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El joven granjero se mostró inmediatamente sorprendido.

– ¿Dónde está? -preguntó Archú-. Yo no he oído nunca hablar de una mina de oro en la Marisma Negra.

– La mina está situada en el otro lado de la colina, cuyas tierras son demasiado pobres para el cultivo. Vos la despreciasteis llamándola «tierra de hacha». Debería decir que probablemente no fue Muadnat quien la descubrió, sino un minero llamado Morna. Era hermano de un posadero llamado Bressal, que regenta un hostal no lejos de este valle, en la ruta oeste que lleva a Lios Mhór y Cashel.

El joven granjero estaba asombrado y miraba a Scoth, que estaba a su lado.

– ¿Os referís al hostal dónde estuvimos?

– El mismo -confirmó Fidelma-. Recordad que Bressal habló de su hermano Morna, que le había llevado una roca que, según decía, le iba a hacer rico. Era de la cueva de vuestra tierra.

– ¡Es una mentira! -intervino Agdae rabioso-. Muadnat nunca me habló de una mina de oro. Todos sabéis que yo era su sobrino e hijo adoptivo.

– Muadnat quería guardar en secreto la existencia de esa mina -continuó Fidelma, sin inmutarse-. El problema era que tenía un primo que reclamaba la propiedad de esa tierra. Ese primo, Archú, decidió presentar ese asunto ante la ley. Muadnat luchó desesperadamente por conservar la propiedad de la tierra. Veréis, Muadnat creía en ajustar las leyes a sus propósitos, pero no en infringirlas. El asunto era embarazoso. Sin embargo, Muadnat tuvo un golpe de suerte; Archú llevó este asunto a Lios Mhór en lugar de presentarlo ante Eber. Eber era un hombre astuto y podía haber hecho demasiadas preguntas; hubiera querido saber por qué Muadnat se aferraba tanto a aquel trozo de tierra.

Agdae mostró su amargura.

– ¿Por qué no me hizo socio Muadnat de esa mina de oro?

– No erais lo bastante cruel para esa empresa -gritó Clídna.

Fidelma vio que Crón estaba a punto de reprenderla por atreverse a hablar en la sala de asambleas y la interrumpió.

– Clídna tiene razón -confirmó Fidelma-. Agdae no es el tipo de persona que se mezclaría en algo ilegal. Muadnat quería a alguien que obedeciera órdenes, sin hacer preguntas. Eligió a su primo Menma.

– ¿Menma? -preguntó Agdae frunciendo el ceño-. ¿Menma trabajaba con Muadnat?

Fidelma lo miró con tristeza.

– Menma era su capataz. Estaba al cargo de la mina, reclutaba mineros, se ocupaba de su alimentación y se aseguraba de que el oro se enviaba hacia el sur, donde se ponía a buen recaudo. ¿Cómo se da de comer y se aloja a escondidas a un grupo de hambrientos mineros en un valle tranquilo y apacible sin que lo sepan los granjeros de la zona? El lugar para ocultarse no era un problema, la misma mina les proporcionaba abrigo. ¿Pero y la comida?

– Pues asaltando las granjas y llevándose ganado -replicó Eadulf triunfante-. No mucho, una o dos vacas de aquí y de allá, quizá.

– Pero la granja de Muadnat era rica -señaló Crón-. Podía haber dado de comer a esos mineros sin recurrir al robo de ganado.

– Eso hubiera supuesto que Agdae se enterase de lo que sucedía. Olvidáis que Agdae era el capataz de los vaqueros. Él hubiera sabido que Muadnat sacrificaba más ganado y que proporcionaba comida a alguien que él no conocía. Y si Muadnat relevaba a Agdae en ese trabajo hubiera resultado muy sospechoso. Después de todo, Agdae era el pariente más cercano de Muadnat.

Agdae se ruborizó avergonzado.

– ¿Qué os hizo sospechar que los robos de ganado tenían ese propósito? -preguntó Dubán.

– Yo sé de ladrones de ganado, de forajidos que roban ganado. Pero, como advirtió Eadulf, nunca una o dos cabezas. Los ladrones buscan ganado para vender, por eso se llevan manadas enteras, o las suficientes cabezas para que la venta valga la pena. Yo sospeché que ese ganado se robaba sólo para comer, lo que quedó confirmado cuando encontramos a algunos de los ladrones en nuestro camino de vuelta al rath, después de ir en busca de Gadra. Se dirigían hacia el sur, con asnos cargados con pesadas alforjas. Sin duda las alforjas iban cargadas de oro.

