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El joven pensó un momento.

– No hay nada debajo de la granja.

– ¿No hay una zona de tierra recién cavada…? Tal vez…

Archú los sorprendió chasqueando repentinamente los dedos.

– Creo que sé lo que significa.

– ¿Qué? -preguntó Scoth.

– Recuerdo algo que me dijo mi madre respecto a una cámara subterránea. Esta granja está construida sobre un antiguo asentamiento cuando, en tiempos pasados, construían cámaras bajo tierra para almacenar comida en previsión de épocas de carestía o de tiempo inclemente.

– ¿La habéis visto alguna vez?

– No lo recuerdo. Cuando yo era pequeño, mi madre decía que estaba cerrada porque uno de los hijos de un criado se quedó allí atrapado y murió. El padre Gormán estaba de visita en aquel momento y sacó al niño y sugirió que se sellara la cámara. Por lo que yo sé, nunca se ha vuelto a abrir desde entonces. Yo casi me había olvidado de ella hasta que me lo habéis apuntado.

Fidelma resopló ligeramente.

– Al parecer, el autor de esta carta no se ha olvidado. Hemos de encontrar la entrada.

– Eso es imposible. No sé por dónde empezar.

– No es tan imposible. Nuestro escritor espera que la encontremos, así que debe de haberse usado recientemente.

El suelo de la granja estaba enlosado y después de golpear las piedras durante un rato no averiguaron nada. No se oyó ningún sonido hueco, ni había ninguna losa suelta.

– ¿Tal vez sea fuera? -sugirió Scoth.

Dieron la vuelta a la casa, pero no encontraron nada que los animara a investigar.

– ¿Y ese granero? -preguntó Fidelma, señalando una construcción situada junto a la que se había quemado y estaba en ruinas.

– Todavía no está arreglado y acondicionado -le aseguró Archú-. Se usaba para los cerdos.

– Entonces tal vez sea el mejor lugar para mirar -sugirió Fidelma encaminándose hacia allí.

El lugar apestaba y los repugnantes olores se les pegaron en la garganta; Archú tenía razón al decir que se había usado de pocilga y que apenas se había limpiado. A pesar de que aún era de día, el lugar era lóbrego y húmedo.

– He sacado los cerdos y pensaba limpiarlo -explicó Archú a Fidelma, que permanecía dubitativa en la penumbra.

– Es mejor que cojamos una lámpara.

– Voy a buscar una -se ofreció Scoth.

Al cabo de un rato regresó.

Fidelma, sosteniendo la lámpara en lo alto, entró en el granero que apestaba y echó una ojeada. El suelo también estaba enlosado. Las losas parecían bien firmes, pero Fidelma se dio cuenta de que en un rincón de la paja que cubría el suelo había una zona elevada con tablones. Con el pie separó la paja húmeda y descubrió que había una trampilla. Unos pestillos la sujetaban al suelo.

– Ésta debe de ser la entrada -observó con satisfacción-. Aguantad esta lámpara, Scoth. Echadme una mano, Archú, limpiemos esta zona y abramos la trampilla.

Les costó un poco desatrancar los pestillos del cuadrado de madera y levantarlo contra una pared. Debajo, como había supuesto, había un tramo de malas escaleras que conducían abajo. Las paredes de la cueva eran de mampostería y unos altos dinteles formaban el tejado.

Fidelma cogió la linterna que llevaba Scoth y descendió sin decir palabra. Las escaleras conducían a un pasillo principal, demasiado bajo para quedarse de pie, pero no era necesario arrastrase a cuatro patas. Como había dicho Archú, antiguamente estos lugares se llamaban uaimn talamh, eran cuevas subterráneas donde se almacenaban alimentos para utilizar en tiempos difíciles. El pasaje principal se llamaba «camino de reptar» y daba a pequeñas habitaciones. El lugar apestaba y era evidente que no se usaba.

Fidelma no tuvo que ir muy lejos para encontrar lo que buscaba. Esperaba algo, pero no estaba preparada para ver el cuerpo que le reveló la luz de la lámpara.

