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– Se puede explicar fácilmente si se trata de hombres de Muadnat -apuntó Scoth con resentimiento.

– ¿Por qué creéis que este cuerpo es de un cautivo o uno de sus hombres? -preguntó Dubán examinando el cadáver.

– Parece una suposición probable -respondió Fidelma- Hasta hace poco tenía las manos atadas atrás, lo que explica que lo degollaran sin que se defendiera, ya que no hay otras heridas. Parece obvio que fuera un cautivo de los bandidos o uno de ellos. Desde luego, no ha aparecido por arte de magia.

De repente, la muchacha se agachó y examinó los antebrazos y las manos del hombre frunciendo el ceño.

– ¿Qué hay? -preguntó Eadulf.

– Este hombre estaba acostumbrado al trabajo duro. Mirad las callosidades en sus manos, mirad las cicatrices y la suciedad en sus uñas.

Acto seguido, observó de cerca la cara del hombre y se volvió hacia Eadulf.

– ¿Os recuerda a alguien este hombre, Eadulf? ¿Alguien que hemos conocido últimamente?

Eadulf se acercó a mirar y sacudió la cabeza en señal de negación.

Fidelma levantó la mirada hacia Archú.

– ¿Estoy en lo cierto si afirmo que no ha llovido desde ayer?

El joven se mostró asombrado pero asintió con la cabeza.

Fidelma volvió a examinar las ropas del cadáver con atención. Eadulf vio que Fidelma parecía interesada en la fina capa de polvo de piedra que había sobre la ropa del hombre. Luego se levantó.

– Sin duda Araglin se está convirtiendo en un lugar de muchos misterios – observó en voz baja-. Ahora creo que deberíamos dirigirnos a la granja de Muadnat.

– ¿Creéis que Muadnat se encuentra detrás de esto? -preguntó Dubán frunciendo el ceño.

– Es lógico iniciar nuestra investigación por ahí -respondió Fidelma-, especialmente después de lo que ha sucedido.

– Supongo que estoy de acuerdo -añadió Dubán a regañadientes-. Si suponemos que fue un grupo de bandidos, resulta extraño que atacara la granja de Archú y la de Muadnat no. Ésta es más accesible y más rica en ganado que las tierras de Archú.

Dubán ordenó que uno de sus hombres se quedara allí para ayudar a Archú a enterrar el cuerpo. Los demás montaron en sus caballos y se encaminaron al trote hacia la granja de Muadnat.

Cuando empezaban a ponerse en marcha Eadulf llamó la atención de Fidelma y se quedó retrasado al final de la columna.

– ¿Es bueno implicarse en esto? -dijo en voz baja para que sólo lo oyera ella.

– ¿Bueno? -inquirió Fidelma mostrándose sorprendida-. Yo creía que ya estábamos implicados.

– Os han enviado aquí para investigar la muerte de Eber, no que os involucréis en una especie de enemistad entre Archú y su primo.

– Ciertamente -admitió Fidelma-, pero no puedo dejar de creer que hay muchos más misterios en Araglin de lo que parece. Fijaos en que Dubán y Crón ocultan su relación. Se afirmaba que Eber era respetado, pero en privado se admite que se le odiaba. ¿Dónde está la verdad? Y esa aversión de Muadnat hacia su joven primo… ¿es parte de algún odio de este valle o hay algo que lo conecta todo, es como una telaraña cuyos hilos se dirigen hacia un mal que está en el centro?

Eadulf contuvo un suspiro.

– Yo no soy más que un extraño en tierra extraña, Fidelma. También soy un hombre simple. No capto las sutilezas.

Eadulf se dio cuenta de que era una excusa fácil. Fidelma así lo entendió y no dijo nada más.

Dubán, cuando ya estaban en la parte principal del valle, los condujo por el sendero de la montaña atravesando campos cultivados en dirección a la granja de Muadnat. Casi inmediatamente, vieron a algunos peones que corrían hacia los edificios. Estaba claro que los habían divisado. De repente apareció una figura familiar; era el capataz y sobrino de Muadnat, Agdae. Estaba con los pies separados y las manos en las caderas y los observaba. Algunos de sus hombres se adelantaron portando armas.

