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Se giró para dirigirse al interior de la cabaña y una vez dentro le indicó a Fidelma que se sentara, mientras ella se volvía hacia una cazuela que hervía sobre el fuego.

– Acabo de preparar una infusión de leñador -le comunicó Clídna-. Creo que os gustará. Es sencilla y natural.

– ¿Cómo la preparáis? -preguntó Fidelma percibiendo un aroma a bosque.

– Bien fácil -respondió la mujer con una sonrisa-. Golpeo suavemente un abedul y extraigo algo de savia. Después la caliento con agujas de pino y cuelo la mezcla con hojas de juncia.

Le ofreció una jarra de arcilla a Fidelma.

Ésta sorbió con cuidado; el sabor era fuerte pero no desagradable.

– Es muy bueno -afirmó cuando dio otro sorbo.

– ¡Seguro que no puede compararse con lo que se bebe en el palacio de Cashel!

Fidelma arqueó las cejas.

– ¿Así que sabéis quién soy?

– Yo soy una mujer de secretos -dijo Clídna con humor-. ¿Adónde van a descansar los susurros y rumores si no es a los oídos de alguien como yo?

– Contadme algo de vos. ¿Cómo es que os dedicáis a esta profesión?

– Yo era la hija de unos rehenes. Mis padres eran de los Uí Fidgente y fueron tomados prisioneros después de la batalla del Vado de las Manzanas, donde Dicuil, hijo de Fergus, murió a manos de los hombres de Cashel.

Fidelma sabía que los rehenes no tenían derechos y que se les obligaba a trabajar hasta pagar el rescate; pero la siguiente generación era libre.

Clídna parecía leer sus pensamientos.

– Yo nací antes de que mis padres fueran capturados. Por lo tanto no era una mujer libre. No tenía derechos y por eso soy lo que veis; una mujer de secretos. Sin precio de honor, sin posición, sin dote. Sin propiedad.

– ¿A quién pertenece entonces esta cabaña?

– Está en la tierra de Agdae.

– Ah. ¿Agdae de la Marisma Negra?

Clídna sonrió ligeramente.

– Por supuesto le pago un alquiler.

– Por supuesto.

– No me avergüenzo de mi vida.

– ¿He dado a entender que deberíais hacerlo?

– Normalmente, los de vuestra profesión, el padre Gormán por ejemplo, me azotarían y me echarían de esta tierra.

– El padre Gormán adopta unos puntos de vista extremos.

Clídna miró a Fidelma con cierto aire de sorpresa.

– ¿No me diréis que me veis con buenos ojos?

– ¿Veros con buenos ojos, o ver con buenos ojos vuestra profesión?

– ¿Son cosas distintas?

– Depende del individuo. Mi mentor, Morann de Tara, me dijo que nunca me probara el abrigo de otra persona en mi cuerpo. -Fidelma hizo una pausa-. Sin embargo, no he venido a discutir cómo vivís, Clídna. He venido porque os agradecería que me proporcionarais cierta información.

La mujer se encogió de hombros.

– Hay pocas cosas que yo no sepa en este sitio.

– Exactamente. Dux femina facti! Bien podría ser que hubierais oído secretos susurrados al aire.

– Pero no el secreto que vos deseáis descubrir. Hay mucha gente que odiaba a Eber, lo bastante para verlo muerto. Pero no estoy segura de cuántos se atreverían a matarlo.

– ¿Tal vez Agdae tuviera motivo suficiente, por ejemplo?

Clídna, sonrojada, sacudió la cabeza con rapidez en señal de negación.

– De todas maneras, estaba en Lios Mhór cuando asesinaron a Eber. Debéis saberlo -dijo ruborizada.

Fidelma conocía bien ese hecho, pero algo la incitó a poner a prueba a Clídna, dado el tono de voz que había utilizado al señalar que Agdae era el propietario de su casa. Le pareció que el matiz denotaba algo más que una relación profesional.

– ¿No sería capaz de alquilar a alguien para que lo hiciera?

– No es de ese tipo. Es un hombre de temperamento impetuoso y a menudo le lleva por mal camino la lealtad a su primo, Muadnat. Pero no es violento.

