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Vio que había algo prendido en la cinturilla del mozo de cuadras, algo que no iba mucho con él. Se agachó y lo estiró. Era un trozo de vitela con algo escrito. Cuando lo estiró cayó algo más; un sencillo crucifijo romano de oro labrado. Lo recogió. El oro era rico y rojizo, mezclado con mineral de cobre. Se giró hacia el trozo de vitela. La escritura era en latín y la tradujo con bastante facilidad: «Si queréis saber la respuesta a las muertes de Araglin, mirad bajo la granja del usurpador Archú».

Fidelma frunció el ceño mientras la observaba. Era latín simple, pero expresado con claridad y corrección gramatical. Fidelma miró el cuerpo de Menma. Se había sujetado el pedazo de vitela en la cinturilla y estaba claro que Dubán no se había dado cuenta. Llegados a ese punto, no tenía sentido preguntarse lo que significaba. La dobló con cuidado y la metió en su marsupio junto con el crucifijo.

– Terra es, terram ibis -murmuró, mientras miraba el cuerpo en el suelo.

Era bien cierto. En un mundo de incertidumbres, eso era lo único seguro. Todos venimos del polvo y al polvo volveremos algún día.

Fidelma se volvió hacia la entrada de la cueva. Ahora que Dubán se había ido estaba segura de que no había nadie más por allí, la cueva estaba a oscuras y en silencio. Había unas herramientas en la entrada y vio una lámpara de aceite, con pedernal y yesca al lado. Le costó poco encender la lámpara y adentrarse en la oscuridad. Había señales de que habían estado trabajando hasta hacía poco.

No había avanzado mucho cuando observó algo que confirmó lo que sospechaba. En un lugar concreto, se concentraban muchas marcas producidas por herramientas; había como una veta brillante en una pared, casi a la altura del hombro. Se dirigió hacia ella y tendió la mano para tocarla. Brillaba, con un dorado rojizo, a la luz de la lámpara. Una mina de oro.

¿Así que ése era el misterio?

Examinó la veta con detenimiento. Fidelma sabía que se extraía oro en varios lugares de los cinco reinos, incluso en Kildare, en cuya gran casa, fundada por Brígida, ella había pasado la mayor parte de su vida religiosa. Se decía que Tigernmas, el veintiséis Rey Supremo que reinó en Éireann, mil años antes del nacimiento de Cristo, había sido el primero en oler el oro de esta tierra. Cierto o no, el oro casi había reemplazado el ganado como unidad para valorar los bienes, los servicios y las obligaciones. El oro, que era duradero, tenía muchas ventajas sobre el tradicional sistema de trueque. Era una divisa corriente, junto con otros metales como la plata, el bronce y el cobre. Quien explotara esta mina obtendría muchas riquezas.

Sin duda las cosas empezaban a encajar, pero todavía faltaban varias piezas antes de poder dar el asunto por terminado. Morna, el hermano de Bressal, era minero y explotaba esta mina. Pero ahora Morna estaba muerto. Por eso Muadnat se aferraba con tanto desespero a esa tierra. Pero estaba muerto. ¿Menma? Al parecer, Menma trabajaba para Muadnat. Pero no tenía cabeza para explotar la mina él solo. Y ahora Menma estaba muerto. ¿Y qué decir de Dubán, que había matado a Menma? Salió corriendo de la cueva y se dirigió fuera, hacia la luz.

El cuerpo de Menma seguía yaciendo de espaldas contra el suelo en el claro. El sol seguía brillando y los pájaros seguían cantando. Todo parecía irreal.

¿Qué era lo que había vuelto loco a aquel valle de Araglin?

Fidelma atravesó el claro y corrió al abrigo del bosque, caminando deprisa hacia su caballo. Decidió que el siguiente paso la llevaría a la granja de Archú. Por segunda vez, en un período relativamente corto, conducía su caballo por las redondeadas colinas que la separaban del valle en ele de la Marisma Negra, donde moraba Archú.

Ya caía la tarde cuando empezó a descender hacia la granja. Scoth se adelantó corriendo y saludó a Fidelma con una sonrisa cálida.

– Nos place veros tan pronto, hermana. ¿Dónde está el hermano Eadulf?

Fidelma se lo explicó, intentando que su voz no denotara emoción, pero la muchacha la percibió y tendió su mano.

