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– Eso es lo que he dicho.

– Llamad a vuestros hombres ante mí, Agdae -exigió Dubán.

Agdae vaciló y después dio la orden.

Una docena de peones se reunieron nerviosos ante él. Su aspecto era penoso ya que la mayoría eran ancianos, nervudos y con fuerza para el arado y la hoz, pero no para la vida de un ladrón de ganado. Dubán miró a Fidelma y se encogió de hombros.

– Estos hombres no son bandidos -dijo el guerrero-. ¿Hemos de registrar la granja?

Fidelma negó con la cabeza.

– Más vale tomar el sendero que indicó Archú y seguir el camino de los bandidos -sugirió.

Dubán esbozó una sonrisa.

– La ruta que nos han indicado atraviesa una tierra pantanosa. De hecho, por eso la zona se llama la Marisma Negra. Aparte del sendero que llega hasta aquí, los otros caminos son peligrosos. No hay manera de tomar un camino por ese cenagal traicionero.

El hermano Eadulf se inclinó bruscamente hacia delante y se dirigió a Agdae.

– Tengo una pregunta para vos -dijo.

– Entonces hacedla, sajón -respondió Agdae complaciente.

Eadulf señaló en dirección a los campos.

– Detrás de vuestra granja hay un camino que al parecer asciende hacia las colinas del norte. Parece que va en dirección contraria al sendero que lleva de regreso al rath de Araglin. Yo creía que había un solo camino para entrar y salir de este valle.

– ¿Y qué? -inquirió Agdae.

Fidelma había levantado la vista hacia el lugar que Eadulf había indicado y vio que tenía razón; allí había un sendero. No lo había visto antes. Era un camino que se dirigía hacia las colinas del norte por los prados altos.

– ¿Hacia dónde se dirige ese camino? -preguntó Eadulf.

– A ningún sitio -replicó secamente Agdae.

Dubán cazó la idea enseguida.

– Nos han dicho que los bandidos cabalgaron en dirección a vuestra granja. Si no tomaron el sendero que va hacia la parte central del valle de Araglin, el único camino que pudieron tomar es ése. Así que ¿adónde va?

– A ningún lugar en particular -insistió Agdae-. No le he mentido al sajón.

– ¿Qué? -preguntó Dubán con una risotada-. Todos los caminos llevan a algún lugar.

– Vos me conocéis, Dubán. Conozco todos los caminos y hondonadas de estos valles. Os digo que ése no lleva a ningún sitio. Se pierde del otro lado de las colinas.

– Aceptaré que dice la verdad -replicó Eadulf, al parecer satisfecho-. No importa. Si los bandidos tomaron ese camino alguien de esta granja los hubiera visto. ¿No es así, Agdae?

El hombre se mostró desconcertado por un momento y con un movimiento de cabeza lo admitió.

– Decís la verdad, sajón. Los hubiéramos visto.

Fidelma estaba como perpleja. Se preguntaba por qué Eadulf había hecho esa pregunta respecto al sendero, si no pensaba insistir en que los bandidos debían de haber escapado por allí y en que Dubán enviara a sus hombres a perseguirlos. Dedujo rápidamente que el motivo era otro.

Dubán, en cambio, no se dio cuenta.

– Enviaré a dos de mis hombres por el camino. Si encuentran cualquier señal de los bandidos iremos en su busca.

Agdae resopló molesto.

– No van a encontrar nada.

Dubán hizo señal a dos de sus hombres de que marcharan al trote en dirección al camino.

Agdae miraba con acritud a Fidelma.

– Parece que estáis determinada a hacer de mi tío Muadnat el retrato de un villano, dálaigh.

– Muadnat es capaz de pintarse el retrato solo -replicó Fidelma sin preocuparse.

– ¡Dubán, se acerca un jinete! -gritó uno de sus hombres.

Todos se giraron hacia donde señalaba el hombre; sin duda se acercaba un jinete por el camino del rath de Araglin. No tardaron en reconocer la silueta del padre Gormán.

– ¿Qué sucede aquí? -preguntó el sacerdote al acercarse.

– Nos habéis asustado, padre -respondió Dubán-. Habéis surgido como de la nada. -Echó una mirada a las ropas del sacerdote-. Hace frío para ir sin capa de montar.