– Sin embargo, quizá mientras estamos hablando, Agdae está buscando la manera de matar al joven Archú. Amenazó con hacerlo.

Clídna echó hacia atrás la cabeza y se puso a reír.

– ¡Entonces no estáis bien informada!

Fidelma arqueó las cejas interrogante.

– ¿Tan segura estáis?

Clídna se levantó sonriendo y se dirigió a una puerta situada en el fondo de la cabaña. Daba a otra habitación que estaba a oscuras. Le hizo un gesto a Fidelma para que se acercara. Ésta así lo hizo, con cautela. Clídna le hizo la señal de que mirara al oscuro interior, tapándose la boca con un dedo.

De la habitación salió un fuerte olor a alcohol rancio; sin duda era un dormitorio. Fidelma oyó un ronquido fuerte y vio una figura estirada en una cama de madera.

Clídna atravesó la estancia en silencio y abrió una contraventana de madera para que entrara un poco de luz en la habitación. La figura gimió levemente. Fidelma oteó. No le costó reconocer a Agdae. Al cabo de un rato, Clídna volvió a cerrar las contraventanas y condujo a Fidelma fuera de la habitación.

– Lleva aquí desde la muerte de Muadnat y apenas sobrio -explicó Clídna-. La muerte de su primo le ha afectado, pero no es violento; eso lo sé.

Fidelma volvió a sentarse y dio un sorbo pensativa.

– ¿Eber vino alguna vez aquí?

Clídna se puso a reír y negó con la cabeza mientras regresaba a su asiento. Parecía una persona de risa fácil.

– Yo no era de su gusto; no soy una jovencita ni soy pariente suya -respondió-. Él tenía otras preferencias.

– ¿Habéis dicho que muchos lo odiaban?

– Con la gente de Araglin era como un cuervo con un hueso -reflexionó Clídna.

– ¿Por qué se extendió esa reputación suya de bondad y generosidad, de gentileza y cortesía?

– Porque Eber buscaba poder en la asamblea del rey de Cashel. Afirmaba ser amigo de todo el mundo para ganarse una buena reputación y un asiento en la asamblea.

– «Malo aquel del que todos los hombres hablan bien» -murmuró Fidelma, mientras sonreía a la desconcertada mujer-. Es de un evangelio de Lucas. En otras palabras, tal como escribió Aristóteles, un hombre que dice tener muchos amigos, no tiene amigos. Habladme de la gente que le odiaba.

– ¿Por dónde empiezo? -preguntó Clídna con escepticismo.

– ¿Por su círculo familiar?

– Un buen sitio -admitió la mujer-. Allí todos le odiaban.

– ¿Todos? -Fidelma se inclinó hacia delante con interés-. Entonces seamos más específicos. ¿Qué me decís de su mujer?

– ¿Cranat? Sí, lo odiaba. No hay duda. Si habéis hablado con ella, habréis visto que considera que se la ha tratado mal; haberse casado por debajo de su posición social, una princesa de los Déisi. Le desagradaba tener que vivir en Araglin. Su matrimonio fue puramente por dinero. Antes habéis dicho una frase en latín. Yo aprendí esta frase de… -dudó un instante y sonrió-… de un amigo. Es quaerenda pecunia primum est virtus post nummos.

– Una frase de las Epístolas de Horacio -reconoció Fidelma- y bien recordada. «La plata vale menos que el oro, y el oro menos que la virtud». Así que Cranat se casó con Eber, por el oro más que por la virtud.

Clídna sonrió.

– ¿Y Crón es su única hija con Eber?

Clídna se rascó la nariz con el índice y asintió.

– Sí.

– ¿Cuándo dejó Cranat de vivir con Eber?

Clídna sacudió la cabeza.

– Eso pasó cuando Crón tendría doce o trece años. Por supuesto dio que hablar.

– ¿Dio que hablar?

– Que Eber prefiriera la compañía de su hija a la de su mujer.

Sor Fidelma se reclinó y miró pensativa a la prostituta.

– ¿Queréis más infusión? -preguntó Clídna, sin inmutarse por el efecto que causaba.

Fidelma asintió automáticamente y tendió su jarra.