando una persona toma posesión de una granja, tiene tres días para marcar los perímetros; al cabo de diez días el cercado ha de estar acabado. Fidelma hizo una pausa antes de volver a girarse hacia Crón.

– Éste es el asesoramiento legal que he de dar. Vos juzgaréis, Crón, según la ley.

Crón hizo una mueca irónica.

– Entonces resulta obvio que hay que rechazar la acusación de Muadnat. Archú no ha tenido tiempo, tiempo legal, de levantar un cercado.

Muadnat se levantó lentamente; temblando de rabia.

– Pero yo he dicho que dejó, por negligencia y malicia, que sus cerdos pasaran a mi propiedad.

– No se le puede acusar de negligencia -replicó Crón-. En cuanto a la malicia, no voy a tenerla en cuenta. Vos sois igualmente responsable de la construcción del cercado divisorio, Muadnat. De hecho, sor Fidelma ha sido generosa en su interpretación de la ley al sugerir que deberíais ser absuelto de haber derribado los cercados. Yo no sería tan generosa. Aseguraos de que esos cercados se vuelven a levantar y en el tiempo prescrito.

Muadnat miraba a Fidelma frunciendo el ceño. Su odio era evidente. Estaba a punto de decir algo cuando Agdae, su sobrino, lo agarró del brazo y sacudió la cabeza como advirtiéndolo.

– Y una cosa más -añadió Crón-. Al presentar esta acusación sin tener en consideración todas las cuestiones implicadas y sin verdadero conocimiento de la ley, pagaréis un sed a sor Fidelma por su asesoramiento legal y otro a mí. Esta multa, en moneda o en el equivalente a dos vacas lecheras, se la entregareis a mi administrador al final de esta semana.

Muadnat dio medio giro para irse, pero Crón hizo que se detuviera.

– Todavía queda el asunto de la multa por insultar a una dálaigh sucedido al inicio de esta vista.

Se volvió hacia Fidelma con mirada interrogativa.

La abogada, con el rostro inexpresivo, respondió a Crón.

– La multa por ese insulto, que debería ser el precio de mi honor, será que Muadnat done lo que vale una vaca lechera a la iglesia del rath para su mantenimiento o su equivalente en trabajo para reparar la estructura del edificio de la iglesia. Lo que él elija.

Muadnat casi explota de ira.

– ¿Creéis que soy ciego a vuestros intereses, tánaiste? -gritó-. ¡Eso, tánaiste! Tánaiste por soborno y corrupción. No sois…

El padre Gormán se levantó bruscamente y se adelantó.

– ¡Muadnat! ¡Comportaos! -le amonestó.

El sacerdote posó su mano sobre el brazo del granjero rabioso y Agdae lo ayudó a sacar a Muadnat de la sala de asambleas. Se le oía gritar fuera del edificio. Cranat esperó unos minutos más, después se levantó y con una prisa casi indecente abandonó la sala.

Crón dirigió la mirada hacia Archú y Scoth, que estaban abrazándose y sonreían.

– La acusación queda desestimada, Archú, pero permitidme que os dé algunos consejos…

Archú se giró expectante, intentando que su expresión fuera más contenida y respetuosa.

– Tenéis un enemigo implacable en Muadnat. Sed cauto.

Archú inclinó la cabeza agradeciendo el consejo de su tánaiste y luego sonrió ampliamente mirando a Fidelma. Scoth y él se cogieron de la mano y salieron corriendo de la sala.

Crón se retiró y suspiró profundamente; después miró a Fidelma con cierta admiración.

– Hacéis que el laberinto de los textos legales parezca un camino recto, Fidelma. Ojalá tuviera yo esa capacidad y vuestros conocimientos.

Fidelma se mostró indiferente al cumplido.

– Eso es lo que me han enseñado a hacer.

– Mi advertencia a Archú es válida igualmente para vos. Muadnat es implacable. Era un primo lejano y amigo de mi padre. Quizá no hubiera tenido que ser tan dura con él. Mi madre desaprobará mi actuación.

– Está claro que vuestra madre considera a Muadnat un buen amigo.

