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El sendero casi no podía distinguirse de las pendientes cubiertas de hierba que tenían a su alrededor, pero Fidelma siguió adelante, avanzando con buen paso, por el rellano de la colina redondeada. El viento soplaba con fuerza y Eadulf inclinó la cabeza, no sólo para evitar el contacto con los amplios espacios abiertos sino también para evitar las arremetidas de las fuertes ráfagas. Rogó que su caballo no se asustara mucho ya que no sabía si sería capaz de sujetarlo.

De repente se dio cuenta de que Fidelma se había detenido.

– ¿Qué hay? -preguntó el monje sajón.

– Vedlo vos mismo -respondió Fidelma.

Eadulf se armó de valor para echar una mirada.

Por debajo de ellos se extendía el valle en forma de ele. Le pareció ver algunos edificios a lo lejos y retiró la mirada en cuanto pudo.

– ¿Qué hay? -volvió a preguntar-. ¿El valle de Archú?

Fidelma se giró y lo miró pensativa.

– ¿Tenéis algún problema con las alturas, Eadulf? -preguntó Fidelma preocupada.

Eadulf se mordió los labios. No tenía sentido negarlo.

– No exactamente las alturas -respondió el sajón-. Es miedo a estar en lugares altos y abiertos, no tanto por caer hacia abajo sino por caer al vacío. ¿Os parece extraño?

Fidelma sacudió la cabeza lentamente en señal de negación.

– Tendríais que habérmelo dicho -reprendió con suavidad.

– A quién le importa que confiese mi miedo.

– Mi mentor, Morann de Tara, dijo una vez que un ratón no puede beber más que lo que le cabe.

Eadulf se mostró perplejo.

– Parece una idea rara.

– No lo es. Hemos de reconocer nuestras debilidades, tanto como nuestras fuerzas. Tan sólo entonces sabremos la fuerza de nuestra debilidad y la debilidad de nuestra fuerza.

– ¿Queréis decir que tenía que haber aceptado mi miedo y manifestároslo?

– ¿Qué otra cosa podíais hacer? Si me hubierais prevenido hubiera estado preparada si sucedía algo.

Eadulf dejó ir un suspiro, no le gustaba hablar de sus debilidades.

– Este no es el momento ni el lugar para discutir mis debilidades.

Fidelma se arrepintió enseguida.

– Por supuesto -dijo en tono consolador. El arrepentimiento no era propio de su carácter-. A partir de ahora ya descenderemos. Teníais razón, abajo está la granja de Archú. Éste es el valle de la Marisma Negra.

Eadulf se enderezó.

– Entonces vayamos -dijo irritado-. Cuanto antes empecemos a bajar, antes llegaremos.

Fidelma continuó guiando con cuidado. La manada de ciervos se había alejado y Fidelma comprobó que se habían ido del camino principal. Aunque, a pesar de lo empinado, no era imposible avanzar a buen paso. Sólo de vez en cuando tenían que detenerse para salvar alguna parte escarpada del sendero, ya que un desnivel de unos dos pies hacía que la elevación pareciera más empinada. En uno o dos puntos, tuvieron que dar la vuelta y regresar sobre sus pasos. Pero después llegaron a unas laderas más suaves donde unos grupos de fresnos y brezos formaban una línea limítrofe, tras la cual se encontraba un sendero bastante bueno.

Al salir del bosquecillo encontraron a dos jinetes que los esperaban. Ambos iban armados con arcos y flechas.

– ¡Sor Fidelma!

Se detuvieron al oír la voz sorprendida de Archú. Fidelma supuso que el segundo hombre era uno de los guerreros que Dubán había dejado allí. Archú bajó inmediatamente el arco y se disculpó.

– No sabíamos quiénes erais.

– Vimos dos figuras que venían por el rellano de la colina. Una ruta extraña -murmuró el guerrero.

– Extraña y peligrosa -dijo Eadulf suspirando, enjugándose el sudor de la frente.

– Os hemos observado durante la última hora, ya que mi compañero os ha visto aparecer enseguida en la cima de la colina. ¿Por qué habéis tomado ese sendero tan escarpado? Sólo he visto por ahí algunas ovejas y ciervos.

– Es una historia muy larga, Archú -replicó Fidelma-. Y si Scoth pudiera darnos algo de beber sería de agradecer.

