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– ¿Un olor a flores? Sin embargo hacía frío, como habéis dicho. Para nosotros debía de ser de noche y, a juzgar por el momento en que os encontraron en las habitaciones de Eber, con seguridad lo era. Hay pocas flores que despidan olor a primera hora de la mañana.

– Era un perfume. Primero pensé que la persona que me entregaba el palo era una dama, por el olor. Pero las manos, las manos que tocaron las mías eran ásperas y callosas. Tuvo que ser un hombre. El tacto no miente; fue un hombre quien me dio la vara con la inscripción.

– ¿Qué tipo de perfume era?

– Yo puedo identificar olores, pero no puedo etiquetarlos como vos los conocéis. Sin embargo, estoy seguro de que las manos eran de un hombre. Manos ásperas y duras.

Fidelma dejó ir un suspiro y se reclinó en la silla como meditando profundamente.

– Muy bien Gadra -dijo al anciano-. Móen está bajo vuestra custodia. Tenéis que vigilarlo y confinarlo en la casa de Teafa por el momento.

Gadra la miró con ansiedad.

– ¿Creéis que el chico es inocente de los crímenes de los que se le acusa?

Fidelma se mostró desdeñosa.

– Creer y probar son dos cosas diferentes, Gadra. Haced cuanto podáis para que esté cómodo y yo os mantendré informado.

Gadra ayudó a Móen a ponerse en pie y lo acompañó a la puerta.

Dubán seguía esperando fuera. Se separó para dejar pasar a Gadra y su acompañante, después de que Fidelma le explicara cuáles eran sus deseos.

– A algunos del rath no les gustará esta decisión, Fidelma -murmuró el guerrero.

Los ojos de Fidelma centellearon airados.

– Sin duda, espero que inquiete a los culpables -replicó ella.

Dubán parpadeó al oír su tono severo.

– Informaré a Crón de vuestra decisión respecto a Móen. De cualquier forma, venía a informaros de algo que puede ser de vuestro interés.

– ¿Y bien? -preguntó Fidelma.

– Acaba de llegar un jinete al rath con la noticia de que una de las granjas alejadas ha sido atacada esta mañana a primera hora. Voy a llevarme enseguida a algunos hombres para ver qué ayuda podemos prestar. He pensado que os interesaría saber de quién es la granja que ha sido atacada.

– ¿Por qué? -preguntó Fidelma-. Al grano, hombre. ¿Por qué habría de interesarme?

– Es la granja del joven Archú.

Eadulf se mordió los labios y resopló.

– ¿Un ataque a la granja de Archú? ¿Hay alguien herido?

– Un pastor vecino nos ha traído la noticia e informa de que ha visto que hacían salir vacas, graneros en llamas y cree que hay alguien muerto.

– ¿Quién ha muerto? -preguntó Fidelma.

– El pastor no lo sabe.

– ¿Dónde está ese pastor?

– Ha abandonado el rath para regresar cuanto antes con sus ovejas.

Eadulf se volvió hacia Fidelma con mirada de preocupación.

– Archú nos dijo que sólo él y la joven, Scoth, trabajaban en la granja.

– Lo sé -respondió Fidelma con tristeza-. Dubán, ¿cuándo os vais con vuestros hombres a la granja de Archú?

– Inmediatamente.

– Entonces Eadulf y yo os acompañaremos. Me interesa mucho el bienestar de esos jóvenes. ¿Se sabe dónde anda Muadnat? Me hace pensar que bien podría recurrir al ataque de la granja de Archú y desviar las sospechas sobre vuestros ladrones de ganado.

– Sé que no os gusta Muadnat, pero no creo que hiciera algo tan estúpido. Lo juzgáis mal. Además, hemos visto a los bandidos con nuestros propios ojos.

Eadulf se quedó pensativo.

– Es cierto, Fidelma. No se puede negar la presencia de los bandidos.

Fidelma le lanzó una mirada despectiva y luego dirigió la vista a Dubán.

– Sin duda, vimos a los jinetes. Pero si recordáis se dirigían hacia el sur y no llevaban ganado. Lo único que vimos fueron asnos cargados con pesadas alforjas. ¿Dónde estaba el ganado si eran los ladrones? Venga, vayamos hasta la granja de Archú.