– Un jefe no puede tener buenos amigos. Yo no puedo juzgar basándome en la amistad.

– Sólo podéis hacerlo según manda la ley -observó Fidelma-. Igual que yo. Un brehon o un jefe han de estar por encima de la amistad al interpretar la ley.

– Sé que lo que decís es cierto. Pero Muadnat ha tenido poder en Araglin. También sigue siendo un buen amigo del padre Gormán.

Fidelma estaba pensativa.

– ¿Habéis dicho que Muadnat era pariente y amigo de vuestro padre, Eber?

– Sí. Crecieron y lucharon juntos contra la Uí Fidgente.

Fidelma consideró esas palabras un momento. Después se encogió de hombros. Al menos Muadnat no podía estar involucrado en la muerte de Eber, ya que estaba en Lios Mhór en el momento de su asesinato. Se levantó y miró hacia donde Dubán había permanecido de pie, bien erguido.

– ¿Tal vez sea el momento de ir en busca de ese ermitaño, Gadra?

Crón se levantó y, por primera vez desde que Fidelma había llegado al rath, se mostró efusiva. A pesar de lo que había dicho, parecía haber disfrutado derrotando a Muadnat y estaba ruborizada debido al entusiasmo.

– Fidelma, he visto vuestra diligencia con la ley. Me doy cuenta, quizás algo tarde, de que seréis igualmente diligente para descubrir la verdad de la muerte de mi padre. Tan sólo quisiera… -Fue lo más que se acercó a disculparse por su comportamiento. Dudó un momento y después continuó-. Me gustaría que supierais que haré todo lo que pueda para ayudaros en la investigación.

Fidelma alzó una ceja interrogante.

– ¿Hay algo más que creáis que debería saber?

Por un momento le pareció percibir una mirada de ansiedad en los ojos pálidos de la tánaiste de Araglin.

– ¿Algo más? No creo. Sólo lo digo porque he actuado con mucho orgullo desde que llegasteis aquí. No cuesta nada ser educado.

– Si pensáis así, seréis un jefe justo para vuestra gente de Araglin -contestó Fidelma con tono grave-. Y eso es más importante que una capa.

Crón parecía acomplejada y tocó la hebilla de oro que sujetaba su capa al hombro.

– Es costumbre en Araglin que todos los jefes y sus esposas lleven una capa de varios colores y guantes, algo distintivo de su cargo -dijo la joven sonriendo.

– Ese cargo requiere una gran responsabilidad -observó Fidelma-. A veces requiere un tiempo ajustarse a los cambios de la vida.

– Sigue sin ser una excusa para la arrogancia. Habéis mencionado a Gadra y eso me recuerda una enseñanza suya, de cuando estaba en el rath y yo era una niña. Yo era pequeña, pero recuerdo bien sus palabras. Dijo que los orgullosos se sitúan a una distancia de los otros, y observando a los otros desde esa distancia se creen que son pequeños e insignificantes. Sin embargo, la misma distancia hace que ellos también resulten pequeños e insignificantes para los demás.

Fidelma sonrió complacida.

– Entonces Gadra es un hombre sabio. Realmente, si no se levanta la vista uno siempre se cree que está en el punto más alto. Vamos, Dubán, vayamos en busca de ese sabio.

– Si todavía vive -añadió Dubán con pesimismo.

Capítulo XI

Dubán y Fidelma tomaron el estrecho sendero que serpenteaba por entre los grandes robles del bosque y atravesaba la montaña. El hermano Eadulf iba detrás vigilante. Con tanto oír hablar de bandidos, le parecía que bandas enteras de forajidos podían ocultarse en lugares tan sombríos sin ser vistos por los viajeros, tan densos e impenetrables eran los bosques de las montañas que rodeaban Araglin. Los árboles crecían unos tan cerca de otros que ocultaban el azul del cielo y el suave sol primaveral. El aire era fresco, y Eadulf observó que habían florecido pocas flores primaverales, pero estaba lleno de plantas y arbustos de hoja perenne que crecían bien en aquella atmósfera fría, sombría y húmeda de los bosques.