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– ¿Cómo podéis decir eso? Debéis de tener algo que os permita sospechar.

– Me consta que la noche anterior a la desaparición de Tomnát, ella y Eber se pelearon de forma terrible.

– ¿Fuisteis testigo de su pelea?

– Oí sus gritos. Yo estaba de guardia y no podía entrar en las habitaciones privadas de Eber. Al cabo de un rato, todo quedó en silencio, y a la mañana siguiente Tomnát había desaparecido. Yo amaba a Tomnát. Era tan atractiva como lo es ahora Crón.

– ¿Y decís que se buscó bien a la muchacha desaparecida?

– Durante meses. Teafa vino un día y me dijo que era mejor que me olvidara de su hermana. Teafa era la única persona que conocía mis sentimientos hacia Tomnát. Me dijo que desde que Tomnát era pequeña, Eber la había obligado a dormir con él. No la encontraron nunca y yo acabé marchándome de Cashel y presté juramento de fidelidad en la guardia del rey, Máenach.

– ¿Afirmaba Teafa que Eber había matado a su hermana Tomnát?

– No.

– ¿Cuándo sucedió esto?

– Hace más de veinte años. No, puedo ser más preciso. Fue unos meses antes de que Teafa adoptara a Móen.

– ¿No amenazasteis a Eber, o informasteis de vuestra sospecha de que Eber hubiera matado a Tomnát?

– ¿Yo? ¿Qué hubiera podido hacer yo sin pruebas?

– ¿Y qué hay de Teafa, que os explicó lo del abuso sexual?

– Teafa no podía traicionar a su hermano y hacer que la vergüenza cayera en su hermana. Yo no podía presentar una acusación sin pruebas. Me fui de Araglin, como he dicho, en busca de una nueva vida. Es cierto lo que dicen los antiguos bardos: si destruyes tu vida en un rinconcito del mundo, la has destruido en todos los rinconcitos. No me di cuenta hasta que me vi envejeciendo al servicio de Cashel. No había conseguido quitarme este lugar de la cabeza. Un día soñé que encontraba a Tomnát, y aunque habían pasado más de veinte años, regresé.

– Habéis regresado, Dubán, ¿pero con qué propósito?

– Simple; para vengarme.

Fidelma intentó examinar sus rasgos en la oscuridad.

– La venganza es una cosa horrible, Dubán. ¿Buscabais venganza o justicia?

– Es cierto que he estado buscando alguna prueba de lo que siento como la verdad. Pero seré honesto; quería venganza. Ojo por ojo, diente por diente. Exactamente lo que el padre Gormán predica en esta capilla.

Fidelma inclinó la cabeza.

– ¿Os dais cuenta de lo que me habéis dicho, Dubán? Me habéis dicho que teníais buenas razones para matar a Eber. Y al estar de guardia aquella noche, también teníais la oportunidad.

Dubán asintió con gravedad.

– Es cierto, hermana. Es el único hombre al que hubiera deseado matar. El motivo de mi regreso para ponerme al servicio del jefe de Araglin era averiguar lo que le había sucedido a Tomnát, y castigarlo si podía. Si eso me convierte en sospechoso, Fidelma, entonces soy sospechoso y con gusto. Tratadme como queráis, aunque preferiría que descubrierais la verdad.

– ¿Negáis haber matado a Eber?

– Tanto como admito que quería vengarme y que no derramé una lágrima cuando me enteré de la muerte de Eber, declaro que no fue mi mano la que lo degolló. Tampoco tenía motivo para matar a Teafa, que había sido una dama honorable.

– ¿No podía ser que Eber se hubiera reformado? ¿Especialmente después de la desaparición de su hermana Tomnát?

Dubán casi escupió.

– ¿Reformarse? Un lobo siempre es un lobo. No se puede cambiar la naturaleza de las personas.

– Vos habéis cambiado -señaló Fidelma.

– No lo entiendo -dijo Dubán sorprendido.

– Habéis trasladado vuestro amor de Tomnát a la hija de Eber, Crón.

– Eso tampoco lo niego -dijo el guerrero a la defensiva-. No se puede amar siempre un recuerdo. Es cierto que cuando llegué aquí, venía en busca de venganza por un amor perdido, pero descubrí otro.

