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– ¿Una clave?

– Está escrito en latín. Hay poca gente que sepa latín en Araglin.

– Ah, eso -murmuró Fidelma-. Y sin duda, como le he indicado a Scoth, Agdae no sabe. Eso lo descarta. ¿Vos sabéis latín, Dubán?

El guerrero no dudó.

– Por supuesto. Toda persona con cierta educación sabe algo de latín. Incluso Gadra sabe latín aunque sea pagano.

Fidelma se dirigió a Archú.

– Quiero que vos y Scoth vayáis al rath mañana a mediodía -le dijo, y cuando él iba a hacer ademán de protestar continuó-. Dubán dará órdenes a sus guerreros de que os escolten. -Se dirigió a Dubán-. Y vos daréis también órdenes a vuestros guerreros de que lleven a Agdae…

– No hemos sido capaces de encontrar a Agdae -protestó Dubán.

– Lo encontraréis en el burdel de Clídna. Aseguraos de que está bien sobrio cuando llegue al rath. Ah, y llevad también a Clídna.

Dubán estaba horrorizado.

– ¿Sabéis lo que estáis pidiendo? -preguntó.

– Exactamente. Creo que mañana podré resolver todo el misterio.

Dubán abrió bien los ojos.

– ¿Es así?

Fidelma sonrió sin gracia.

– ¿Daréis a vuestros hombres esas órdenes?

El guerrero dudó y luego inclinó la cabeza en señal de asentimiento; después desapareció en la penumbra mientras iba gritando órdenes a sus hombres.

Fidelma regresó deprisa hacia su caballo.

– ¡Esperad, hermana! -gritó Scoth-. No podéis marcharos. Está oscureciendo. No llegaréis al rath hasta bien caída la noche.

– No os preocupéis por mí. Ya conozco el camino. Y tengo cosas que hacer. Os veré a vos y a Archú en el rath, mañana a mediodía.

Subió a su silla e hizo que su caballo se adentrara en la penumbra poniéndolo con rapidez al trote.

No había cabalgado más que media milla en la oscuridad, cuando oyó un caballo al galope detrás de ella. Miró a su alrededor buscando refugio, pero el camino era largo y abierto. No había siquiera un seto vivo donde poder esconderse.

– ¡Hey! ¡Hermana!

Era la voz de Dubán. Se detuvo de mala gana y se giró sobre su silla.

Dubán se colocó enseguida junto a ella.

– No es muy inteligente cabalgar en la oscuridad -la amonestó-. Que se haya encontrado el cuerpo de Dignait no significa que el valle sea seguro.

Fidelma esbozó una sonrisa, pero tenía la expresión perdida en la penumbra.

– No he creído que lo fuera -replicó.

– Teníais que haber esperado. Yo voy de regreso al rath, de todos modos. Iremos juntos.

Fidelma hubiera preferido ir sola y no tener que seguir a Dubán después de lo que había presenciado en la mina, pero no tenía excusa. Tenía que aceptar la compañía de Dubán o amenazarlo con sus sospechas e informarle de que sabía que había matado a Menma.

– Muy bien -respondió Fidelma-. Pero yo me las arreglo bien con los depredadores de dos piernas.

– Eso he oído -admitió Dubán riendo-. Sin embargo, yo estaba pensando en los de cuatro. Archú me ha dicho que han tenido problemas con los lobos estos días en la Marisma Negra.

– Los lobos son lo que menos me preocupa.

Fueron avanzando juntos.

– Ah, estáis pensando en Agdae…

– Más bien en Crítán -dijo bruscamente-. Recordad que me peleé con ese joven y tal vez quiera vengarse.

– Por supuesto -dijo finalmente Dubán, tal vez con cierto tono dubitativo-. Lo había olvidado. No tenéis que temer. Me han dicho que Crítán ha abandonado Araglin y se ha ido a Cashel. ¿Es cierto lo que habéis dicho de que este asunto podría estar resuelto pasado mañana?

– Suelo decir lo que pienso -replicó Fidelma de mal humor.

– Eso será un alivio para Crón.

– Y sin duda para vos…

Lo que iba a decir quedó interrumpido por el mugido lastimero de unas vacas cercanas. Era un grito de terror frenético.