– ¿Puedo hacer algo por vos?

Fidelma intentó quitarse de la cabeza aquel triste presentimiento.

– Nada. Nada hasta que baje la fiebre… si baja. ¿Dónde está Archú?

– Está arriba, en los prados altos, reparando un cercado con uno de los guerreros de Dubán. Hay noticia de que corre un zorro hambriento y…

Fidelma estaba ansiosa.

– No está bien que os dejen aquí sola. Uno de los guerreros habría de estar vigilándoos.

– El otro está cerca y me oirá si le doy un grito -le aseguró Scoth-. No hay nada que temer. Archú puede ver fácilmente si algún extraño entra en el valle.

– Yo he venido por la colina de arriba. Parece que no me ha visto llegar.

– Vio que veníais por la colina hace media hora y me dijo que os esperara -dijo Scoth animada-. Yo no soy despistada, vos habéis venido aquí por algo, hermana. Lo veo en vuestros ojos.

– Entremos un momento en la casa -sugirió Fidelma.

– ¿Tiene algo que ver con Archú? -preguntó la muchacha con ansiedad.

Fidelma la cogió del brazo y la llevó dentro.

– Probablemente no sea nada pero… -metió la mano en su marsupio y sacó el trozo de vitela-. ¿Sabéis leer en latín, Scoth?

La muchacha sacudió la cabeza en señal de negación.

– Yo sólo era una criada de la cocina. Archú dice que me enseñará a leer cuando estemos establecidos. Su madre le enseñó.

– Bueno, esto es un mensaje en latín. Me dice que si quiero buscar las respuestas a las muertes de Araglin he de empezar por aquí.

Scoth se ruborizó enfadada.

– Eso es malvado. ¿Quién iba a…? Oh. -La muchacha se detuvo-. Supongo que fue Agdae.

– ¿Agdae? -inquirió Fidelma negando con la cabeza-. Dudo que Agdae sea capaz de escribir en clave algo como esto.

– ¿En clave?

– No creo que escribiera esto. ¿Por qué iba a escribir en latín?

– Yo creo que es parte de la misma conspiración para echarnos de esta tierra.

– ¿Qué pasa?

Era Archú, que estaba en la puerta de la granja mirando a Scoth y Fidelma mientras fruncía el ceño. Dudó un momento y después continuó.

– Os he visto llegar. Estaba acabando un cercado en los prados altos. ¿Más problemas?

– Alguien ha escrito a Fidelma diciendo que somos los responsables de las muertes de Araglin.

Fidelma la corrigió inmediatamente.

– Eso no es exactamente lo que he dicho, Scoth. Encontré un trozo de vitela, Archú. ¿Sabéis leer en latín?

– Mi madre me enseñó a descifrarlo -admitió el joven-. Pero no soy muy versado.

– ¿Qué os parece esto? -le preguntó mientras le entregaba el pedazo de vitela.

Archú lo tomó y lo levantó.

– Si queréis conocer las respuestas a las muertes de Araglin, mirad debajo de la granja del usurpador Archú -leyó vacilante.

Archú miró a Fidelma con perplejidad.

– ¿Qué significa esto?

– Por eso estoy aquí; para averiguarlo. Lo encontré en el cuerpo de un… de un muerto.

– ¿Un muerto? -repitió con mayor extrañeza.

– Sí. Menma.

El joven granjero mostró su asombro.

– Pero Menma vino aquí esta mañana con un mensaje.

– ¿Qué mensaje? -preguntó Fidelma, inclinándose hacia delante sorprendida.

– Algo de que Dignait había desaparecido. Yo tenía que avisar a los hombres de Dubán que la buscaran.

– ¿Acaso esto es otro intento de mancillar nuestro nombre y echarnos de la Marisma Negra? -inquirió Scoth, cogiéndose del brazo de Archú.

– Hemos de suponer que han dejado un rastro para que yo lo siga. Veamos qué podemos encontrar.

– Podéis registrar toda la granja -dijo Archú abriendo los brazos de forma elocuente-. No tenemos nada que ocultar.

Fidelma recogió el pedazo de vitela y lo enrolló.

– El mensaje es muy claro cuando dice «mirad debajo de la granja», Archú -advirtió Fidelma-. ¿Qué hay debajo de la granja?