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– Esa medialuna ha sido el símbolo de la luz y el conocimiento entre nuestra gente a lo largo de innumerables siglos. No le temo. ¿Por qué tendría que ofenderme?

– Sin embargo ofende a muchos que abrazan la nueva fe.

Eadulf se agitó incómodo; le resultaba molesto estar en compañía de alguien que llevaba un símbolo de la fe pagana.

– ¿No habéis abrazado la fe de Jesucristo? -preguntó Eadulf.

Gadra levantó la mirada y sonrió.

– Yo soy un hombre viejo, hermano sajón. En mí, a los antiguos dioses y diosas de nuestro pueblo les cuesta morir. Sin embargo, no me molestan vuestras nuevas costumbres, pensamientos y esperanzas. La propia naturaleza de las cosas hace que lo viejo muera y lo nuevo tenga que vivir. Es también el peligro de este mundo, al igual que su bendición. Ésa es la naturaleza de los hijos de Danu, la madre diosa. La vida muere y vuelve a nacer. La vida vuelve a nacer y muere. Es un ciclo interminable. Los antiguos dioses mueren, los nuevos nacen. Llegará el momento en que también mueran y surjan nuevos dioses.

Fidelma oyó que Eadulf farfullaba algo y se apresuró a hablar.

– Todos somos prisioneros de nuestro tiempo.

Gadra mostró su aprobación con una sonrisita.

– Tenéis percepción, Fidelma. ¿O es simplemente sensibilidad? ¿Podéis decirme qué es más rápido que el viento?

– El pensamiento -respondió Fidelma al momento, dándose cuenta enseguida del juego del viejo.

– Ah. Entonces ¿qué es más blanco que la nieve?

– La verdad -respondió al punto.

– ¿Qué, entonces, es más afilado que una espada?

– La inteligencia.

– Entonces nos entendemos bien, Fidelma. Soy el depositario de lo antiguo y mucho se perderá cuando me vaya. Pero así son las cosas. Y por eso he venido al bosque a morir.

Fidelma se quedó callada un rato y luego habló.

– ¿Dubán os ha dado las noticias de Araglin?

– Me ha dicho quién erais. Eso y nada más. Que buscáis algo de mí resulta obvio.

– Eber, el jefe de Araglin, ha sido asesinado.

Gadra no se mostró sorprendido.

– En mis tiempos se celebraba la muerte de un alma en este mundo ya que significaba que un alma había renacido en el Otro Mundo. Era costumbre llorar el nacimiento, ya que significaba que un alma había muerto en el Otro Mundo.

– La muerte de Eber es lo que de veras me preocupa, Gadra, ya que soy abogada de los tribunales de los cinco reinos.

– Disculpadme si hablo como un filósofo. Desde luego, la manera de irse al Otro Mundo es preocupante. Supongo que Muadnat es el jefe de Araglin ahora.

Fidelma se lo quedó mirando sorprendida.

– Crón es tánaiste y será la jefa cuando el derbfhine de su familia la confirme en el cargo.

Gadra lanzó una mirada al lado, pero no volvió a hacer referencia a Muadnat.

– ¿Así que Eber está muerto? ¿Y vos, chiquilla, sois dálaigh, abogada de los tribunales y habéis venido a investigar?

Por una vez a sor Fidelma no le importó demasiado que la llamaran «chiquilla», ya que lo hacía ese anciano místico.

– Así es.

– ¿Qué queréis de mí?

– Móen fue encontrado junto al cuerpo de Eber con un cuchillo lleno de sangre en la mano.

Por primera vez, el humor calmado del rostro del anciano se transformó en asombro. Pero enseguida se borró. Tenía un gran control de sí mismo.

– ¿Queréis decirme que se supone que Móen ha asesinado a Eber? -preguntó con voz serena.

– Lo acusan de ese asesinato -confirmó Fidelma.

– Si no hubiera vivido tanto y no hubiera visto tantas cosas, nunca diría que ese chico era capaz de quitar una vida.

Fidelma frunció el ceño y se inclinó hacia delante.

– No estoy segura de seguiros. ¿Aceptáis que cometió el asesinato?

– En circunstancias especiales, incluso el más dócil de los humanos puede matar. Móen es el más dócil de los humanos.