– ¿Algunos de los ladrones? -inquirió Dubán.

– Menma no iba con ellos, ni otros que pronto identificaremos -explicó Fidelma.

– Pero no veo la relación entre la mina de oro de Muadnat y las muertes de Eber y Teafa -protestó Agdae con insolencia.

– Llegaremos a eso luego, siguiendo los hilos de la telaraña -le aseguró Fidelma-. El deseo de Muadnat era aferrarse a la mina. Hizo cuanto pudo para ello. Quizás incluso en contra de lo que le advirtió su socio.

Se hizo el silencio.

– Muadnat nunca aceptaría un consejo de Menma -espetó Agdae.

Fidelma prefirió no hacer caso.

– Probablemente, cuando estaba en Lios Mhór, el socio de Muadnat ya debía de haber decidido hacerse cargo de la mina de oro -dijo Fidelma-. La razón era que Muadnat estaba llamando mucho la atención discutiendo con Archú; la mina tenía que permanecer secreta. Además, Muadnat había perdido el favor de Eber.

»Muadnat fue el tánaiste de Eber hasta hace unas semanas. Se suponía que sería el jefe cuando muriera Eber. Pero de repente se encontró con que lo habían depuesto. Eber había convencido al derbfhine de su familia para que aceptara a su hija Crón como tánaiste en lugar de Muadnat.

»E1 ataque contra el hostal de Bressal, por ejemplo, probablemente se llevó a cabo sin conocimiento de Muadnat. Ese ataque lo condujo un hombre a quien luego reconocí como Menma. Le habían dicho que el hermano de Bressal, Morna, el minero que había descubierto la mina, hablaba demasiado. De hecho, Morna le había llevado una roca a su hermano, una roca que tenía trazas de oro, y le había dicho a su hermano que se iba a hacer rico con ella. Desde luego Morna no había dado ninguna información específica. Pero por suerte resultó que nosotros estábamos allí y frustramos el ataque de Menma.

– ¿Qué le sucedió a ese minero llamado Morna? -preguntó Dubán-. ¿Lo mataron?

– Desde luego. Lo capturaron, lo mataron y luego lo dejaron en la granja de Archú para que se creyera que era un ladrón que había muerto durante el ataque. Su relación con Bressal sólo se me ocurrió cuando vi que ambos se parecían.

– ¿Queréis decir que Muadnat no sabía nada del ataque al hostal de Bressal ni del asesinato de su hermano? -preguntó Eadulf sorprendido.

– Yo no veo la relación que tiene esta historia de la mina de oro de Muadnat con el asesinato de mi padre -insistió Crón con impaciencia.

Fidelma se permitió sonreír.

– Tan sólo he desenredado el primer hilo de la telaraña. La muerte de Muadnat se hizo inevitable por dos emociones humanas básicas: miedo y codicia. Menma lo mató, por supuesto; lo degolló como se haría con un animal, de la misma manera que había degollado a Morna. Fue esa fría profesionalidad la que lo delató. Una de sus tareas era proporcionar carne a la mesa del jefe. No estoy segura de si fue idea suya eso de colgar a Muadnat en la cruz. Probablemente, era una manera de despistarme. Menma cometió un error. Antes de asestar el golpe mortal, Muadnat le agarró algunos pelos y arrancó un poco de hierba. Todo esto quedó en el escenario.

– ¿Qué conseguía Menma asesinando a su socio Muadnat? -preguntó el padre Gormán-. Para mí no tiene sentido. De todos modos, Agdae hubiera heredado las riquezas de Muadnat.

– Pero, como he dicho, Agdae no conocía la existencia de la mina y, como era secreta, el socio seguiría extrayendo sus beneficios, se quedara o no Agdae con la granja.

– ¿Estáis afirmando que Menma es responsable de todas las muertes de Araglin? -preguntó Dubán-. Esto me cuesta de entender.

– Menma fue responsable sólo de las muertes de Morna, Muadnat y Dignait… ya que todos fueron degollados como lo haría un profesional con una oveja.