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– No lo sabía -dijo horrorizada.

– ¿Dónde está Dignait?

– No está aquí. Creo que fue a su habitación después del desayuno. ¿Queréis que os muestre dónde está su cabaña?

La muchacha se apresuró delante de Fidelma y la condujo desde la sala de asambleas hasta la destartalada cabaña.

– Aquí vive.

Fidelma la llamó.

No hubo respuesta.

Dudó un momento y luego intentó entrar. El pestillo se levantó con facilidad, empujó y entró en el edificio de una sola habitación. Le sorprendió el desorden que encontró: ropa de cama y piezas de ropa escampadas aquí y allá entre objetos personales.

Grella soltó una exclamación asombrada al otear por encima del hombro de Fidelma.

La abogada se quedó en el umbral y miró alrededor con gran interés. Alguien había estado buscando algo. ¿Había sido Dignait la que había puesto patas arriba su habitación, o acaso había sido otra persona? Si así era, ¿dónde estaba Dignait? Sus ojos se posaron en la mesa. De repente los entornó; había una manchita roja en el borde. Fidelma se dio cuenta de que era sangre.

Poca cosa más podía aprenderse de la habitación desierta de Dignait. Fidelma se volvió hacia Grella, que tenía la boca abierta y se mostraba nerviosa.

– Es mejor que volváis a vuestro trabajo, Grella. Cuando hayáis acabado quiero que os quedéis con el hermano sajón. Tal vez os necesite, ha comido algunas setas venenosas.

La muchacha soltó una suave exclamación y se santiguó.

– Ya se está purgando -le explicó Fidelma- pero tal vez necesite la ayuda de alguien más tarde. Yo tengo que ir en busca de Dignait y no quiero que se quede solo. Cuando hayáis acabado con vuestro trabajo, quedaos en el hostal y cuidad de él. ¿Me entendéis?

Grella indicó que la había entendido con un movimiento de cabeza y se escabulló.

Fidelma cerró la puerta de la habitación de Dignait y regresó al hostal.

Eadulf estaba sentado con la cara pálida y todavía estaba bebiendo agua.

Ella lo miró interrogante. Él asintió con la cabeza lentamente.

– ¿Cómo estáis? -le preguntó dulcemente.

Eadulf se encogió de hombros compungido.

– Preguntádmelo dentro de unas horas. Será entonces cuando el veneno haga efecto, si lo hace. Espero haber vomitado la mayoría. Nunca se sabe.

– Dignait ha desaparecido. Su habitación está desordenada y hay una mancha de sangre sobre la mesa.

Eadulf abrió bien los ojos.

– ¿Creéis que Dignait…?

– Parece lógico que sea la persona a la que hay que interrogar. Por lo visto fue ella quien preparó la comida y le dijo a Grella que nos la trajera. Le he pedido a la chica que cuide de vos mientras yo no estoy.

– Voy con vos a buscar a Dignait -protestó Eadulf.

Fidelma se lo quedó mirando casi con ternura y sacudió la cabeza con firmeza.

– Amigo mío, tenéis que quedaros sentado y seguir purgándoos. Veré qué puedo averiguar.

Eadulf empezó a protestar, pero al observar la dura mirada de Fidelma se lo repensó.

Fidelma encontró a Crón en la sala de asambleas y parecía de mal humor.

– ¿Es verdad? -preguntó-. Acabo de hablar con Grella.

– Es verdad -respondió Fidelma-. ¿Tenéis alguna idea de dónde puede haber ido Dignait?

Crón negó con la cabeza.

– La he visto antes. Grella dice que ya habéis registrado su habitación.

– Parece que ha desaparecido. Su habitación está vacía y desordenada y hay una mancha de sangre encima de la mesa.

– No sé qué aconsejar. Tiene que estar en algún lugar del rath, ordenaré que hagan un registro inmediatamente.

– ¿Dónde está vuestra madre? Me han dicho que conoce a Dignait mejor que nadie y que esta mañana estuvo hablando con ella.

– Mi madre se ha ido a cabalgar, como cada mañana, con el padre Gormán.

– Informadme cuando regrese.

La siguiente parada de Fidelma fue en la cabaña de Teafa.