– ¿Así que más de veinte años han saciado vuestro odio por Eber?

– No, eso no os lo puedo decir. Yo sólo digo que he encontrado un nuevo amor en la hija de Eber. Os aseguro que yo no maté a Eber. Y si yo no fui, y ese pobre sordo, mudo y ciego idiota tampoco, alguien lo hizo. Y ese alguien ha de ser alguien que también conocía la verdad respecto al auténtico carácter de Eber. Encontrad a esa persona que se ocultaba en la penumbra de la cueva con Menma y creo que tendréis al asesino.

Fidelma se quedó un rato en silencio y finalmente siguió hablando.

– Tal vez tengáis razón, Dubán. Eber ha pagado por sus malas acciones y Dios lo perdone.

– Dios puede perdonarlo, pero yo no -declaró Dubán con tono intransigente.

– ¿Pero realmente creísteis que Móen era culpable cuando se descubrió el asesinato?

– No tenía motivos para creer otra cosa. Dios se mueve por caminos misteriosos, hermana. Yo realmente creí que Dios había utilizado a aquella desgraciada criatura como instrumento de Su venganza.

– Resulta obvio que Menma también estaba de algún modo implicado en esto. ¿Creéis realmente que era el instrumento de alguien más poderoso que él?

Dubán asintió inmediatamente.

– Menma era ambicioso, pero era un hombre simple. Obedecía órdenes; no las daba. Era la persona que estaba en la cueva quien daba órdenes a Menma. Fue esa persona la que escribió en la vitela y está manipulando el mal que se extiende por este valle.

– Eso es cierto -admitió Fidelma-. Todavía no expliquéis a nadie del rath cómo os enfrentasteis con Menma ni lo que hemos discutido.

Se estaban acercando al rath. Los perros guardianes empezaron a aullar al notar la presencia de Fidelma y su compañero.

Capítulo XIX

Fidelma dejó a Dubán en las caballerizas después de desensillar y atender su caballo y se dirigió deprisa al hostal de huéspedes.

Gadra esperaba en la puerta. Fidelma intentó adivinar si las noticias eran buenas o no en su rostro solemne.

– Creo que ya ha pasado lo peor -dijo saludando a la religiosa.

Ella cerró los ojos, se tambaleó un momento y dejó ir un profundo suspiro.

– Ahora está dormido -continuó Gadra, insensible a la reacción de Fidelma-. Ha vencido el mal y la fiebre. Creo que vuestro Dios os condujo a mí en el momento adecuado. Hemos podido eliminar el veneno.

– ¿Se pondrá bien? -preguntó Fidelma.

– Eso creo. Pero ahora necesita descanso.

– ¿Puedo verlo?

– No lo despertéis. Dormir siempre es una buena medicina.

– No lo haré.

Gadra se alejó y Fidelma entró en el hostal de huéspedes. Eadulf yacía de espaldas sobre el colchón, con el rostro pálido pero relajado, durmiendo después de un gran esfuerzo. Fidelma se acercó y se arrodilló junto a la cama, levantó su delgada mano y le tocó suavemente la frente. Todavía estaba caliente; sin duda la fiebre acababa de remitir. Sintió una repentina ternura por el sajón que no pudo definir. Había estado a punto de perderlo. Cerró los ojos y rezó una oración para dar las gracias.

Al cabo de un rato se levantó y encontró a Gadra en la estancia principal del hostal.

– ¿Cómo puedo agradecéroslo?

El anciano la examinó con sus ojos pálidos.

– La joven, Grella, ha sido de gran ayuda. La acabo de enviar a la cama. Agradecédselo a ella.

– Pero sin vos… -protestó Fidelma.

– Si queréis darme las gracias, aseguraos de que en este lugar impere la verdad.

Fidelma inclinó ligeramente la cabeza.

– Estoy cerca de la verdad, anciano. Una pregunta para acercarme más. ¿Tomnát era la madre de Móen?

Gadra no se inmutó.

– Sin duda, muchacha, tenéis una mente aguda.

Fidelma se permitió sonreír.

– Entonces la verdad ha de imperar.

Cuando Gadra se hubo marchado, Fidelma entró en el fialtech para lavarse y prepararse para el reposo nocturno. El día siguiente iba a ser movido.