Fidelma hizo una mueca.

– Dócil no es la palabra que otros usarían.

Gadra dejó ir un suspiro.

– Creedme, el chico es sensible y calmado. Lo sé porque lo he visto crecer desde que era un bebé. Teafa y yo le enseñamos todo lo que sabe.

Fidelma se quedó mirando al hombre durante unos minutos.

– ¿Le enseñasteis? -inquirió con énfasis.

– Eso he dicho. ¿Qué dice el chico al respecto? ¿Qué dice Teafa?

– Móen es sordo, mudo y ciego. ¿Qué va a decir?

Gadra resopló impaciente.

– A través de Teafa, por supuesto. Se comunica a través de Teafa. ¿Qué dice ella?

– Ah… -Fidelma expiró lentamente, lamentando no haberlo explicado todo.

Gadra la miraba con curiosidad.

– ¿Le ha pasado algo a Teafa? Os lo veo en la cara.

– Sí. Teafa está muerta.

Gadra se quedó sentado inmóvil y bien tieso.

– Rezaré una oración por un buen renacimiento en el Otro Mundo -dijo en voz baja-. Era una mujer buena y con un alma grande. ¿Cómo murió? ¿La mató Eber? ¿Fue entonces cuando el chico lo atacó, para defender a Teafa?

Fidelma sacudió la cabeza en señal de negación, intentando detener la reacción de sus pensamientos.

– Móen también está acusado de haber apuñalado a Teafa y luego ir al dormitorio de Eber y asesinarlo.

– ¿Cómo puede ser?

Gadra, a pesar de años de autodisciplina, de controlar sus emociones, estaba claramente consternado.

– La acusación es cierta. Pero yo he venido para averiguar los hechos.

– Entonces, hay un error -replicó Gadra con decisión-. Aunque admito que Móen podría, si se viera provocado, atacar a Eber, nunca se volvería contra Teafa. Teafa le ha hecho de madre.

– No es la primera vez que un hijo mata a su madre -intervino Eadulf.

Gadra no le hizo caso.

– ¿Alguien se ha podido comunicar con Móen desde la muerte de Teafa?

Fidelma negó con la cabeza.

– Me dijeron que sólo Teafa podía comunicarse con Móen. Nadie más sabía cómo hacerlo. No oye, no ve y no habla.

Gadra estaba triste.

– Hay otras formas de comunicación. El chico puede tocar, oler y sentir vibraciones. Si el destino nos niega alguno de nuestros sentidos, podemos desarrollar otros. ¿Así que nadie se ha comunicado con él desde que sucedió esto tan terrible?

– Yo he sido incapaz. Por eso estoy aquí. Me han dicho que vos conocíais ese medio de comunicación.

– Así es. Como he dicho, yo enseñé al chico junto con Teafa. He de regresar con vos al rath de Araglin enseguida y hablar con él -dijo el anciano con determinación.

Fidelma estaba sorprendida. Ella deseaba un consejo, pero nunca se le ocurrió pensar que el anciano insistiría en ir al rath.

– Si lo conseguís creeré en todos los milagros sin reserva alguna.

– Cabe tal posibilidad -le aseguró Gadra-. Pobre Móen. ¿Podéis imaginaros lo que debe de ser para alguien prisionero de ese cuerpo ser incapaz de conocer o comunicarse con los que le rodean? Debe de estar asustado y desesperado, ya que no sabe lo que ha sucedido.

Eadulf volvió a inclinarse hacia delante.

– Si es inocente de las acusaciones, estará pasando por un suplicio -admitió-. Pero alguien más del rath debía de saber cómo comunicarse con Móen, aparte de Teafa.

Gadra dirigió su mirada a Eadulf sacudiendo la cabeza.

– Sois práctico, sajón. La respuesta a vuestra pregunta es que sólo Teafa tuvo la paciencia de aprender de mí. Podía haber intentado enseñárselo a alguien. Pero no creo que lo hiciera. Yo creo que ella sentía que era mejor mantenerlo en secreto.

– ¿Por qué?

– Sin duda, la respuesta a eso murió con ella.

Gadra se puso en pie y Fidelma no tardó en seguir su ejemplo.