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– Muchas veces. Es un gran placer, sobre todo cuando hace calor y hay una fragancia en el aire. Me siento allí y reflexiono.

Fidelma tragó saliva al comprender la sensibilidad de aquel joven, al que todos consideraban un simple animal.

– ¿Entonces qué hicisteis?

– Empecé a regresar a la cabaña.

– ¿A la cabaña de Teafa?

– Así es. Cuando estaba en la puerta, alguien me cogió del brazo. Me pusieron un trozo de madera en la mano, me cogieron la otra mano y la pasaron sobre la madera. Yo creo que hicieron eso para asegurarse de que yo entendía que había algo escrito.

– ¿Escrito?

– Los símbolos grabados con los que estamos hablando ahora.

– ¿Sabéis quién era?

– No lo sé. Su olor me era desconocido.

– ¿Qué decían los símbolos?

– Decía: «Eber quiere verte ahora». Quería decir que tenía que ir a ver a Eber.

– ¿Qué hicisteis?

– Fui.

– ¿No pensasteis en despertar a Teafa para decírselo?

– Ella no hubiera aprobado que fuera a ver a Eber.

– ¿Por qué?

– Ella pensaba que era un hombre malo.

– ¿Y vos qué pensabais?

– Eber siempre era bueno conmigo. Muchas veces me daba comida e intentaba comunicarse conmigo. Yo sentía su mano sobre mi cabeza y mi rostro, pero él no sabía cómo hacerlo. Una vez le pedí a Teafa que le enseñara cómo comunicarse conmigo, pero ella no quiso.

– ¿Os explicó por qué?

– Nunca. Simplemente decía que era un hombre muy malo.

– De manera que cuando recibisteis el mensaje, debisteis pensar que él había descubierto el modo de comunicarse.

– Así es. Si Eber podía usar los símbolos para comunicarse con la varilla, obviamente había encontrado la manera de hacerlo conmigo.

Era lógico.

– ¿Y qué hicisteis con la varilla?

Hizo una pausa.

– La tiré, creo. No; se debió de enganchar en algo porque pareció como si se me fuera de la mano. No me molesté en agacharme a buscarla. Estaba determinado en ir a ver a Eber.

– ¿Así que encontrasteis el camino hacia las habitaciones de Eber?

– No fue difícil. Me las arreglo muy bien. -Hizo una pausa.

– Continuad -insistió Fidelma.

– Fui hasta la puerta y llamé, como Teafa me había enseñado. Luego levanté el pestillo y entré. No se me acercó nadie. Me quedé allí un momento, pensando que si Eber estaba allí me lo haría saber. Al ver que no lo hacía, avancé y me di cuenta de que debía de haber otra habitación. Fui avanzando por la pared y después encontré la segunda puerta y llamé. La puerta no se abrió, así que busqué el pestillo, lo levanté y conseguí entrar.

– ¿Y después?

– Nada. Me quedé allí un rato, esperando que Eber se acercara a mí. Al ver que no lo hacía, me pregunté si habría otra habitación más y empecé a avanzar por la pared, con una mano por delante. No había avanzado mucho cuando mi mano encontró algo caliente, molesto. Creo que era lo que se llama una lámpara. Algo que arde y con lo que se ve en la oscuridad.

Fidelma asintió con la cabeza, y luego se dio cuenta de la inutilidad de ese gesto y respondió.

– Sí. Había una lámpara encendida sobre la mesa. ¿Y después?

– Me moví alrededor de la mesa y mis pies dieron con algo en el suelo. Reconocí que era un colchón. Decidí pasar por encima a gatas y continuar mi trayecto, utilizando como guía la pared hasta el otro extremo de la estancia. Estaba decidido a encontrar otra puerta que diera a otra habitación. Iba a cuatro patas y empezaba a subir sobre lo que creía que era el colchón…

El golpeteo de los dedos se detuvo.

– Me di cuenta de que había un cuerpo allí estirado. Lo toqué con la mano. Estaba húmedo y pegajoso. Lo mojado tenía un gusto salado y me dio asco. Estiré la mano para tocar la cara, pero mi mano encontró algo frío y también mojado. Era muy afilado. Era… un cuchillo.

El joven se estremeció.