– ¿Es ésta manera de recibir a unos visitantes, Agdae? -gritó Dubán al llegar.

– Venís aquí con hombres armados -respondió Agdae imperturbable-. ¿Traéis buenas o malas intenciones? Es mejor asegurarse antes de que depongamos las armas y os recibamos como hermanos.

Dubán hizo detener su caballo ante Agdae.

– Deberíais conocer la respuesta a esa pregunta -respondió.

Agdae hizo un gesto a sus hombres para que bajaran las armas y se dispersaran.

Se volvió hacia Dubán con una sonrisa poco sincera.

– ¿Qué buscáis aquí?

– ¿Dónde está vuestro tío Muadnat? -preguntó Dubán.

– No tengo ni idea. Pero yo estoy al cargo de esto mientras mi tío no está. ¿Por qué lo buscáis?

– Han atacado la granja de Archú.

Agdae cambió la expresión.

– ¿Se supone que he de sentir lástima por Archú, que le ha quitado esa tierra a Muadnat?

Fidelma estaba a punto de intervenir cuando Dubán levantó una mano para detenerla.

– ¿Veis esa columna de humo detrás de aquella lejana colina? -preguntó el guerrero.

– Sí la veo -respondió Agdae.

– ¿La veis y sin embargo no cabalgáis hasta allí para ayudar a Archú? Formamos una comunidad pequeña los que vivimos en estos valles de Araglin, Agdae. Un ataque a una de nuestras granjas es un ataque a todos nosotros. ¿Desde cuándo existe la política en Araglin de no acudir en ayuda de otros?

Agdae alzó los hombros y los dejó caer.

– ¿Cómo iba yo a saber que el humo significaba que atacaban al chico?

– El propio humo tenía que habéroslo indicado -replicó Fidelma con rapidez.

Agdae se giró y se la quedó mirando.

– Desgraciadamente no sé leer entre líneas como vos, dálaigh, o ver las cosas que no son claramente evidentes. Para mí, el humo es sencillamente humo. Pudiera ser que Archú estuviera quemando los campos para eliminar las ahechaduras. Si hubiera echado a correr para averiguar lo que sucedía cada vez que he visto un fuego en una granja, me hubiera pasado la mitad de la vida corriendo. Además, si hubiera ido a la granja de Archú, como tiene amigos influyentes en círculos legales, podía verme obligado a pagar alguna compensación.

– Las lenguas afiladas son peligrosas -espetó Fidelma, dándose cuenta de que Agdae era sin duda sarcástico-. Pero al enteraros que ha habido un ataque, tal vez nos digáis dónde está Muadnat.

Agdae se quedó sonriendo sardónicamente a Fidelma, pero callado.

Dubán repitió la pregunta en tono más áspero.

– ¿Qué puedo deciros? Muadnat no está aquí.

– ¿Pero dónde está? -insistió Dubán-. ¿Adónde ha ido?

– Lo único que puedo deciros es que se fue de caza ayer y regresará cuando quiera.

– ¿En qué dirección se fue? -insistió Dubán.

Agdae se encogió de hombros.

– ¿Quién se atrevería a predecir en qué dirección vuela un halcón en busca de una presa?

– Bonitas palabras -dijo Fidelma de mal humor-. Esperemos que el halcón no se encuentre con una bandada de águilas.

Agdae parpadeó y se la quedó mirando, intentando entender el significado de sus palabras.

– Muadnat sabe cuidar de sí mismo -dijo el joven, a la defensiva.

– De eso no tengo la menor duda -le aseguró Fidelma-. ¿Todos los trabajadores están aquí?

– Que yo sepa, sí -respondió Agdae, mostrando un repentino interés por la pregunta-. ¿Qué queréis decir?

– Han matado a alguien en la granja de Archú y no hemos sido capaces de identificarlo. Lo mataron los asaltantes.

Dubán describió al muerto.

Agdae sacudió la cabeza en señal de negación.

– Todos nuestros hombres están aquí, excepto Muadnat. Es de suponer que no es él, porque si no no lo estaríais buscando.

– ¿Y Muadnat está cazando en las colinas?