Capítulo XIII

Dubán había reunido a media docena de jinetes; todos iban bien armados. Fidelma, que se sintió aliviada al ver que el joven y arrogante Crítán no era uno de ellos, se dio cuenta de que ni Crón ni su madre, Cranat, habían venido a verlos partir del rath. En columna de a dos, con Fidelma y Eadulf cubriendo la retaguardia, salieron por las puertas del rath y avanzaron a un trote suave por la orilla sur del río hacia el extremo este del fértil valle de Araglin, con sus campos de cereales y sus manadas de ganado paciendo. Dubán no apresuraba el paso, aunque mantenía a la columna a un ritmo firme.

No habían avanzado más que unas millas cuando el camino llegó a una curva del río tan pronunciada que formaba una península rodeada de agua por tres lados. Era un pequeño refugio de tierra, también protegido por árboles. Las flores crecían abundantes, y elevándose sobre la tierra había una cabaña pintoresca construida con leños y tablones. Delante tenía un jardín. Allí, observándolos, había una mujer rubia y corpulenta.

Pasaron demasiado lejos para que Fidelma pudiera fijarse en sus rasgos. La mujer no hizo ningún esfuerzo por levantar la mano para saludarlos y continuó mirándolos mientras pasaban a caballo. Fidelma advirtió que un par de hombres intercambiaban unas miradas pícaras y uno de ellos incluso soltó una sonora carcajada.

Fidelma hizo que su caballo avanzara hasta el frente de la pequeña columna donde cabalgaba Dubán.

– ¿Quién era? -le preguntó al guerrero.

– Nadie importante -respondió el guerrero bruscamente.

– Ese alguien poco importante parece suscitar cierto interés entre vuestros hombres.

Dubán estaba incómodo.

– Era Clídna, una mujer de la vida.

– Entiendo -dijo Fidelma, al tiempo que se quedaba pensativa.

La religiosa hizo que su caballo se saliera de la fila y esperó a que los otros guerreros pasaran. Cuando Eadulf la alcanzó, ella se situó a su lado y le explicó brevemente quién era la mujer. Él dejó ir un suspiro y sacudió la cabeza con tristeza.

– Tanto pecado en un lugar tan hermoso.

Fidelma no se molestó en responder.

En el extremo del gran valle, empezaron a ascender al abrigo de los bosques que los rodeaban; el sendero estaba bien delimitado y era bastante ancho para que pasara un carro. Subieron por la escarpada inclinación entre dos colinas, hasta llegar a un segundo valle más elevado. Al penetrar en éste, Fidelma señaló con el dedo sin decir una palabra y Eadulf siguió su mano tendida con la mirada. Una columna de humo se elevaba en algún lugar del otro lado de las colinas.

Dubán se giró en su silla, y al notar que Fidelma ya había visto el humo, le hizo señal de que se adelantara.

– Éste es el valle de la Marisma Negra. Allí donde se eleva ese humo es la granja de Archú. A vuestra izquierda, las tierras del valle pertenecen a Muadnat.

Fidelma distinguió los campos cultivados, los rebaños de ganado vacuno, las manadas de ciervos y las ricas pasturas. Era una propiedad que valía mucho más de siete cumals. La granja de Muadnat era sin duda rica. Ella calculó que debía valer cinco veces el valor de la tierra que se había visto obligado a devolver a Archú.

El camino avanzaba por los límites de la propiedad de Muadnat, ligeramente por encima, por un sendero trazado en la ladera de las colinas. A veces lo bordeaban árboles y matorrales, otras se abrían franjas de hierba que las manadas de ciervos u otros herbívoros habían recortado. Abajo, en el valle, no parecía haber señal de actividad en la granja de Muadnat.

– Imagino que Muadnat y sus peones ya se han dirigido a la granja de Archú -explicó Dubán, adivinando lo que pensaba Fidelma.

Ésta sonrió ligeramente, pero no hizo ningún comentario. Desde luego la columna de humo tenía que verse con facilidad desde la granja de Muadnat.