Era Dignait. Degollada. No había que ser un experto para verlo. La herida todavía estaba roja y abierta, aunque la sangre estaba coagulada. Dignait llevaba muerta varias horas. Fidelma hizo un esfuerzo para examinar la herida con detenimiento. Era una simple herida causada por algo tan afilado que casi le separa la cabeza del cuerpo. Había visto este tipo de herida dos veces con anterioridad y una vez más le recordaba la de un animal degollado.

Archú la ayudó a sacar el cuerpo del almacén subterráneo, no sin dificultad, pero finalmente tiraron de él por las escaleras de piedra hasta la pocilga. Scoth trajo una linterna, a cuya luz Fidelma examinó detenidamente el cuerpo, buscando algo que pudiera explicar aquel horrible misterio. No había nada.

Para Fidelma era obvio que Menma había traído el cuerpo de Dignait hasta este lugar. Recordó que lo había visto salir a caballo del rath por la mañana pronto, tirando de un asno cargado con un pesado bulto. Le rechinaron los dientes. El cuerpo de Dignait debía de estar en esa alforja.

– ¿Menma se quedó solo mientras estuvo aquí? -preguntó.

– Después de que diera el recado a los hombres de Dubán, que estaban conmigo en los prados altos, volvió a los edificios él solo. Pero Scoth estaba aquí.

– Yo estaba dentro de casa -afirmó Scoth-. Menma vino a la casa a despedirse.

– ¿Lo visteis cuando regresaba de los prados?

Scoth negó con la cabeza.

– Yo estaba haciendo la colada y no lo vi hasta que me llamó.

– Entonces tuvo tiempo para regresar de las pasturas, vigilar que no lo observaban, sacar el cuerpo de Dignait de la alforja y meterlo en el subterráneo antes de llamar a Scoth.

Scoth miró a Fidelma horrorizada.

– ¿El cuerpo estaba dentro de la alforja? ¿Pero cómo sabía Menma dónde meterlo? Tenía que saber dónde estaba el subterráneo.

– Menma estaba emparentado con Muadnat -señaló Archú-. Muadnat conocía esta granja tan bien como la suya.

El sonido de un caballo que iba al galope los interrumpió.

Archú se giró nervioso pero se relajó inmediatamente.

– Es sólo Dubán -dijo, añadiendo innecesariamente-: por eso sus hombres no nos han avisado de que se acercaba.

Fidelma se sintió inmediatamente incómoda al ver al fornido guerrero que se acercaba. Todavía no estaba segura de por qué había matado a Menma.

Dubán bajó de su caballo y los saludó con una sonrisa cálida. Entonces vio el cuerpo en el suelo.

– ¿Qué ha sucedido? -preguntó-. ¡Es Dignait!

– La hemos encontrado en un subterráneo -anunció Archú.

El guerrero se agachó para examinar el cuerpo. Después se levantó.

– Bueno, esto resuelve un misterio -dijo-. Esta mañana me han dicho que Dignait había desaparecido, al parecer, después de dar de comer al sajón setas venenosas. ¿Qué significa esto, hermana?

Fidelma hizo un esfuerzo por mostrarse amable con el guerrero.

– Sé tanto como vos.

– ¿Cómo lo habéis descubierto?

– Descubrí este trozo de vitela -se apresuró a explicar Fidelma antes de que nadie mencionara a Menma. Se lo entregó a Dubán, observando de cerca su cara. Por la forma de reaccionar estaba claro que no lo había visto antes.

– No lo entiendo -comentó-. Dice que vengáis aquí a buscar. ¿Pero cómo el descubrimiento del cuerpo de Dignait puede explicar el misterio de las muertes de Araglin?

– Quizá -Fidelma recuperó lentamente la vitela-, quizá se supone que yo he de creer que Dignait fue la responsable de las muertes.

– Bueno, eso no puede ser -indicó Dubán-. Está claro que la misma mano que mató a Muadnat asesinó a Dignait. Las heridas de cuchillo son demasiado similares para que sea otra mano.

– Sois observador, Dubán -admitió Fidelma.

– La guerra y la muerte son mi profesión, hermana. Estoy acostumbrado a ver heridas. Pero quien escribió sobre la vitela nos ha dado una clave involuntariamente.