Gadra abrió la puerta, vio la expresión de preocupación en el rostro de Fidelma y se hizo a un lado en silencio para que ésta pudiera entrar.

– Habéis salido pronto hoy, Fidelma, y no tenéis buena cara.

– ¿Cómo está vuestro protegido?

– ¿Móen? Todavía está durmiendo. Ayer fuimos a dormir tarde porque estuvimos discutiendo sobre teología.

– ¿Discutiendo de teología? -preguntó Fidelma asombrada.

– Móen sabe mucho de teología -le aseguró Gadra-. También estuvimos discutiendo su futuro.

– Sospecho que no quiere quedarse aquí.

Gadra sonrió cínicamente.

– ¿Después de todo lo que ha sucedido?

– Supongo que no -admitió Fidelma-. ¿Pero qué va a hacer?

– Yo le he sugerido que podría buscar refugio en un claustro religioso, tal vez en Lios Mhór. Necesita el orden que le puede proporcionar una vida entre religiosos, y muchos podrían comunicarse con él, ya que como vos misma habéis visto el conocimiento del antiguo ogham puede adaptarse rápidamente a sus necesidades.

– Parece una buena idea -admitió Fidelma-. Pero no cuadra mucho con vuestra filosofía.

– Mi mundo está moribundo. Yo ya lo he aceptado. Móen tiene que formar parte del nuevo mundo, no del viejo. -Gadra frunció el ceño bruscamente-. Pero veo que estáis preocupada; no habéis venido aquí para hablar de Móen, ¿ha sucedido algo?

– Temo por la vida de mi compañero, Eadulf -dijo Fidelma cortante-. Alguien ha intentado envenenarnos esta mañana.

El rostro de Gadra mostró su asombro.

– ¿Ha intentado? ¿Cómo?

– Setas venenosas.

– La mayoría de la gente reconoce las variedades venenosas.

– Cierto. Pero la colmenilla falsa puede pasar fácilmente por colmenilla.

– Pero sólo es tóxica cuando está cruda. Como la colmenilla no se toma nunca cruda, no hay muchas posibilidades…

– La cuestión es que las miotóg bhuí, las colmenillas, estaban crudas y eso fue lo que me extrañó. Yo no las toqué, pero desgraciadamente el hermano Eadulf ya había empezado a comerlas antes de que yo las reconociera.

Gadra se puso serio.

– Ha de purgarse inmediatamente.

– Ya ha vomitado y yo le he hecho beber mucha agua para que vomite más.

– ¿Se sabe quién es el responsable del intento de envenenamiento?

– Parece que Dignait. Pero al parecer no está en el rath, ha desaparecido. Su habitación está patas arriba y hay sangre sobre una mesa.

Gadra arqueó las cejas preocupado.

– Vuestro deber es hacerme la pregunta. Os la voy a contestar ahora: ni Móen ni yo hemos salido de aquí esta mañana.

Fidelma hizo una mueca.

– No sospechaba de vos.

Gadra se dirigió hacia su sacculus, que estaba sobre la mesa. Extrajo una botellita.

– Llevo mis medicinas encima. Esto es una infusión, una mezcla de hiedra triturada y ajenjo. Decidle a vuestro amigo sajón que se lo beba todo con un poco de agua, cuanto más fuerte sea la poción que tome, mejor. Le ayudará a eliminar el veneno del estómago.

Fidelma tomó la botella.

– Tomadla -insistió el viejo ermitaño-. A menos que creáis que quiero envenenarlo -añadió con una sonrisa.

– Os lo agradezco de verdad, Gadra -dijo entonces Fidelma.

– Apresuraos. Informadme si puedo hacer algo más por vos.

Agarrando la botella en la mano, Fidelma regresó al hostal de los huéspedes.

Eadulf seguía sentado, mucho más pálido. Tenía un color azulado alrededor de los ojos y la boca.

– Gadra os manda esto. Tenéis que tomarlo enseguida mezclado con agua.

Eadulf tomó la botella con desconfianza.

– ¿Qué es?

– Una mezcla de hiedra triturada y ajenjo.

– Algo para limpiar el estómago, supongo.

Sacó el tapón de la botella, olió el interior e hizo una mueca. Después vertió el contenido en una taza alta y añadió agua. Se lo quedó mirando con asco un momento, abrió la boca y se lo tragó.