Dubán tiró bruscamente de las riendas de su caballo y echó una mirada a la ladera de la colina. Fidelma detuvo su montura junto a él.

Vio las sombras del ganado peludo y enmarañado que se movía inquieto en la penumbra y oyó su curiosa protesta.

– ¿Qué es eso? -preguntó casi susurrando.

– No sé -confesó Dubán-. Creo que les preocupa algo. Un animal quizá. Voy a ver.

Bajó de su montura y le entregó las riendas a Fidelma.

Fidelma se quedó sentada observando al guerrero que se dirigía cautelosamente hacia el ganado en la penumbra.

Hacía frío y se ajustó bien la capa sobre los hombros. Al cabo de un rato, se dio cuenta de que el caballo de Dubán resoplaba y tiraba de las riendas.

– ¡Hey! -le gritó enfadada-. Quieta, bestia.

Entonces, sin aviso, su propia montura se encabritó e hizo que Fidelma se soltara y cayera al suelo sobre su hombro. Por suerte la hierba era suave y mullida y le amortiguó la caída; Fidelma se quedó un momento sin respiración y se sintió indignada más que herida por haberse caído. Se puso de rodillas y empezó a frotarse el brazo derecho que era el que había recibido el golpe más fuerte. Le daba vergüenza haberse caído como una novicia que nunca hubiera montado un caballo en su vida.

– ¡Hey! -gritó, al ver que los dos caballos empezaban a descender al trote.

Se dirigió con paso dudoso tras ellos y luego un frío repentino hizo presa de ella. Sus oídos detectaron el suave crujido del monte bajo. ¿Era acaso el sonido de un gruñido lo que había oído? Se quedó absolutamente quieta.

Una sombra larga y baja surgió de la maleza y se detuvo. Sus ojos centelleaban en la penumbra y su hocico dejó ver unos caninos blancos y afilados. El lobo la miraba fijamente y dejó ir un gruñido ronco y profundo. Fidelma sabía que si hacía el más ligero movimiento el poderoso animal se lanzaría sobre ella, buscando con sus grandes fauces su garganta, y la desgarraría. Intentó no parpadear, incluso no respirar. Fidelma ya había visto lobos, incluso se había visto amenazada por ellos, pero siempre cuando podía esquivarlos yendo a lomos de un caballo o tenía algún otro medio de protección. Los lobos eran el depredador más común en los cinco reinos, pero no solían abandonar la fortaleza de la montaña y sólo atacaban cuando se les molestaba o encontraban a un desgraciado viajero a pie y desarmado. Había presas más fáciles que los humanos: la carne sabrosa de los animales de granja o la caza salvaje, como las manadas de ciervos.

Pero aquí ella estaba sola, a pie y sin armas. Tan sólo unas yardas la separaban de ese gran animal en busca de una presa. Su mente racional y el temor que la invadía reconocieron que el animal era una hembra, una madre hambrienta en busca de alimento para sus cachorros.

El momento en que estuvieron observándose la loba y ella pareció una eternidad. Fidelma sintió que su cuerpo empezaba a temblar y comprendió que un movimiento brusco sería fatal. Entonces notó que algo pasaba junto a ella. Pareció que algo golpeaba al lobo ya que éste emitió un grito terrible, un gañido salvaje; una mano violenta la agarró y la echó a un lado. El lobo dio la vuelta y despareció entre el monte bajo.

Entonces Fidelma se giró y se encontró de cara a Dubán.

– ¿Estáis bien? -preguntó el guerrero con voz ansiosa.

Fidelma dejó ir una risita nerviosa.

– No estoy segura de que vuelva a estar bien nunca más -confesó.

Respiró profundamente varias veces para recuperarse. Se frotó el brazo con cuidado donde la había agarrado el guerrero.

– No tenéis unas manos muy ásperas para ser un guerrero.

Dubán rió entre dientes.

– Guantes de piel, hermana. Para no tener callos. Ahora es mejor que vayamos a buscar los caballos. Ese peligroso lobo puede hacer que la manada vuelva a por nosotros.

– Lo siento -dijo Fidelma apesarada.

– ¿Por qué? -preguntó el guerrero.

– Por ser tan tonta y perder los caballos.