– Me quedé allí de rodillas sin saber qué hacer. Yo conocía el olor de Eber y olí que el que estaba ante mí era Eber y que estaba sin vida. Creo que gemí un poco. Estaba buscando la manera de salir y despertar a Teafa, cuando unas manos rudas me agarraron. Yo temía por mi vida y me revolví. Otras manos me golpearon, me hirieron y me ataron. Me arrastraron a algún sitio. Olían a maldad. Nadie se me acercó, nadie intentó comunicarse conmigo. Pasé una eternidad en el purgatorio sin saber qué hacer. Imaginé que Eber debía de haber sido asesinado con un cuchillo, el mismo que yo había encontrado y cogido. También imaginé que los que me habían agarrado eran sus asesinos o, peor, que debían de haber pensado que yo había matado a Eber.

– Intenté encontrar algo para grabar un mensaje para Teafa; no podía entender por qué me había abandonado. De vez en cuando me lanzaban restos de comida. Había un cubo con agua. A veces conseguía comer y beber, pero a menudo no era capaz de encontrar los restos que me lanzaban. Nadie me ayudaba. Nadie.

Hizo una breve pausa y luego los golpecitos continuaron.

– No sé cuánto tiempo pasó. Parecía eterno. Finalmente sentí el olor, el olor que siento ahora… La persona llamada Fidelma. Después de eso, unas manos, aunque rudas, me limpiaron, me dieron de comer y de beber. Todavía seguía engrilletado, pero me dieron un colchón de paja cómodo y el lugar olía mejor. Sin embargo el tiempo pasaba. Sólo ahora puedo hablar y sólo ahora me doy cuenta realmente de lo que ha sucedido.

Fidelma suspiró profundamente cuando Gadra acabó la traducción del golpeteo de los dedos del joven.

– Móen, se ha hecho una gran injusticia -dijo finalmente y Gadra así lo tradujo-. Aunque fuerais vos el culpable no os tenían que haber tratado como a un animal. Por eso debemos pediros perdón.

– No tengo nada que perdonaros, Fidelma. Vos me habéis rescatado.

– No os he rescatado todavía. Me temo que no os veréis rescatado hasta que probemos vuestra inocencia e identifiquemos a los culpables.

– Entiendo. ¿Cómo puedo ayudaros?

– De momento ya habéis ayudado lo suficiente, aunque volveré a hablar con vos. Volveréis a vivir en la cabaña que compartíais con Teafa, ya que os es familiar. Si Gadra quiere, se puede quedar para cuidar de vos hasta que la búsqueda de los culpables haya acabado. Para vuestra protección os insto a que no salgáis por ahí, a menos que sea acompañado.

– Entiendo. Gracias, sor Fidelma.

– Hay una cosa más -añadió de repente Fidelma cuando le vino a la cabeza.

– ¿Qué es? -preguntó Móen a través de Gadra después de que ella se hubiera callado.

– ¿Decís que pudisteis olerme?

– Así es. Yo he tenido que desarrollar los sentidos que me dio Dios. Tacto, sabor y olor. También puedo sentir vibraciones. Puedo sentir que se acerca un caballo o incluso un animal más pequeño. Puedo sentir el curso de un río. Estas cosas me dicen lo que sucede a mi alrededor.

Hizo una pausa y sonrió burlonamente al hermano Eadulf, o eso pareció.

– Sé que tenéis un compañero, Fidelma, y que es un hombre.

Eadulf se agitó incómodo.

– Éste es el hermano Eadulf -intervino Gadra y volviéndose a Eadulf continuó-: Si no sabéis ogham, apretad la mano de Móen en señal de saludo.

Con cuidado, Eadulf se adelantó, tomó la mano del joven y la estrechó. Sintió una presión en señal de respuesta.

– Dios os bendiga, hermano Eadulf -dijo Móen con un movimiento rápido de sus dedos sobre la palma de Gadra.

– Volvamos a vuestro sentido del olfato -cortó Fidelma-. Retroceded con vuestra mente, Móen. Recordad el momento en que la persona os agarró la mano y os puso la vara con las instrucciones en ogham para ir a ver a Eber. Dijisteis que no habíais reconocido el olor. ¿Podéis confirmar que había un olor?

Móen se quedó pensativo.

– Oh, sí. No había vuelto a pensar en eso. Era un dulce olor a flores.