El padre Gormán se encogió de hombros.

– Hacía calor cuando salí esta mañana -dijo despectivamente-. ¿Pero qué sucede?

– ¿No os habéis enterado de que han atacado la granja de Archú? Por eso nos alarma ver a un jinete por aquí.

El sacerdote de tez morena parecía incómodo.

– ¿Un ataque? Es lamentable. Esos ladrones de ganado otra vez, supongo. -Hizo una pausa y se encogió de hombros-. De todas maneras yo me dirigía a la granja de Archú. Pero si todavía andan por aquí los malhechores tal vez debería ir acompañado.

– Oh -dijo Fidelma con ironía-, los bandidos hace rato que se han ido, pero seguro que vuestra fe os protege del mal. De todas maneras, estoy segura de que seréis bienvenido en la granja de Archú. Hay un muerto que necesita una bendición.

Los ojos del padre Gormán centellearon.

– ¿Quién ha muerto? -preguntó.

– Parece que nadie lo conoce -confesó Dubán; iba a añadir algo más cuando sus dos hombres regresaron.

– Hemos examinado el camino. El suelo se hace muy rocoso a medida que asciende. Hemos recorrido una milla.

Dubán estaba decepcionado.

– No quiero perder el tiempo con búsquedas infructuosas -murmuró-. Si el sendero no lleva a ninguna parte es una pérdida de tiempo. Acepto lo que decís, Agdae, pero decidle a vuestro tío que yo, Dubán, quiero verlo cuando regrese. No creo que podamos hacer nada más aquí.

Miró a Fidelma, como buscando su aprobación, y ella inclinó la cabeza en señal de afirmación.

Dejaron al padre Gormán hablando con Agdae y partieron de regreso al rath de Araglin. Cuando ya se habían alejado de la granja de Muadnat, tomando el camino que salía del valle, Fidelma se volvió hacia Eadulf y en voz baja le preguntó qué lo había impulsado a hacer aquella pregunta, si iba a conformarse con la sencilla respuesta de Agdae.

– Yo quería ver su reacción, porque vi a alguien en el camino cuando cabalgábamos hacia la granja. Supongo que todo el mundo se fijaba en Agdae y sus hombres, pues parece que nadie más vio esa figura.

– Yo ni siquiera vi el sendero -admitió Fidelma-. Desde luego nadie ha dicho que vio una figura en las colinas.

– Bueno, yo vi a alguien cabalgando rápidamente por el camino y después desapareció entre los árboles que hay tras la granja.

– ¿Quién era? ¿Muadnat?

Eadulf sacudió la cabeza.

– No. El jinete no era la figura de un hombre. Era la figura delgada de una mujer. Vi su forma claramente a la luz del sol cuando nos acercábamos a los edificios de la granja.

Fidelma alzó las cejas irritada. Siempre se desesperaba cuando Eadulf buscaba el efecto dramático demorándose en sus explicaciones.

– ¿La reconocisteis? -preguntó con paciencia.

– Creo que era Crón.

Capítulo XIV

Al mirar por la ventana del hostal de huéspedes, Fidelma vio a un jinete sobre su caballo cruzando las puertas del rath de Araglin al galope. Era por la mañana y Eadulf y ella acababan de desayunar. Habían regresado al rath la tarde anterior sin ninguna decisión respecto a su visita a la granja de Archú. Dubán había decidido enviar a un segundo hombre a la granja para protegerla después de que ellos se alejaran de la granja de Muadnat. Pero Dubán estaba convencido de que los responsables del ataque eran unos bandidos. Incluso cuando Fidelma y Eadulf se habían sentado a desayunar, habían visto a Dubán y a un grupo de sus guerreros salir a caballo y habían supuesto que partían a hacer otra batida por la zona.

La identificación que había hecho Eadulf del jinete que había visto en el sendero, detrás de la granja de Muadnat, se había convertido en un problema para él, ya que Fidelma insistía en el asunto. Ella quería saber hasta qué punto estaba seguro de la identidad del jinete. Eadulf había contestado que lo único que había identificado era la capa de colores que llevaba Crón en la sala de asambleas.