– Por supuesto -respondió Archú deseoso de complacer-. Disculpadme, vayamos a la granja.

El guerrero seguía mirando recelosamente hacia la cima de la montaña.

– ¿Os seguía alguien, hermana?

Fidelma sacudió la cabeza en señal de negación.

– No que yo sepa. ¿Visteis acaso a alguien que nos siguiera?

– No. Pero hemos de tener cuidado. ¿Sabíais que han matado a Muadnat?

– Sí. Hace ya horas que vinimos aquí y encontramos a Dubán en el camino. Nos dijo que os había dejado a vos y a otro hombre para vigilar del joven Archú, por si Agdae decidiera hacer una tontería.

Archú se dirigió a su compañero.

– Quizá deberíais quedaros aquí un rato para comprobar si baja alguien más de la colina. Yo me voy a llevar a sor Fidelma y al hermano Eadulf a mi casa.

El guerrero aceptó la orden sin comentar nada.

Fidelma y Eadulf siguieron entonces a Archú hacia la granja.

– Éste es un muy mal asunto, hermana. Si Dubán no hubiera dejado a unos hombres ayer y fueran testigos de que yo no me había movido de la granja, estoy seguro de que correría un gran peligro.

Fidelma no se molestó en responder. Era demasiado obvio.

– Conozco a Muadnat desde siempre y aunque me odiaba, no puedo decir que su muerte me es indiferente. Pero era mi primo. Descanse en paz.

– Amén -añadió Eadulf, algo recuperado.

– ¿Y cómo os lleváis con Agdae? ¿Sabíais que era el hijo adoptivo de Muadnat?

Archú hizo una mueca.

– Lo sabía. También es primo mío. Sus padres murieron de peste hace muchos años. Agdae sobrevivió y Muadnat lo crió en su casa. Mi madre me dijo que Muadnat quería que se casara con ella, pero ella rechazó a Agdae y se casó con mi padre. No nos llevábamos bien, lo confieso sin tapujos. Creció con la intolerancia de Muadnat y con aversión hacia mi persona.

– ¿Y vos también sentís aversión hacia él?

– No puedo decir que sienta otra cosa. Agdae no es una persona agradable.

– ¿Quién creéis que mató a vuestro primo? -preguntó Fidelma bruscamente.

Archú se quedó callado tanto rato que Eadulf pensó que no quería responder. Pero entonces el joven dejó ir un largo suspiro.

– No lo sé. Ahora ya nada tiene sentido. Las muertes de Eber y Teafa no me afectaron, pero la muerte de Muadnat me afecta, aunque no me gustara. No la entiendo.

Scoth los saludó desde la puerta de la granja.

El segundo guerrero que Dubán había dejado allí se había adelantado en busca de sus caballos.

Archú los acompañó dentro.

– Hay sidra -dijo Scoth, mientras iba a buscar una jarra y unos vasos.

Eadulf sonrió agradecido.

– Os bendigo por esto -dijo el monje sajón-. Tengo la boca seca.

Archú los invitó a sentarse, mientras Scoth servía la bebida y les ofrecía un cuenco con frutas.

Eadulf se acabó el contenido de su jarra casi de un solo trago y soltó un suspiro, mientras que Fidelma fue sorbiendo poco a poco y saboreando la bebida.

– Yo tendría cuidado, Eadulf -amonestó a su compañero, a quien le estaban rellenando el vaso-. Esta bebida es fuerte.

Archú hizo una mueca de regocijo.

– Al menos Muadnat tuvo la bondad de dejar unos barriles de esta sidra.

Scoth se mostró despectiva.

– Bueno, la elaboré con mis manos. Mejor que deguste yo los frutos de mi trabajo y no Muadnat.

Fidelma dio otro sorbo y dirigió su mirada a Archú.

– ¿Habéis pasado toda la vida en este valle?

A Archú le sorprendió la pregunta.

– Sí. Yo nací en esta misma granja y me crié aquí hasta que murió mi madre. Después se la quedó Muadnat y me envió a dormir en los graneros hasta que llegué a la edad de la elección y presenté la demanda en Líos Mhór. No conocía a nadie de ningún otro sitio hasta que fui a Lios Mhór. ¿Por qué me lo preguntáis?